Habrá podido notar el lector de esta columna que los variados y tal vez extensos artículos sobre la buena vida, el buen vivir y la vida gozosa y bienaventurada, el autor de estas, quizás, deshilvanadas reflexiones, pocas veces alude a la vida de las personas de las élites, a la que aspiran llegar algún día y acceder las mujeres jóvenes en edad al matrimonio o constituir una familia, y los jóvenes varones, ansiosos de reconocimiento social y prestigio de clase, modelo de vida difundido cotidianamente por los vastos sectores de la comunicación social, hoy planetariamente extendido a través de las redes sociales, pretenden encumbrar ingenuas jóvenes que creen llegar a la cima de la aristocracia internacional sin que para tal fin no cuenten más que con su apariencia física y su encanto juvenil. El tema de las élites no se relaciona única y exclusivamente con el poseer dinero y con la riqueza material.

Esto bien lo entendían las aristócratas y refinadas familias de las viejas Bogotá, Manizales, Medellín, Popayán y también las de abolengo fino de la España del siglo XX. Los clubes sociales, tan de moda en otros tiempos, símbolos de status, elitismo y relaciones sociales, han servido para que unas clases sociales se distingan de otras capas. Cuando la mafia antioqueña, caleña y costeña lograron poseer fortunas desmedidas en dólares, las familias de estas ciudades miraron con desprecio a los nuevos ricos y hubo en ellas negativas claras de inadmisión a clubes sociales de las familias de rancia alcurnia; la familia Nasser sufrió el desprecio de los descendientes de los árabes y los turcos en Barranquilla y no se le permitió el ingreso a un club a uno de sus hijos menores.

En contraprestación y desafío al desprecio clasista el padre del clan construyó uno exclusivo para el infante. Con Chepe Santacruz pasó algo similar en Cali. La vieja aristocracia paisa miró por encima del hombro a Pablo Escobar y le impidió entrar al otrora símbolo de los ricos en Medellín, el Club Campestre; en retaliación, Escobar se hizo amigo y sustrajo a influyentes del mismo convirtiéndolos en sus aliados y compinches de fechorías e ilegalidad. Al representante de los ricos en Colombia y de Antioquia ordenó quemarle su finca en el oasis y remanso de la burguesía antioqueña, Llanogrande, en Rionegro (Ant.).

Las ingenuas niñas y mujeres de este siglo XXI y los incautos e imberbes hombrecillos en formación, sueñan con acariciar rápido esa vida de los ricos y famosos, tan aparentemente atractiva y feliz, sin que tengan la oportunidad de comprender que ella no es más que una fantasía y que en la realidad los de alta clase aparentan vivir bien, pero en general, sus vidas no pasan de una comedia para impresionar al vecino o un tejido de relaciones humanas con el fin de acceder o mantener el status con el que suelen jugar toda su vida. Los estratos de opulencia no solamente tienen un status sino que agregan a su diario vivir una serie de costumbres y maneras con las que marcan diferencia con las otras clases inferiores.

Las minorías selectas económicas, políticas y sociales, lo son tanto por el dinero que tienen pero más por la forma como viven en la cotidianidad. El modo de vida, el proceso de educación, el prestigio social, juegan papel importante de estos seres que presumen existir con mayores privilegios que los ciudadanos de a pie, pero cuyas vidas personales y familiares transcurren aburridas y cansadas en el perpetuo juego de mantener las apariencias. Eso bien los saben las pobres jóvenes madres de estos entornos citados, que aun sin nacer el hijo, buscan afanosamente un buen colegio privado y por tanto de alto costo, preferiblemente bilingüe, dirigido por religiosos, dado que le están construyendo al por nacer un supuesto futuro promisorio y un excelente status social.

El orígen familiar ya no cuenta tanto, ni la ocupación con tal que se tengan buenas relaciones sociales, pues no existe filtro más poderoso para aglutinar las supuestas castas sociales privilegiadas de otras capas inferiores, que el proceso de educación. Odisea grande la de los sacrificados padres modernos la de buscar con anticipación colegio para su hijo que está por nacer, pues cuando ya tenga unos cuatro años, será más difícil la aceptación en uno considerado. La educación sin mezclas sociales, tan propia de tiempos idos en los que se podía tener acceso a centros de educativos públicos, desde el sencillo hijo del obrero hasta el del hijo del rico del pueblo, ha desaparecido progresivamente y a ello han contribuido los educadores religiosos que saben de la rentabilidad y negocio de la división social educativa.

Industriales, hombres de negocio y empleados medios, han aprendido las ventajas que tiene la formación académica elitista y sobre todo a nivel universitario buscan ubicar sus hijos en aquellos campos académicos en los que los hombres puedan hacer buenas relaciones laborales, personales y sociales y las mujeres conozcan amigos y amigas con los cuales se ascienda en nivel social, preferiblemente a través de concertar un matrimonio con un privilegiado de clase alta.

El título puede pasar a ser secundario si logra adquirir un buen círculo de compañeros y amigos de clase alta y buen linaje. Orígen de nacimiento, proceso de educación y ubicación geográfica en vivienda confluyen en armonía para que miles de hombres y mujeres emprendan la difícil tarea de encumbrarse económica, social y políticamente, sin que sospechen detrás de ese falso oropel que es la vida de las élites, representado en carros lujosos, ropa de marca, diversión en discotecas de moda y cenas en restaurantes, juego de golf y polo, todo de alto costo y no por ello de calidad, se ve tristeza, aburrimiento y otras dolencias del alma humana.

El sofá es el espacio en el que descansa la mujer de “higclass”, rumiando su vida hogareña y su amigo es el espejo donde busca mirarse para a veces espantarse de verse envejecer con nada más una vida de vida feliz y distinguida.

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Redacción Minuto30

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