Hace varios años le pregunté a mis estudiantes si Medellín era nombre de hombre o de mujer, jamás olvidaré el debate y el avispero que se formó en aquella clase de antropología. Bueno, lo importante ahora no son esas discusiones banales sino pensar en grande la ciudad, mi ciudad, donde hace más de cincuenta años tuve la fortuna de nacer y hacer parte de su memoria.

Teniendo en cuenta que Medellín atesora muchos años de historia, vale la pena decir que además de haber sido reconocida internacionalmente como “la ciudad más innovadora del mundo”, “la tacita de plata”, la ciudad de la eterna primavera” y otros apelativos más, estas tierras llámense como se llamen son portadoras de muchos encantos. Quiero aclarar que este artículo lo dedico a Medellín, pero bien puede aplicarse a cualquier ciudad del país o de América Latina.

Recuerdo que en los años setenta había vecinos, no copropietarios, la gente vivía en casas no en edificios, de ahí la vecindad, todos nos conocíamos y todos nos ayudábamos, el barrio hacia parte de la identidad de cada individuo, ser del barrio era lo mejor, hasta que llegó la época del terror donde nos tuvimos que encerrar. Por culpa del miedo todo tenía rejas, las puertas de las casas ya no eran abiertas de par en par, sino con rejas, las tiendas tenían rejas, las farmacias tenían rejas, hasta las iglesias tenían rejas, todos vivíamos como prisioneros en nuestra propia casa.

Fueron muchas las dificultades que vivimos de cuenta del narcotráfico con sus causas y consecuencias. Con marihuaneros, basuqueros, borrachos, atracadores o degenerados, la ciudad nunca se detuvo, siempre unidos como vecinos buscábamos una solución. Escribiendo estas notas viene a mi mente una canción que sonaba por todos lados haciéndonos enamorar más de la ciudad; “el lugar donde nací, y con mis amigos crecí, la ciudad que es de mis hijos, donde vivo y trabajo por ti; Medellín crece contigo, su progreso es para todos. Depende también de ti darle amor a Medellín.

En mi niñez era normal ver personas fumando por todos lados y contaminando el ambiente, aún en los buses con las ventanillas cerradas las personas fumaban. Como la ciudad hace parte de un sistema rocoso, abundaban las quebradas, antes de ser tapadas para hacer urbanizaciones, a esas quebradas lanzaban basuras, colchones, animales muertos y muchos desechos más, de ahí que pululaban los gallinazos en busca de mortecinas.

El maltrato animal era evidente, los caballos en los depósitos de materiales para la construcción arrastraban grandes y pesadas cargas, los perros callejeros abundaban, pájaros y loros se veían enjaulados en no pocos hogares. Los conductores, fueran del servicio público o privado, ingerían licor, nada les importaba. La bulla era exagerada, el ruido que producían bares, discotecas y cantinas nadie los controlaba.

Algo a destacar fue ese amor por la ciudad que siempre nos hizo ver en cada problema una nueva oportunidad, lo importante era buscar soluciones, y, nunca generar discriminaciones, esto porque por efectos de la violencia y los desplazamientos del campo a la ciudad, Medellín empezó a ser poblada en los extremos más altos de la ciudad. Llegaron más personas, quienes a pesar de no ser de la ciudad se enamoraron de ella.

Desafortunadamente, tantos esfuerzos se quedaron en eso, solo buenas intenciones, por ejemplo, la canción de “Amor por Medellín” no pasó de ser eso, una canción más, la cultura Metro se quedó en el Metro, no trascendió a la ciudad y, así sucesivamente. Algo positivo en la década de los años noventa fue que se empezó a hablar de cultura ciudadana y muchas cosas se lograron, eso está bien. íbamos bien. Pero, hoy siento que la ciudad no es de nadie, a nadie parece importarle las basuras, el desorden, la bulla, el tráfico, el caos… triste decirlo, pero a propios y extraños parece no importarles la ciudad.

Quienes me conocen dentro y fuera del aula de clase, saben que no soy discriminador y menos xenófobo, admito las diferencias sean de cualquier índole, pero, sí me preocupa que hoy la ciudad no sea de nadie, hoy, existen pocas casas y muchos edificios donde habitan, blancos, negros, altos, bajitos, rubios, feos y bonitos… y muchos otros más; pero no les duele la ciudad. Es cierto que en Medellín no solo habitamos los medellinenses, sino que hay personas de todas las ciudades del país, del mundo, y muchos extranjeros, eso está bien, bienvenidos, y, que venga todo aquel que se amañe y quiera estar, pero, que cuide la ciudad. Medellín hoy no es de nadie y eso me duele. Me parece maravilloso que se rompan las fronteras y que la gente pueda vivir donde quiera, pero cuidando su lugar de residencia.

Para acabar de completar, como la cereza que le faltaba al pastel, el pasado sábado 15 de septiembre del presente año, el periódico El Colombiano de la ciudad tituló, “se vende más guaro que nunca, la fábrica de licores lleva vendidas 34,3 millones de botellas de 750 cm3…” al parecer se vende más licor que comida. La misma semana en medios internacionales se dijo que “Colombia ocupa el primer puesto como el país más grosero del mundo, según la RAE”. Claro, “marica” se convirtió en la palabra mágica que se pronuncia millones de veces al día. Hoy más que nunca necesitamos un alcalde que recupere la confianza y sobre todo la cultura ciudadana. Pareciera que en la ciudad solo habitan residentes, no ciudadanos, Me dueles Medellín, me dueles…

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Redacción Minuto30

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