Dejando a un lado el barco Petro (y descansar un poco de los dimes y diretes que se cocinan a diario) y a todos los especímenes, oportunistas o no, que corrieron a montarse al citado e inefable barco, quiero referirme a un tema delicioso, edificante, y muy escaso entre los colombianos: la lectura.

Leer es una celebración permanente; un diálogo vivo con los seres más honrados y generosos que, vivos o no, entregan o entregaron lo mejor de su intelecto (si no fuese así, nadie habría gastado tiempo, tinta y espacio para publicarles) para dejarnos una herencia de belleza y mundos posibles. Leer siempre será un placer; lo cierto es que, solos, o entre amigos, lo celebramos a gusto, al compartirnos textos bellísimos, poemas, artículos, y vehementes provocaciones a la lectura de algunos autores nuevos, y otros no tan nuevos. Pero, quiero ser vehemente: en realidad, lo más delicioso del ejercicio de leer, es releer.

Ya lo había sentenciado Borges: “Lo mejor de la lectura, es la relectura”. En alguna ocasión, en una de esas conferencias magistrales que conforman su bellísimo libro Siete noches (El libro recoge siete conferencias, cuidadosamente corregidas, que Borges dictó en un teatro de Buenos Aires, en 1977), el Borges mítico, el Borges profundo, el Borges amante de las paradojas, había dicho: “He tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído”.

Es, sin duda, una suerte de acertijo de una profundidad y un desafío rotundos. Si nos detenemos a pensar -mediados por nuestro oficio de lectores, más que de escritores-, hallamos que el autor de El Aleph, haciendo aparente oposición al viejo Heráclito (su filósofo de cabecera), para quien “nadie se baña dos veces en el mismo río”, da a entender que esa misteriosa alquimia obedece a que ¡ningún libro es leído dos veces por los mismos ojos! He aquí el placer y la importancia capital de la relectura.

Yo diría con Cristian Vázquez (1978), ese extraordinario escritor y periodista argentino, que el enigma de la relectura habría que encontrarlo, entonces, en el propio lector. Es decir, “el cambio más significativo no se produce en el texto, sino en la manera de leer. Y esto último se produce porque inevitablemente el hombre cambia, y con él su mirada. Releer también es dejar que los libros nos lean a nosotros y nos cuenten cómo hemos cambiado. Algo que vale incluso para los libros que uno mismo ha escrito: Quiero insistir en la conveniencia de todo escritor de releerse a sí mismo –aconsejó Luis Goytisolo–, pues sólo entonces descubres muchas cosas de tus libros y de ti mismo”. Bellas figuras las que describe Vázquez.

En esto último era especialista el Nobel José Saramago, cuando, en Cuadernos de Lanzarote, escribió: «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. La memoria es una suerte de relectura; la responsabilidad que asumimos pareciera ser el sustrato de esa relectura. Una suerte de condumio, que a todo hombre verdadero resulta inescindible.

Por su parte, Alberto Manguel, en un texto brillante, erudito, necesario, El elogio de la lectura (Buenos Aires, 1978): diría, a propósito: “El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta”. Subrayo: “Individual y distinta”, en cada lectura.

No quise celebrar esta siempre renovada fiesta de la lectura y la relectura, centrándome en cosas históricas y eruditas sobre nuestro amado idioma español y sus autores; eso ya lo hizo, con más amor y sapiencia que yo, mi siempre admirada y amiga doña Lucila González de Chaves, en sus artículos, entre ellos, Valoremos la historia de nuestra lengua y los albores de su literatura, publicado el miércoles 22 abril de 2020, en un diario de la ciudad. Quise celebrarla al impulso amoroso de mis amigos escritores y lectores, para quienes la relectura es lo mejor de la lectura, tal y como nos lo advirtió Borges, entregándonos así la clave para una vida feliz y productiva, cuando de escribir y pensar se trata.

Cómo hace de falta que nuestro sistema educativo, promueva en verdad la lectura; sin duda, este sería un ingrediente fundamental y dichoso para que en Colombia, con el barco Petro (aunque cargado de tanto polizón y amenazado de febriles tempestades), empecemos “a vivir sabroso”.

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Redacción Minuto30

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