Desde que el 1 de enero de 1959, Fidel Castro entró a La Habana con sus “gestas revolucionarias” y se apropió del poder, el Gobierno ilegítimo de Cuba no se cansa de mentir y de crear mitos. La gran campaña mediática del “socialismo” cubano se ha enfocado en construir la opinión pública internacional. No obstante, tanto los cubanos de la isla como los que lograron huir, saben mejor que nadie la verdadera realidad que se vive día a día en el infierno castroide.

Antón Toursinov

La gran mentira comenzó con las promesas de Castro de realizar las elecciones democráticas inmediatamente en aquel lejano 1959. Fue una de las razones por las que la mayoría de los cubanos, cansados de las atrocidades del dictador Fulgencio Batista (1955-1959), apoyaron la Revolución. Pasaron tres meses —marzo, abril, mayo— y Castro no emitió palabra acerca de entregar el poder. En ese momento comenzaron las mayores atrocidades cometidas por los Castro y su perro guardián Ernesto Guevara contra sus opositores y detractores, y contra el pueblo cubano en general. Para ese entonces, una gran cantidad de cubanos entendieron una vez más que habían sido engañados por otro vil politiquero.

No vale la pena enumerar aquí los hechos de los últimos 55 años de la Cuba bajo el yugo castrista —que de socialismo en realidad no tiene absolutamente nada. Pero sí es importante abrir los ojos y reconocer que la mayoría de los “logros cubanos” son una cortina de humo —mentiras de las más descaradas. Desde el famoso “embargo” y hasta la “igualdad social”, todas descaradas mentiras.

Al instalarse en el poder, Castro cambió su retórica anti-Batista y, poco a poco pero cada vez con mayor intensidad, introduce el concepto del “carácter antiimperialista” de la revolución y del sistema político cubano. Finalmente, el flamante régimen se sometió a las condiciones impuestas por la Unión Soviética —el mayor imperialista del siglo XX— con todas sus consecuencias.

La confrontación con Estados Unidos, el enemigo presentado como acérrimo y feroz y que, además, está a 90 millas, le cae como el anillo al dedo a Castro. Es bien sabido que la base de la manipulación en la política consiste en la unión contra un enemigo común. Y si no lo hay, se lo inventa. De allí el famoso dicho, “el pueblo unido, jamás será vencido”.

Al expropiar las propiedades tanto de los estadounidenses como de los propios empresarios cubanos —bajo el eterno mamarracho de que “los opresores que explotan a los trabajadores”— Castro superó al propio Batista contra quien luchó. Las expropiaciones fueron realizadas bajo la promesa de pagar el precio justo a los empresarios, sin embargo, hasta la fecha, no se ha pagado ni un centavo. Llamemos a las cosas por su nombre: los Castro y sus secuaces robaron propiedades ajenas. Y al ladrón se lo castiga, como con el justo y merecido embargo comercial que impuso EE.UU. a Cuba en 1962. Por cierto, mucho antes de las vociferaciones “antiimperialistas” del usurpador Castro.

A los cubanos se le hace creer que sus vecinos envidian tanto al socialismo que impusieron este embargo. Y, como sabemos, la constante reiteración de una vil mentira se convierte en la verdad. No hay que olvidar que Cuba siempre ha podido comerciar libremente con el resto del mundo, como es el caso de Canadá.

No obstante, el embargo le permite a los Castro seguir teniendo a los cubanos unidos como un rebaño, cuyo pastor es un decrépito impostor. También les posibilitó reforzar el control de la economía —o lo que quedó de ella— cual un negocio particular en sus propias manos. El despropósito típico de los regímenes totalitarios socialistas es sobrevivir a costa de los demás, sobre todo, del capitalismo. ¿O acaso pretendía Castro luchar contra el capitalismo con los recursos del capitalismo? Al fin y al cabo, ¿no es un principio básico de la economía socialista ser autosuficiente?

Y no se puede olvidar de que la inexistente economía socialista cubana siempre ha usufructuado de los demás. Como en el caso de la Unión Soviética, que le vendía a Cuba todo lo que necesitaba por precios varias veces más baratos que incluso su costo de producción, y paralelamente le compraba azúcar —que ni siquiera necesitaba— a valores varias veces más altos que los del mercado internacional.

En la década de 1990, cuando la Unión Soviética cayó por su propio peso, los cubanos la pasaron mal. Habían transcurrido los 30 años que se beneficiaron de la ayuda “solidaria” sin ningún resultado positivo: no se crearon industrias ni pudieron desarrollar la agricultura. Pero cuando el hambre generalizado estaba a punto de hacer caer a los Castro, el presidente venezolano Hugo Chávez fue su salvación.

De una dictadura y violaciones a los derechos humanos, Cuba cayó en otra. Fue la misma mentira de la “revolución proletaria” rusa aprovechada por Lenin, sus secuaces y los desarrapados, que en realidad fue puramente burguesa –¡no existía el proletariado en Rusia!
Hasta en esto los Castro siguen el mismo patrón del comportamiento político y antisocial de la URSS. Y no en vano lo primero que se creó en Cuba, al mejor estilo socialista, fueron los famosos comités de defensa de la Revolución: reductos de soplones desarrapados al servicio del régimen, para defender al Gobierno de sus propios súbditos. ¡Vaya isla de “la libertad”!

Hay que recordar que la Cuba antes de Castro no era un país tan atrasado como lo pintan los castristas. Y los datos tanto de la ONU, como de la UNESCO y demás organismos internacionales son bastante elocuentes en este sentido. Nunca fue país de extrema pobreza. Siempre fue uno de los países más alfabetizados, con mayor cantidad de médicos que la mayoría de los países europeos (y de mejor calidad); la Universidad de La Habana en aquel entonces era un referente mundial en las investigaciones.

Ni hablar de la tecnología de la época (ferrocarril, aviación, radio, telefonía, televisión) que primero llegaba a Cuba (después de EE.UU.) y luego, a veces al pasar varios años, a los demás países del hemisferio.

Sin embargo, la flamante e insignia educación “socialista” de la que se jacta el castrismo en Cuba se ha convertido en un adoctrinamiento al estilo más vulgar. Ya varias generaciones de cubanos –y extranjeros– están seguras de que antes de la “revolución” en “Cuba no existía nada, sino la obscuridad” (cito a un profesor cubano castrista que trabaja en una universidad mexicana, pero que bajo ningún concepto quiere volver a su “paraíso del socialismo”).

Haciendo la referencia a la educación –adoctrinamiento– cubano y sus famosos “índices de alfabetismo” y “nivel educativo”, no se puede olvidar de que estos índices y estos estudios son enviados a los organismos internacionales por el propio Gobierno castrista. Cuba es uno de los poco países del mundo –pero típico país con un régimen totalitario– que no admite a los evaluadores de las ONG internacionales a realizar los estudios en su territorio.

El caso más grosero y grotesco es el de “los derechos de la infancia” que tanto se jacta de proteger el régimen castrista. Pero la realidad es totalmente diferente. A todos los que hemos ido a Cuba nos sorprende la cantidad de los jóvenes (adolescentes y niños) trabajando en las calles de La Habana, Santiago, Pinar del Río y otras ciudades.

Al pasar por la carretera –mejor dicho, una parodia de carretera– en áreas rurales es impresionante ver a los niños y adolescentes trabajar en la zafra, en la recolección de piña y otras labores agrícolas. Y ni qué hablar de las mundialmente conocidas prostitutas habaneras, por las que muchos pervertidos viajan a Cuba y dejan su dinero allá. La mayoría de estas chicas no tiene ni 18 años de edad.

Tanta alharaca castrista sobre “la infancia feliz”, pero el mundo no ve que la mayoría de edad en Cuba inicia a los 16 años, por lo que, además, a esta edad los adolescentes ya pueden ser penalmente perseguidos como adultos.

No se ve que la “educación laboral” en el sistema de adoctrinamiento se ha convertido en una forma de esclavitud infantil. Los niños deben dedicar parte de sus estudios y de su infancia a trabajar sin recibir paga alguna en las empresas estatales o en el campo. Varias organizaciones internacionales han exigido al Gobierno castrista que eleve la mayoría de edad a los 18 años y que dejen de explotar a los niños y adolescentes. Pero es como hablarle a un sordo.

Otro concepto esencial en el que se sostiene la manipulación mundial del ilegítimo Gobierno de los hermanos Castro es la medicina. La izquierda mundial vocifera a cuatro vientos sobre los “logros” de la medicina cubana, de la “calidad” de sus médicos y de la “ayuda desinteresada” que presta Cuba a los países subdesarrollados a donde envía a sus especialistas para combatir las enfermedades. Aunque las tres afirmaciones son tan falsas y burdas como toda la propaganda que sale del Palacio de la Revolución en La Habana.

Después del 1 de enero de 1959, gran parte de los intelectuales cubanos —entre ellos los médicos— entendieron que “la Revolución” se estaba convirtiendo en otra dictadura, incluso más cruel que la anterior, y comenzaron a emigrar de manera masiva. Muchos de los doctores de la isla, que ya contaba con la fama por su excelente nivel sanitario y de atención médica, se vieron obligados a emigrar en busca de una vida más digna.

Esto produjo una crisis en el área de salud por falta de profesionales. Entonces, el Gobierno no encontró mejor solución que implementar un plan de preparación acelerada de médicos. Surge así el famoso Plan Baeza: miles de médicos se gradúan en 4 años, el mismo tiempo que en otros países lleva obtener un título de enfermero.

Tras numerosas reformas educacionales realizadas en el transcurso de los 55 años de la dictadura, convertirse en médico solo requiere entre cinco y seis años, mientras que en el resto del mundo se requiere un mínimo de siete u ocho años. Desde el primer año de la carrera, los futuros médicos empiezan a realizar sus prácticas atendiendo a pacientes e, incluso, operando.

Toda la formación se enfoca en la práctica sin casi nula preparación teórica, tan necesaria para un médico. Es la razón por la que ni siquiera países aliados del régimen castrista, como Brasil o Bolivia, reconocen los títulos de medicina emitidos por universidades cubanas. Además, a la hora de revalidar el título, los egresados cubanos suelen fracasar en los exámenes.

Con todo ello, Cuba, con su Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), se ha convertido en el centro de atracción para los estudiantes de varios países que, engañados, llegan becados a la isla a estudiar medicina. Y ni las advertencias de que sus títulos no serán reconocidos, ni las nefastas experiencias de los que ya pasaron por este lavadero de cerebros, nada de ellos disminuye el arribo de nuevos alumnos extranjeros.

Como bromean estos alumnos que llegan a la ELAM, “en casa de herrero, cuchillo de palo”, refiriéndose a la prácticamente nula calidad médica para los propios cubanos: las farmacias vacías, los hospitales en una situación lamentable y de total insalubridad, o el fracaso rotundo del plan de “médico de familia” lo ponen en evidencia.

Eso sí, a cualquier extranjero que llega a Cuba y se interesa por su “alto nivel sanitario” le deslumbran con varios hospitales de lujo con tecnología de punta. Sin embargo, evitan mencionar que estas clínicas son un negocio del Gobierno y en ellas no atienden ni gratis ni a cubanos —a menos que sean de la nomenclatura. Y lo más curioso: evitan recordar que la mayoría de los doctores de estos hospitales no son cubanos y no han estudiado medicina en este “paraíso médico”.

La realidad suele chocar con los datos estadísticos de las Naciones Unidas, de la UNESCO y de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), instituciones que, a partir de los datos enviados por el propio Gobierno cubano, ponen a la isla entre los países más desarrollados en materia de la salud. El hecho de que los datos son entregados por el castrismo y no por evaluadores internacionales es esencial para comprender que se trata de datos manipulados si no falsos.

En las calles de La Habana —como en el resto del país— se puede apreciar la degradación completa de la salud y de la salubridad: los niños en muchos casos con anemia por mala alimentación (con una dieta abundante en frijoles y arroz), la suciedad en las calles y la conservación de los alimentos, entre otros problemas.

Pero Cuba es tan solidaria que envía a miles de médicos a los países menos favorecidos del mundo, podrían muchos intentar refutar. Por supuesto, envía médicos y en cantidades industriales. Este es el plan de manipulación mediática internacional para mostrar la “solidaridad” del Gobierno cubano.

La otra cara de la moneda es mucho menos agradable y más prosaica. Los médicos cubanos en el exterior son unos simples esclavos del castrismo, además de una fuente de ingresos inagotable. Por cada médico la isla recibe en promedio de US$1.000 a $2.000 por mes. Pero se les paga a cada médico en el mejor caso $400. No hay que ser genio para calcular que el negocio es más que lucrativo, pero únicamente para los Castro.

Quizá, dentro de toda la miseria existe algo positivo: el esquivar las prohibiciones propias del totalitarismo, el ingeniarse para sobrevivir en la isla y el sentido de supervivencia le han enseñado a muchos cubanos algo de empresarialidad y creatividad. Se puede estar seguros de que, después de la caída del régimen castrista —ya sea por su propio peso o con “ayuda”— los cubanos no pasarán las penurias típicas de transición, sino se adaptarán rápido a la libertad.  @atoursinov

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Redacción Minuto30

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