Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, la llamada generación Baby Boomers, criados en medio de conflictos y guerras, tanto en Europa como en Latinoamérica, no podemos predicar que vinimos al mundo en la mejor época, pero tampoco advertimos que haya sido la más convulsionada e inepta para el desarrollo personal y social. Acontece, a mi juicio, algo distinto, a los nacidos en las últimas décadas del siglo XX y la primera de este que avanza, los llamados millennials, mujeres y hombres atenazados bajo las fauces destructoras de la ultra desarrollada tecnología, que a través de la web, se apoderó de las vidas de adolescentes y jóvenes que a ella pertenecen.

Enfermedades hubo que en el pasado azotaron a la humanidad, en la sociedad moderna también las hay, pero nada tan extendido como la epidemia de ansiedad, estrés y enfermedades visuales graves que ponen en peligro la vida de millones de personas en el mundo, y lo que es peor, la salud mental, que es quizá mucho más delicada que las enfermedades que comprometen el cuerpo humano. Desdichados hijos de la era tecnológica son los que hoy deambulan por el mundo y perdidos en la maraña social cada vez más confusa que hace pensar en la pérdida en la selva que eran fenómenos de otro tiempo; la selva de cemento es más peligrosa y poco apta para vivir una vida placentera, feliz y gozosa que la compuesta por la fauna y flora propias del trópico. Creen incautamente los también llamados Peter Pan (por cuanto se niegan a crecer y madurar y se sienten eternamente adolescentes), que fue un prodigio el desarrollo de la alta tecnología cibernética en el momento de su nacimiento, adolescencia o juventud. Un verdadero monstruo es considerar la conexión digital como una prolongación del cuerpo, y lo que es más apocalíptico, la prolongación del alma y el espíritu.

La cultura del clip, que sucedió a la del zapping o manejo de la televisión por medio del control, vive encadenada a un momento de la historia en el que se cree que la ciencia lleva confort y bienestar, cuando lo que ha acontecido es que ha traído caos en el campo de la salud, de la mente, del cuerpo y del espíritu.

Cierto es que en un principio la televisión cumplió una función educativa y de entretención y hubo indudablemente adicción a ella, pero con consecuencias menos dañinas que las de la era web. Las series de televisión sanas de nuestros años infantiles y de mocedad (Tarzán, Lassie y Superman), eran de verdad saludables para el alma, ya que sus contenidos eran aventuras y modos de vida que se identificaban con nuestros proyectos de vida y modo cotidiano de existir. Llegaron luego programas estrellas del exterior que tampoco producían la adicción de lo que hoy ofrecen las redes sociales. Recuerdo que Dallas, Dinastía, La ley de los Ángeles y Guardianes de la bahía, concitaban a toda la familia a seguir el desarrollo de ellas, en donde el glamour, el dinero y el poder eran los temas centrales, principalmente de la que Alexis Carrington representaba la típica mujer fatal del hombre de dinero y de poder.

Las películas de otras épocas de Hollywood, además de su buena factura y contenido, servían a hombres y mujeres para soñar con el ídolo masculino o la vedette que todos queríamos, consciente o inconscientemente, ser. Al menos Brigitte Bardot y Sofía Loren eran estrellas del cine con belleza y talento, distinto a las estrellas del pop, la televisión o las pasarelas de esta nueva época, anoréxicas, insípidas, sin angel y desprovistas de talento.

Innegable que Paul Newman, Alain Delon, Dustin Hoffman, Marlon Brando, además de ser nuestros ídolos de infancia, juventud y adultez, tenían dones y talentos que hoy no aparecen en el decadente mundo de la colina de los ángeles fabricantes de sueños.

Las cifras no dejan mentir lo que constituye la generación de los millennials: 450 millones de depresivos, 25 millones de esquizofrénicos y 45 millones de bipolares.

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Redacción Minuto30

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