Siempre he escuchado decir que Japón es el país donde más se respeta y venera a los ancianos, es de tal magnitud la admiración que en su calendario existe un día festivo nacional, en el mes de septiembre, para festejar con ellos. En la fecha programada se sensibiliza a toda la población acerca de la importancia de estas personas en el entorno familiar y social.

Es tan importante la efemérides que nadie se queda sin agradecer algo a un anciano. En las escuelas, los estudiantes cantan, bailan, ofrecen regalos y los invitan a comer, a tomar té y compartir algunos dulces, igual ocurre en las fábricas con los jubilados, la idea es hacerles pasar un rato agradable con sentido de gratitud. Se trata de un día cargado de mensajes para las nuevas generaciones, a las que se les enseña la importancia del respeto a los adultos mayores, contrario al rechazo típico que sufre la “tercera edad” en las sociedades occidentales. Es de anotar que desde la antigüedad, en Japón, es tradición respetar y venerar a la gente mayor, una filosofía de vida que proviene de la tradición confucionista.

Siempre he creído que las cosas que están bien no se cambian ni se tocan, para qué cambiar algo que funciona, lo que debemos es pensar en cómo hacer mejor aquello que no está funcionando, por ejemplo, cambiar la actitud y ciertos hábitos frente al trato y abandono en que viven muchos ancianos en América Latina.

Igual que en Japón, nuestras escuelas deberían adoptar un día del calendario escolar para venerar y agradecer tantas cosas a los ancianos, la idea es que las nuevas generaciones aprendan que ellos también envejecerán, ese día escuelas, colegios y universidades deberían abrir las puertas a la verdadera sabiduría, darles un sitio de honor y escucharlos, estoy seguro que tienen muchas cosas que decir y enseñar. Recuerdo una ocasión cuando en clase pregunté a mis estudiantes, ¿dónde habrá más sabiduría, en un ancianato o en un aula de clase? En aquella ocasión discutimos acerca de la diferencia entre sabiduría e información.

Todos sabemos y somos conscientes que la publicidad de manera constante nos está vendiendo la idea de la perfección, tener el “cuerpo perfecto”, olvidan algunos que la perfección se aproxima más a los objetos que a las personas, nuestro cuerpo está mutando constantemente así no lo percibamos, de ahí que debamos entender que nuestros rostros no son objetos que permanecen perfectos o ya terminados. Tanto bombardeo publicitario infecta nuestra forma de ver el mundo sumergiéndonos en ese afán de querer vernos siempre jóvenes, es así como muchos quieren alisar las arrugas, esconder las varices y disimular las canas, cuando lo que se debería hacer es mermar la ignorancia y acabar la prepotencia. Usan cremas anti edad, cuando lo mejor es estimular la memoria para que nunca olviden que también envejecerán. La piel marchita, los ojos gastados y los pies cansados son muestras claras de experiencias vividas, todos nos vamos a ir apagando como un candil, ¿para qué entonces tanta vanidad?

Aunque no soy amante de los organismos protocolarios y las grandes instituciones salvadoras de la humanidad, creo que el mundo entero debe pensar más en la dignidad de los ancianos, velar por su bienestar. Lo digo porque cuando se creó la UNICEF, en 1946, se trazó como objetivo garantizar el cumplimiento de los derechos de la infancia en torno a la seguridad, cuidado, participación y protección, ayudando a combatir la pobreza y el hambre, además de proveer salud y educación.

Sirva de ilustración que finalizando el año anterior (2021) leí en el periódico El País, de España, que desde 1990 la tasa de mortalidad infantil se ha reducido casi un 60 %; argumentaba el mismo periódico que en 1950 había siete veces más niños que personas adultas (de 65 años) hoy las cosas han cambiado y el mundo envejece a pasos agigantados. Erróneamente nos han vendido la idea que los ancianos solo están en Europa, como si en América Latina la población no envejeciera, ¡cuidado!, debemos tener en cuenta que la expectativa de vida aumentó, así que no basta con pensar en las personas mayores del presente, sino en como garantizar la vejez de los jóvenes de hoy.

Quiero llamar la atención diciendo que los ancianos no deben ser sinónimo de negocio, lo digo porque en Medellín, la otrora tacita de plata, están pululando casas convertidas en ancianatos donde solo admiten a aquellos que son jubilados y, por ende, tienen con qué pagar sus cuidados, y… ¿los demás qué? Finalmente, no pretendo arruinar el hedonismo y la vanidad de los jóvenes, pero sí sería bueno ayudarles a entender que todo tiene un fin y que por más hermosos, poderosos o adinerados que seamos, también seremos viejos y moriremos.

-¡Abuelo!

-Dime…

-Dame un abrazo rápido.

-¡Claro!, pero, ¿por qué rápido?

-Porque ya me voy a despertar.

(Anónimo en internet)

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Redacción Minuto30

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