No hay encuentros tan amenos como esos que ocurren de manera imprevista y con amigos de largo tiempo, en especial si estos han ganado nuestro cariño y respeto.

Sucedió hace quince días, cuando saboreaba una deliciosa tortica Sacher, en el histórico Salón de Té Astor, sobre la ya deprimida carrera Junín, fundado en 1930 por el ciudadano suizo Enrique Baer. Al verme, mi amigo el doctor Gonzalo Jaramillo, de la ilustre prole de Chuchito Jaramillo, gran amigo de mi padre y ganadero de Sabanalarga, en Antioquia, optó por saludarme, sentarse conmigo e iniciar una amena charla que terminó en gracioso palique.

Luego de un buen rato de conversación, y a juzgar por su buen comer, noté que no había perdido el apetito y menos el gusto por la buena charla y las tomaduras de pelo.

Después le pregunté por su salud, como simple asunto de cortesía:

—Mi querido Gonzalo, ¿y cómo estás de salud?

—Muy bien, doctor, aunque con un poco de flatulencia y el estómago soplado, pesado —me contestó —, no sin antes pasarse la mano a la altura del ombligo.

—Bueno, ¿pero nada grave? —me apresuré a preguntar.

—No. Nada. Menos mal que no me pasa como a Jesusita, una vieja amiga del Junco.

—Cómo así, ¿y cómo es el cuento, doctor Gonzalo?

—Bueno doctor. Vea le cuento —respondió Gonzalo, no sin antes esbozar una sonrisita maliciosa.

—Cómo le parece, doctor, que cuando yo era niño, Jesusita vivía en El Junco y era muy cercana al padre de Sabanalarga; una tarde, me dice el padre: “Gonzalito: vení acompañame a visitar a Jesusita, que dicen que está muy enferma”.

—Como en esa época el cura mandaba, le respondí: —claro que sí, padre.

Salimos desde Sabanalarga, rumbo al Junco, y al llegar, fue mucha la alegría de Jesusita, a la que encontramos en su cama de enferma.

—Ve, Jesusita, y qué sentís pues —preguntó el padre.

—Vea padre —respondió Jesusita—. Tengo este estómago como una bola, soplado, me duele y no lo puedo ni tocar. ¡Y pa’ eso que ni un peíto, pa’ descansar!, padre.

Gonzalo entornaba la boca, mostraba su perfecta dentadura de pensionado, y me miraba con sus ojillos pequeños y maliciosos.

Yo no podía contener la risa, y unas vecinas, de esas «discretas» que no saben de lo que uno está hablando, ¡se echaron a reír con toda gana!

Cuento la historia, porque después, al despedirnos el doctor Gonzalo y yo, vino a mi memoria la figura del alcalde de Medellín, Daniel Quintero, con su soberbia y su llenura, tan parecida a la de Jesusita:

Mientras Jesusita anhelaba «un peíto» para descansar, el señor alcalde parece, día a día, más contento con su llenura; ¡sin anhelar nada, que nos deje descansar!

Definitivamente, de Jesusita a Daniel Quintero, hay mucha «diferiencia”, como decía el bobo.

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Redacción Minuto30

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