La tecnología ha esclavizado de manera asombrosa a todos los terrícolas a través del teléfono celular. El pequeño aparato se ha convertido en compañero inseparable de su dueño durante las 24 horas del día. El abonado lo lleva siempre consigo. No le puede faltar bajo la almohada o en el nochero, ni en la ducha, ni en el muy personal trono sanitario. En la mesa del comedor o en la sala, durante una visita, también está presente. En la oficina, al alcance de la mano, sobre el escritorio, y al pie del timón, en el automóvil. La exageración paisa dice que “es como Dios porque está en todas partes”. Se ha vuelto tan fundamental en la vida cotidiana que el dueño del móvil se hace matar cuando el desalmado atracador pretende arrebatárselo.

Orlando Cadavid Correa - contraplanoPor la red (otra esclavizadora herramienta tecnológica) circulan unas odas a favor del celular y una que otra diatriba en la que se trata de hacer burla del diminuto instrumento que también sirve para tomar fotos instantáneas de aceptable calidad y filmar episodios trágicos de los que se benefician por su inmediatez los telenoticieros y las autoridades que procuran esclarecer los episodios materia de investigación.

La española Edith Esquivel es la autora de esta composición lírica que seguramente interpreta el sentir de muchas devotas usuarias del portátil:

Oda a mi celular

Celular, te amo. Tu tamaño es inversamente proporcional al de mi felicidad.

Me acompañas, hablas con la voz de los amigos más queridos, destilas la sabiduría de mis padres y abuelos.

Cuando alguien llama brillas como una ciudad de noche. Vibras y resuenas con miles de canciones diferentes.

Tienes todas tus teclas en su lugar, suaves y firmes a la vez. Me envías mensajes cariñosos que me reaniman y fortalecen.

Das la hora y la fecha, avisas de eventos importantes y citas impostergables. Eres mi guía en este mundo confuso.

Cuando sin querer te golpeo, no guardas rencor. Eso sí, eres demandante al necesitar energía… ¿pero quién no se pone de malas con hambre? Al conectarte, regresas a la vida y yo contigo.

Celular, nunca olvidaré las horas interminables que jugamos, las emociones a tu lado, nuestras fotos de viajes, y las canciones que cantamos.

Estaremos juntos siempre, siempre, hasta que me llegue la promoción anual de mi plan y te cambie por otro, pero aparte de eso, siempre.

En el diario catalán La Vanguardia, de Barcelona, apareció este cuestionamiento a la adicción a los teléfonos móviles, salido del magín del poeta Valentín Cordero, parafraseando el soneto de Francisco de Quevedo, titulado originalmente “A una nariz”:

Érase un hombre a un móvil pegado; érase una adicción superlativa; érase un audífono ahí arriba; érase un aparato muy amado.

Era un complemento muy valorado; érase un amigo muy confidencial; érase un compinche muy especial; era un vasallo siempre a mi lado.

Érase el apéndice de uno, era; érase casi como un hermano; ¡la hostia!, oiga, es lo que era.

Era un trasto que dicen muy malsano; sí, pero por muy malo que él fuera, aunque falle siempre estará en mis manos.

La apostilla: Un estudiante rebelde, amigo de utilizar la cabeza, como sus progenitores, en materia de aprendizaje, suele decir que es completamente feliz porque no tiene Laptop (o computadora portátil), Ipad, Tablet, MP3, Notebook y Smartphone y demás avances de la tecnología moderna.

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Redacción Minuto30

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