Las instituciones además de la capacidad jurídica, financiera y física para ejecutar los designios del gobierno requieren un reconocimiento de los administrados para ejercer esas actividades, reconocimiento que consiste, para resumir, en la capacidad simbólica que tienen las instituciones para ejercer sus actividades, para cumplir sus propósitos.

Aunque se supone que un sistema de instituciones de elección popular, de pesos y contrapesos y de control institucional confieren un nivel de legitimidad institucional, la confianza de los ciudadanos resulta central en los procesos de gestión pues confieren una legitimidad política y social que permite el desarrollo de las acciones administrativas.

Durante años la elite económica que capturo las instituciones locales de Antioquia construyó una hegemonía de la confianza basada en el dominio de todos los dispositivos de verdad , me explico, la hegemonía política se basa no solo en dominar las instituciones públicas sino en tener el dominio sobre todas las que tienen la tarea de construir la verdad social, de las relaciones de poder que dan lugar a que la sociedad le dé un sentido u otro a determinadas acciones.

Esta élite no solo monopolizó la economía sino que también se cartelizó para producir verdad e hizo creer que Medellín sin importar las cifras iba bien, que la cooperación pública y privada era la expresión armónica de la sociedad, que la ciudad estaba limpia y que la violencia era una “pagina” que ya habíamos pasado.

Mientras la ciudad aparentaba ir bien iba mal y ese dispositivo compuesto por sus medios, sus universidades, sus proyectos “ciudadanos” de evaluación de las instituciones y sus lideres de opinión construye una aparente confianza Medellín era una tacita de plata para el mundo construida sobre la exclusión, la violencia y los carteles económicos.

Ese dispositivo construyo una gran confianza, basada en la consabido y perverso “orgullo paisa” se mantuvo la idea que pese a los resultados todo iba bien, como en otras épocas la iglesia le hizo creer a los esclavos que su esclavitud provenía de la misteriosa y sabía designación divina, con su sistema de confianza hicieron sentir orgullosas a las mayorías excluidas de la ciudad del sistema de cosas que los mataba y los condenaba a la pobreza.

El gobierno de Daniel Quintero representa, sobre todo, una ruptura de esa hegemonía, pero no la anulación del dispositivo de manipulación. Por esta razón sus lideres de opinión, sus universidades, sus instituciones de evaluación de la política, sus medios se han constituido en una cruzada de destrucción de la confianza. Es una empresa por destruir la confianza y todo lo que se les atraviese para sabotear a la administración y lo que representa.

Pero la crisis de confianza no se lee solo en el margen local la pandemia y la desaceleración de la economía que devino de ella desnudó siglos de política social basada en la caridad que no instaló capacidades en la comunidad y de política económica que solo generó tejido asociado a los monopolios. Nadie confía en su propio futuro porque la realidad borró el perfume de progreso que habían rociado sobre la pobreza. Es normal que haya desconfianza, en general y no es responsabilidad del alcalde de turno, aunque si no estuviéramos en la administración mágicamente todo estaría bien así anduviera mal.

Ahora, los sátrapas de esa elite presumen la profecía autocumplida de que baje la confianza en las instituciones de la ciudad cuando pues de esto depende destruir todo para recuperarlo.

Confío en que le trabajo de esta administración por instalar capacidades en la sociedad mejore, en el mediano y largo plazo, la confianza ciudadana, pero no la confianza en liderazgos edulcorados sino en la capacidad que como sociedad tenemos de superarnos a nosotros mismos. Pese a los esfuerzos de la hegemonía decadente: volverá la primavera.

Author Signature
Redacción Minuto30

Lo que leas hoy en Minuto30... Mañana será noticia.

  • Compartir:
  • Comentarios

  • Anuncio