Colombia es un país privilegiado por la cara que se le mire; sin embargo, desde el mismo nacimiento de la Primera República de la Nueva Granada, conocida despectivamente como la Patria Boba (que padecimos entre 1810 y 1816), venimos enfrascados en una confrontación fratricida, donde muchos, entre ellos, insignes colombianos, han caído victimas del odio, del crimen, y los intereses particulares más abyectos que el alma humana pueda prohijar. Hoy, corriendo el año 2022, a punto de elegir el sucesor del presidente Iván Duque Márquez, aún no salimos de la violencia que no nos deja avanzar como proyecto económico, político y social.

Con todas las ventajas competitivas que tiene Colombia, empezando por nuestra gente y terminando en nuestros recursos minerales, el ecosistema, los mares, la riqueza inmensa de flora y fauna, la profusión de ríos y su órbita geoestacionaria (que no hemos querido o podido aprovechar adecuadamente), nos preguntamos por qué Colombia no es una potencia mundial.

La respuesta es muy sencilla: no hemos podido vencer a los negociantes de la muerte; en muchos casos, nuestros dirigentes políticos han sido inferiores a los partidos y a sus seguidores; no nos hemos podido consolidar como Nación, no hemos capitalizado nuestros recursos y no hemos sido capaces de defender la vida. Y todas estas incapacidades, se reducen a una verdad monda y lironda: no hemos tenido liderazgos verdaderos, y si alguna vez aparecieron, los hemos asesinado, como fue el caso de Álvaro Gómez Hurtado.

El liderazgo es escaso, claro que sí. Los verdaderos líderes del mundo son pocos. Los líderes de la Nación norteamericana, encabezados por George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, entre 1789 y 1797, no pasan de 15. Al líder se le reconoce, se respeta y se quiere. Otra cosa son los caudillos, que a menudo se disfrazan de líderes y que terminan manchando de sangre a sus mismas banderas y enlutando los campos de su misma patria, amén que a otras tantas naciones en el mundo.

En términos sencillos, el liderazgo es un conjunto de habilidades que sirven para conducir y acompañar a un grupo de personas. Pero es claro que un líder positivo no sólo es capaz de influenciar adecuadamente a su grupo, sino también de proporcionar ideas innovadoras y motivar a cada participante a entregar lo mejor de sí. Según Max Weber, “un líder es la persona encargada de guiar a otras por el camino correcto, para alcanzar objetivos específicos o metas que comparten, es la persona reconocida como orientadora”.

Sabemos que el líder posee una comunicación fluida y constante con el grupo de trabajo, posee naturalidad y carisma. El líder, en especial el transformacional, es capaz de sacar lo mejor de cada colaborador; sabe cómo potenciarlo al máximo y, así, logra aumentar los niveles de productividad. El verdadero líder no tiene mácula, no tiene cientos de expedientes abiertos; no ejerce el poder para enriquecerse y atropellar al contradictor.

Colombia, necesita un líder, con urgencia. Un líder capaz de apabullar a incendiarios con su paso claro, decidido y sabio; un líder con capacidad para resolver las urgencias sociales que agobian a la democracia, y salvarla así, al ser aprovechadas (esas dificultades sociales) por los avivatos “progresistas”, perfumados de discursos redentores, como los escuchados hace más de 20 años en la hermana Venezuela, 40 en Nicaragua, 15 en la querida República Argentina, y pare de contar.

Cómo nos duele y nos advierte, el ver familias venezolanas enteras tiradas en las aceras de las ciudades y pueblos de Colombia. Niños nacidos en la diáspora, huyendo de su propia patria, mientras el tirano sigue predicando pueblo, paz, progreso, transparencia y decencia.

Colombia no necesita veintejulieros que engañen a las masas de incautos y a los miles de necesitados o desheredados de la fortuna, por la causa que sea.

Colombia necesita un líder que fortalezca nuestra democracia y construya Nación.

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Redacción Minuto30

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