Cada vez me convenzo más, que uno de los principios lógicos más verificables en la realidad, es que toda generalización es injusta.

Prolifera en la sociedad y hace tiempo es un lugar común, que la labor de los congresistas y el interés general, son mutuamente incompatibles.

Sin embargo, me consta que en Colombia está lejos de ser un mito urbano la existencia de congresistas que tienen de honorable mucho más que el tratamiento oficial, pues realizan su labor con sentido de responsabilidad y decencia. También me consta, por cierto, que son una persistente minoría.

En ese sentido, para este próximo Congreso a instalarse en 2022, puede vislumbrarse nuevamente Un fenómeno inquietante y de lamentar:

Se van casi todos los que no deberían irse. Se quedan casi todos los que no deberían quedarse.

En otras palabras, muchos de los que se van del Congreso deberían continuar y muchos de los que quieren quedarse, son los mismos que en cuerpo propio o ajeno han desarrollado prolongadamente sofisticadas tácticas para evitar desaparecer del escenario político.

Me es imposible mencionar nombres para ejemplificar a unos y a otros, a riesgo de hacer política electoral. Pero si puedo y debo señalar que esto denota un sistema político poco permeable a la renovación, donde casi puede decirse que un grupo de líderes promisorios son remplazados cada cuatro años por un nuevo grupo igual de reducido, en un carrusel cuya dinámica poco y nada puede cambiar, mientras se siga desechando o subestimando en la ecuación el papel del electorado.

En efecto, el eterno retorno de los particularismos, además de las tácticas de enquistamiento, puede atribuirse a una forma de votar que podríamos calificar como mínimo de fantasiosa.

Hay quienes, esperando encontrar candidatos capaces de impulsar solos los grandes cambios, se abstienen de votar por alguno de los mejor preparados e intencionados. Son los escépticos, decepcionados por la política.

También hay quienes, como es sabido, venden su conciencia, con la esperanza de obtener favores y dádivas futuras, que se desvanecen a la vuelta de unos días. Son los que anteponen su interés particular y no pueden esperar que sus representantes hagan algo distinto.

Solo una minoría de ciudadanos, vota pensando en la necesidad real de formar mayorías que propongan, voten y debatan sobreponiendo el interés general sobre cualquier otro, incluido el suyo propio.

Al verse derrotados y arrinconados por una mayoría inflexible, muchos proyectos políticos han sucumbido presas del estío, y valiosos líderes han debido desistir, de regreso a sus actividades privadas. Así vuelve a iniciar el ciclo.

En tales circunstancias, es hora de abandonar la búsqueda de «mesías políticos” sociales o personales, de cualquier color, para esforzarnos por impulsar y apoyar muchas candidaturas de valientes que se arriesguen a entrar o a mantenerse, sumando tangiblemente a la realización del interés general.

Esto, porque el próximo ciclo político electoral del nivel nacional debe marcar virajes estructurales en muchos campos de acción, o el país quedará condenado otra década a la incapacidad institucional para lograr varios objetivos prioritarios.

Que deje de verse al Congreso como un club de aliados convenientes, que se encierran a hacer leyes para protegerse a ellos mismos.

Aún más, que deje de verse a los congresistas como los causantes culpables de los problemas, en lugar de ser reconocidos como generadores de las soluciones. Solo así podrá ser realidad un Congreso diferente. El de la nueva era del país. El Congreso de la reconstrucción.

@ortegasebastia1

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Redacción Minuto30

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