Con el título de este artículo doña Gloria Isaza Posada, cierra el epílogo de su libro Yo he convivido con la enfermedad de Parkinson. Una historia de entrega que nos entrega al amor. Y he tomado prestadas sus palabras finales como título de estas notas, porque verdaderamente su libro es un canto a la vida y un canto a la muerte. Pero luego de leerlo, quiero agregar que más que un simple canto, es un himno a la vida y un reconocimiento espiritual altamente elevado hacia la muerte. La hermana muerte, como la denominan los grandes de la espiritualidad.

El libro, un bello opúsculo de tan sólo 60 páginas, es un verdadero tratado de amor: de ese amor generoso entre un hombre  (don Eustorgio Restrepo Sierra, Togito) y una mujer (doña Gloria Isaza Posada, Goyita); de un amor que no sabe de barreras y que de la mano de la espiritualidad, desafía a la muerte misma hasta hacerla la amiga inefable; esa amiga a la cual se le entrega con generosidad al ser amado.

El libro, escrito con el corazón pero también con mucha inteligencia y oficio, da siempre cuenta de un amor sin límites, lleno de respeto, libertad y comprensión. Algo así como ocurre con las parejas enamoradas, eternas y emblemáticas, cantadas por la historia, la literatura y la vida misma; valga decir, Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa,  Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, Hamlet y Ofelia ( en la novela de Shakespeare), Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Florentino Ariza y Fermina Daza (en la bella novela de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del Cólera), Elizabeth Bennet y Mr. Darcy (en la novela Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen), Catherine y Heathcliff (en la bucólica y siempre recordada novela Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë), Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez, Pilar del Río y José Saramago, entre otros amores.

A este amor de Goyita y Togito, que se deja ver dulcemente en todo el escrito, debemos agregarle otros, de la naturaleza misma del amor puro, el amor filial, el amor del corazón, mismos que se encuentran palpitando en cada una de las páginas del libro: es el amor del hijo, el ingeniero químico Andrés Restrepo Isaza y los queridos nietos Esteban (a quien tengo el gusto de conocer, 12 años después del fallecimiento de don Eustorgio) y Anita (la hermosa presencia, como le dice doña Gloria, en el libro), quienes son protagonista de primer orden, en esta novela de dolor y amor.

Coloquialmente decimos que “el buen perfume viene en envase pequeño”; recurriendo a la metáfora, el economista alemán E. F. Schumacher publicó (en 1973) una colección de ensayos titulado “Lo pequeño es hermoso”. Luego de leer con fruición la publicación de doña Gloria Isaza Posada, el pequeño libro titulado Yo he convivido con el Parkinson, puedo decir que es hermoso.

Usando una novedosa técnica, donde ella (la autora) introduce en el texto párrafos del doctor Pedro H. Pérez (Doc SerSol, como prefiere que lo llamen, médico cirujano especializado en Medicina Integrativa, uno de los médicos profesionales y muy humanos que atendió la enfermedad de don Eustorgio y el dolor del alma de doña gloria y su familia), con apuntes científicos pero también cargados de filosofía y humanismo que en el texto se llaman “Opinión del coautor”, más dos bellas cartas, una de Anita, su nieta amada, y otra donde “habla el corazón de Andrés” (su hijo), sirven para redondear un bello libro que, sin tener mayores pretensiones, lo encuentro bien diseñado, pensado y escrito, y ha de ser una joya para aquellos que tienen un enfermo terminal en casa y gustan de los escritos donde el amor sublime es quien habla. Como en los libros y autores antes mencionados.

En general, la obra narra el padecimiento de una enfermedad terrible como lo es el Parkinson, y el sacrificio a que se somete a aquellas personas que por la fuerza del amor o el oficio profesional, deben acompañar al enfermo. A propósito, en la página 31, Opinión del Coautor, dice: Cuidar un enfermo temporalmente es gratificante porque se va viendo su evolución, su mejoría y se fundamenta en la esperanza que el trabajo y el esfuerzo que se hacen, no son en vano; serán recompensados por la recuperación.

Caso contrario es cuidar un enfermo crónico-terminal: todos los esfuerzos que se hacen, todos los sacrificios y privaciones, parecieran que no surten algún efecto, que es un  trabajo echado a perder; cada vez se da más de la propia vida por una vida que se extingue cada vez más… hay que tener una entereza y una integridad absolutas no propias de humanos, de súper-humanos tal vez…”.

La obra, dedicada por doña Gloria a Jesús y María, a Eustorgio Restrepo Sierra, a su hijo Andrés (y Blanquita, su esposa), a Esteban y Anita (sus queridos nietos), a sus padres, hermanos, cuñados y a todos los cuidadores,  narra el padecimiento del mal de Parkinson, en la humanidad de su esposo, el doctor Eustorgio Restrepo Sierra, “una persona que desde muy pequeño quiso salir de su tierra Ebéjico, buscando un mejor futuro para él y para sus hermanos y verdad que lo logró.

Hizo estudios de bachillerato y académicos en su muy amada Universidad Pontificia Bolivariana. Fue un ingeniero químico  muy prestante, admirado y respetado por sus colegas y por las personas  que lo conocieron. Amante del conocimiento, viajó por todo el mundo…”.

Ella, la autora, Gloria Isaza Posada, nació en Medellín, e hizo estudios de primaria en el Jardín de honor, en el Barrio Prado; secundaria en el Colegio de la Enseñanza en Medellín, y Licenciatura en Didáctica y Dificultades del Aprendizaje Escolar, en el Instituto Universitario Ceipa. Contrajo matrimonio con el doctor Eustorgio Restrepo Sierra en 1957, matrimonio que duró 57 años, pues Eustorgio falleció, finalmente, víctima de la enfermedad, el 16 de agosto de 2009.

La vida, el destino, el sino, el hado, la fortuna, la suerte, la ventura, como quiera que se denomine, pone a uno en su camino, personas y cosas para gozo del espíritu y aprendizajes hermosos. Tal es mi caso que halló en doña Gloria, en su libro y en su nieto Esteban, una lección de vida que sabré asimilar con la paz y la humildad que a esta hora de la vida mía, todo ser humano debería gozar.

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Redacción Minuto30

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