Hace poco recibí la llamada de un amigo quien muy amablemente, y de manera frecuente, se preocupa por saber de mi salud, además aprovecha para preguntarme algunas cosas y terminar hablando de libros, artículos de prensa y del entramado político nacional e internacional. En medio de la conversación me contó que una de sus tías, finalizando el mes de junio, había empezado a desempacar las cosas de navidad y a disponer los espacios de la casa para armar cuanto trebejo tenía.

Por respeto a mi amigo, a quien tanto aprecio, no le pregunté por la salud mental de su tía, pero si le dije que me parecía una locura adelantarse tanto a las fechas sabiendo que “cada día trae su afán”. Asimismo, le recordé la frase: “vísteme despacio que tengo prisa”, aforismo atribuido a Napoleón Bonaparte, quien al parecer dijo así a su súbdito porque tenía un compromiso importante y quería llegar a tiempo.

Por otra parte, el escritor español, Benito Pérez Galdós, en los “Episodios Nacionales”, dejó claro que dicha frase fue pronunciada por el rey Fernando VII, ante la premura del tiempo para ser vestido por sus servidores. Sea de quien sea la frase, creo que lo mejor siempre será vestirse despacio y poner cada prenda en su lugar.

Recuerdo haber dicho hace pocos años, en otro escrito, que al ritmo que van las cosas celebraremos diciembre cada seis meses, como la tía de mi amigo. Haciendo alusión a Cronos, dios del tiempo, mis estudiantes suelen preguntarme si los días están pasando más rápido ya que, según ellos, en un abrir y cerrar de ojos el año se acaba.

Quiero ser muy claro al decir que el tiempo es igual, las horas, los minutos y los segundos en cada uno de los relojes hacen el mismo curso, nada ni nadie altera el tiempo físicamente, pero, neurolingüísticamente nuestro cerebro lo están programando para que viva cosas que no corresponden a determinadas épocas del año. Aceleradamente, la publicidad, por múltiples medios, nos hace creer que estamos retrasados para comprar aquello que en verdad no necesitamos.

Por otra parte, están los gobiernos acelerando la economía, precipitando los mercados, avivando las compras e inventando necesidades. Un ejemplo claro de esto es la premura del mercado y los medios de comunicación para vendernos la idea de un diciembre rápido que haga que el año sea de seis meses.

Sigo creyendo, al paso que vamos, que diciembre será todo el año y estaremos tan adiestrados, comercialmente, que compraremos un árbol de navidad diferente para cada mes, ¡si toca nos inventamos hasta las estaciones! Mi invitación es a ser más calmados, a vivir mejor e intensamente cada época del año. No deja de sorprenderme el acelere de los gobiernos por volver a lo que ellos llaman “normalidad” después de la pandemia, reconozco y entiendo la necesidad de reactivar la economía, pero creo que es mejor vestirnos despacio y evitar más muertes.

Alguien, un poco imprudente, me preguntó si yo tenía muchos años y aunque nunca oculto mi edad le respondí que no eran muchos, pero sí una vasta experiencia. Como mi interlocutor era otro profesor, lo invité a leer juntos el último escrito de Jorge Luis Borges. “Si pudiera vivir nuevamente mi vida…, en la próxima cometería más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.

Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Sería menos higiénico. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares donde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios. Yo fui de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo sabes, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora. Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si pudiera volver a vivir viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante. Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo”. Después de tan bello escrito, tengo claro que me dedicaré a vivir y no a correr como la tía de mi amigo.

“El que no tiene paciencia ante pequeñas dificultades fracasa ante grandes problemas. No importa lo lento que vayas mientras no te detengas”. Confucio.

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Redacción Minuto30

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