El virus SARS-CoV-2 se movió tan rápido por todo el mundo porque nadie tenía la más mínima inmunidad para el mismo. Se trataba de una forma inédita y desconocida de coronavirus.

Su poder epidémico y de trasmisibilidad fue tan imprevisto y extensivo, que la pandemia se pudo declarar de hecho en enero. Pero nos tomó a todos fuera de base, desmoronando y haciendo tambalear a los más poderosos sistemas de salud del mundo.

Los primeros estudios y análisis bioquímicos confirmaron su fuerte capacidad reactiva, que lo convertían en uno de los gérmenes más trasmisibles hasta ahora conocidos, además de una enorme afinidad por los receptores de las células de las vías respiratorias altas, especialmente los alvéolos.

Como coronavirus no tenía el mismo poder letal del SARS 1 del 2002, pero su capacidad reactiva al estilo de los más potentes radicales libres, lo volvían el más epidémico.

Su aparente capacidad mortal no estaba en su poder intrínseco, sino en facilidad de avivar patologías preexistentes no muy bien tratadas como ocurre en la mayoría de pacientes con enfermedades crónicas, que al no ser muy sintomáticos se genera una falsa confianza.

Algo peligroso dado que una pequeña circunstancia puede cambiarlo todo como ocurre con el Covid 19 (C19) que aprovecha esos lamentables descuidos, ligeros resquicios, produciendo desequilibrios metabólicos que llevan fácilmente a fallas mulsistémicas fatales.

En realidad, la gran mayoría no fallecen por acción directa del SARS-CoV-2, sino por las patologías asociadas o comorbilidades. Pero también buena parte de esos fallecimientos ni siquiera serían causa secundaria por cuenta del C19, sino víctimas de sus enfermedades por las cuales inevitablemente morirían. Pero además estos fallecidos se encuentran positivos para el virus C19 y en el conteo se suman a su cuenta, falseando la tasa de letalidad.

No es cierto por lo tanto que en un país como Colombia su tasa de letalidad esté en un 4%, a lo sumo en el 1% o menos. Pero dado su poder expansivo, el número de muertes finales serán mayores que las causadas por otros coronavirus más letales, pero menos incendiarios.

La inmunidad natural

Ahora bien, ante el pasmoso poder de contagio del C19, si además no se hacen barridos con al menos miles de pruebas rápidas diarias, por poblaciones, para verificar su propagación y focos, en el país se producirá una pérdida catastrófica de vidas.

Pero por otro lado también aparecen políticos epidemiólogos y opinadores (periodistas) aconsejando que el curso de acción más práctico es controlar la infección creando o induciendo la llamada inmunidad colectiva o “inmunidad de rebaño”.

El concepto de inmunidad colectiva se refiere a la inmunización natural que podría lograr una población que se ha expuesto al germen, desarrollando anticuerpos contra el mismo. Es decir, es una vacuna ‘natural’. Cuando se vacunan suficientes personas, un patógeno no puede propagarse fácilmente a través de la población.

Los niveles de vacunación deben mantenerse por encima de un umbral que depende de la transmisibilidad del patógeno. Hoy sabemos que el C19 es extremadamente transmisible, y si no se toman medidas extremas de autocuidado y distanciamiento al menos cada persona infecta a otras tres (R0=3). Eso significaría que casi dos tercios de la población necesitarían ser inmunes para conferir inmunidad de rebaño.

En ausencia de una vacuna, desarrollar inmunidad a una enfermedad como Covid-19 requiere estar infectado con el coronavirus. Para que esto funcione, la infección previa debe conferir inmunidad contra futuras infecciones.

Lamentablemente hasta hoy la ciencia no ha podido demostrar que este sea el caso, ni se sabe cuánto durará esta inmunidad. Pero incluso suponiendo que la inmunidad sea duradera, una gran cantidad de personas debe estar infectada para alcanzar el umbral de inmunidad colectiva requerido.

Dado que las estimaciones actuales sugieren que aproximadamente del 0,5 al 1 por ciento de todas las infecciones son fatales, eso significa muchas muertes. ¿Se justificaría que premeditadamente provoquemos la muerte de miles personas, por ahorrarnos una cuarentena?

Es esencial entender que el virus no desaparece mágicamente cuando se alcanza el umbral de inmunidad del rebaño. Solo comienza a disminuir ya que cada persona infectará a menos, por lo que una nueva epidemia no puede comenzar de nuevo.

Pero una epidemia en curso continuará extendiéndose. Si 100,000 personas son infecciosas en el pico y cada una infecta a una persona, todavía son 100,000 nuevas infecciones, y más después de eso. Un virus que se propaga rápidamente no se detiene cuando se alcanza la inmunidad de rebaño.

Para cuando terminara la epidemia, una proporción muy grande de la población habría sido infectada, muy por encima del umbral de inmunidad de rebaño esperada de alrededor de dos tercios.

Estas infecciones adicionales son lo que los epidemiólogos denominan “sobreimpulso». La inmunidad colectiva no detiene a un virus en su camino. El número de infecciones continúa aumentando después de alcanzar la inmunidad del rebaño.

El fracaso de Suecia

Intentar aplicar inmunidad de rebaño con un virus incendiario es irresponsable, más aún cuando no se conoce con precisión científica el comportamiento del C19. Tatar de infectar adrede a todo el mundo raya en lo genocida, ya que el 1% morirían con seguridad. Es cuestionable que aun sin evidencia científica, algunos países intenten empíricamente estrategias destinadas a «inmunizar» la población frente al C19 sin una vacuna.

Ese es el caso de Suecia, que salvo algunas excepciones en cuarentena como personas mayores mantiene una normalidad en todas sus actividades (incluyendo bares y discotecas), sin ningún tipo de aislamiento y distanciamiento.

Es decir, sigue una vida normal permitiendo la exposición al virus de la gran mayoría de ciudadanos para que se infecten, con la teoría de que a la mayoría no les pasaría nada. Pero el riesgo de perder una sola vida adrede, no lo justifica. La obligación del Estado es hacer su mejor esfuerzo para proteger la vida de todos los ciudadanos.

Pero Suecia más bien juega a la ruleta rusa con las estadísticas. Es decir que no importa que se pierdan unos cientos de vidas (o miles) con la supuesta ventaja de ganar inmunidad natural, lo cual ni siquiera está probado.

Ese es su gran problema. Dada la tasa de letalidad tan significativa con un C19 extrafalariamente contagioso, no hay forma de hacerlo sin un gran número de víctimas, y de hecho, Suecia ya ha visto muchas más muertes que sus vecinos.

No debemos confiar demasiado en nuestra capacidad de realizar una «quemadura controlada» con una pandemia que explotó en todo el mundo en cuestión de semanas a pesar de los esfuerzos extraordinarios para contenerla.

Hoy, Suecia pierde la batalla porque ya se acerca a los 30 mil contagiados, alcanzando 3500 muertes, (mayo 13) con una tasa de letalidad del 13%, el triple de Colombia, y 350 muertos por millón que es uno de los más altos del mundo.

Vecinos como Dinamarca tienen 80 muertes por millón, Noruega 40, Finlandia 39, Colombia tiene a mayo 12, solo 9 fallecidos por millón (nótese la enorme diferencia con Suecia).

Un estudio de los científicos Bergstrom y Dean explica por qué la inmunidad de rebaño «natural» es inaceptable como estrategia de control de la pandemia, confirman que millones morirían (0,5 a 1% de los infectados estarían condenados inevitablemente a muerte). Un costo que nada lo justifica.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) Colombia es uno de los países del mundo que mejor ha manejado la crisis sanitaria. Al menos en Latinoamérica es ejemplo. El aislamiento preventivo con las medidas sanitarias impuestas ha permitido contener la curva de expansión de la pandemia (muy diferente a la curva de crecimiento diario o sumatoria de nuevos casos). Esto baja la tensión en el sistema de salud, dando tiempo a la comunidad científica para mejorar la capacidad de atención de gran complejidad (hospitalización, UCI), afinar tratamientos, así como para aumentar la capacidad de prueba y rastreo.

Si bien este es un virus difícil de controlar, el ejemplo de Colombia de continuar por la misma senda corrobora un éxito temprano, desafiando la narrativa de que el control es imposible.

Todo lo contrario a países muy desarrollados incluyendo a Suecia y Nueva Zelanda (puestos como ejemplo por algunos desinformados científicamente), que hoy fracasan con sus “modelos novedosos” pero con unos indicadores sanitarios lamentables.

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Redacción Minuto30

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