Cuando oficiaba como alcalde de Medellín, Sergio Fajardo estuvo bien festivo –en plena barrera- en la Plaza de La Macarena. Recuerdo que en la corrida, en donde toreaban Uceda Leal y Paco Perlaza, se le vio sentado sin protagonismos y sonriente, al lado del maestro Fernando Botero. Hoy, apalea la tauromaquia, le quita el respaldo patrocinador (que hizo que se le viniera con todo la competencia de la Industria Licorera de Caldas) y utiliza esta bandera como trampolín político.

Por Rubén Darío Barrientos G.

Antes de conseguir los sonoros éxitos electorales, Fajardo denigraba de la clase política. Incluso en la Universidad de Cartagena, dijo en una ocasión que “se movía en un territorio apolítico”. Recientemente (octubre de 2011), le manifestó a El Colombiano que amaba la política y que quería que sus hijos supieran que “la política tiene sentido”. Y cuando los periodistas le inquieren acerca de su condición política o apolítica, les responde que él es un “político del siglo XXI”.

En El Espectador (noviembre de 2011), le preguntaron al actual gobernador de Antioquia acerca de si se consideraba presidenciable para 2014 ó 2018 y si le interesaba el tema. Y respondió: “Para nada. Si empiezo a mirar más allá del objetivo que construí, me caigo”. Si revisamos prensa, desde el año 2009, y repasamos muchos discursos suyos, advertimos que en no pocas ocasiones dijo: “quiero ser Presidente de Colombia”.

Esos detalles, sin duda, retratan a un hombre asediado por el éxito que ha tenido que reversar conceptos y buscar comodines. Digamos que es entendible lo que le ha pasado, de cara a verse en el torbellino de grandes posiciones (alcalde y gobernador) y de ser protagonista nacional en nombradía de orden destacado. Hace unos años, nadie hubiera pensado que el matemático Fajardo llegaría tan lejos, si examinamos sus desempeños como profesor de tiempo completo de la Universidad de Los Andes y comentarista en la mesa de Caracol Radio.

Pero hay un detalle que nos está fastidiando. En todas las reuniones sociales, el tema de conversación es Fajardo, Fajardo y Fajardo. Sus trinos, su arrogante postura de ser el único transparente y honrado de Colombia, el hecho de que nadie le sirve a él, las barridas en muchos entes del gobierno departamental, el libro blanco, la casa en desórden que encontró, el escándalo del empalme, etc., son la comidilla de esta ciudad.

Contrasta todo ello, con la humildad y afabilidad de Aníbal Gaviria, quien llegó a la alcaldía de Medellín sin los aspavientos del hijo de don Raúl, sin las escandaleras del inventario del gobierno antecesor y sin predicar la exclusividad de la transparencia.

Hasta el Barquero Willliam Calderón, le ha dedicado emisiones radiales a la postura de Fajardo y a sus ataques frontales en entidades como Teleantioquia, en donde ha perpetrado barridas inmisericordes. Tampoco se ha quedado quieto, el leidísimo columnista Raúl Tamayo Gaviria, quien ha sido crítico consistente del matemático, por sus salidas en falso. La verdad es que esos trinos incendiarios del actual gobernador, lo que hacen es declarar una guerra sin cuartel, en donde se afectan muchas personas.

Movido por el “síndrome Ramos”, a Fajardo le ha dado por creer que todo el que estaba actuando en la administración anterior, es una ficha del ex gobernador. Y barrió sin compasión. Por Antioquia, qué bueno sería que el mandatario de esta región se dedicara a gobernar, restándole egolatría y soberbia a su administración. Ahí, cerquitica, tiene el espejo de Aníbal Gaviria: sencillo, sin trinos disonantes y embebido del servicio sin arrogancias.

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Redacción Minuto30

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