Sentado frente al computador escuchaba a lo lejos un pregonero que algo vendía, poco a poco la voz se iba haciendo más audible hasta que entendí que se trataba de alguien que ofrecía los “deliciosos tamales de Santa Elena”, al ratico pasaron dos jóvenes vendiendo aguacates maduros, de mi parte sabía que ahí no habían parado las ventas callejeras ya que luego pasó un sombrerón con una carreta llena de piñas, tres por cinco mil y, obvio, no podía faltar el señor de la música estridente ofreciendo medio litro de helado.

Ante esa variedad de ofertas gastronómicas, paré mi escritura y me fui a la ventana a ver pasar la ciudad, una ciudad con muchos problemas, pero repleta de gente buena. Extasiado empecé a recordar que en las calles de mi niñez una señora vendía morcilla caliente, otros compraban chatarra, hueso, hierro, aluminio, mientras que unos más vendían  parva fresca y algunos pedían limosna.

En medio de tantos recuerdos vino a mi mente el nombre de Aydé, una niña de escasos cinco años que salía a jugar como lo hacíamos mi hermano y yo cuando mi madre, después de tanto rogarle, nos dejaba salir a la cerita.  Mi hermano Orlando, “q.e.p.d.”, Alfredito y otros niños más solíamos jugar y hacer maldades, entre ellas desbaratarle las muñecas tiesas y sin pelo, de aquella época, que tenía Aydé, les quitábamos las manos, la cabeza, los pies, mejor dicho, las descuartizábamos, cuando esa niña veía sus muñecas en pedazos se quería morir, le daba una histeria horrible, entraba en un pánico tenaz, y, nosotros la “banda infantil”, destructores de muñecas, gozábamos y reíamos con la maldad. Qué banda tan mala, hasta andábamos armados, con caucheras en los bolsillos y en la mano pistolas de agua. ¡Qué niñez!

Pasaron los años y un día llegué a la cafetería de la universidad donde trabajaba, allí una muchacha de piel fresca y unos ojos azules muy bonitos me atendió de manera respetuosa y servicial, al momento llegó un estudiante que, queriendo ser atendido la llamó por su nombre, Aydé. ¡Ah!, de inmediato vino a mi mente la banda destructora de muñecas.  En medio de tantos recuerdos, entrelazados con la realidad que nos asalta, pensé que Aydé, siendo niña o mujer adulta se debe respetar y nunca violentar.

Como ciudadanos no podemos dejar que la violencia se vuelva algo normal, no puede volverse parte del paisaje cultural que un criminal sicópata viole una niña de cuatro años y luego la asesine golpeándole la cabeza como ocurrió hace pocos días en el municipio de Garzón (Huila).  Yo pregunto, ¿si Aydé lloraba viendo su muñeca en pedazos que pudo haber pasado por la mente de esa niña, siendo ella la despedaza?

Como si el tema me persiguiera, al día siguiente de haber escuchado los pregoneros el periódico tituló: “Colombia: un país difícil para la niñez” y, el tema no paró, el periódico El Colombiano (miércoles 8 julio/20) tituló, “Maltrato y abuso contra los niños se camuflan en cuarentena”.

En él la periodista presenta una discusión insulsa entre la Policía y la Fiscalía a quienes no les coincidían las cifras del primer trimestre del año en cuanto a violencia intrafamiliar, lo importante para ambos organismos era mostrar que todas las cifras habían disminuido y que estábamos viviendo en un mejor país, como si lo importante fueran las cifras. Que tristeza que los problemas sociales se conviertan en estadística, donde solo importen los guarismos.

Me preocupa que este encierro por cuenta del virus, nos tenga a todos viendo, oyendo y leyendo solo noticias de respiradores y medicinas en experimentación, de muertos e inafectados, de juiciosos y desjuiciados, pero muy poco o nada se habla de la soledad que muchos están viviendo.  Hace pocos días me enteré del suicido de otro adolescente más, estudiante de grado décimo a quien la muerte le ganó la batalla. Los suicidios, las enfermedades mentales, la violencia intrafamiliar y otros males más están enquistados en la ciudad y nadie quiere verlos.  Aparte del hambre y el desempleo estamos viviendo problemas muy serios, este encierro revuelto con necesidades básicas insatisfechas, facturas por pagar y hasta desalojos, está enfermando, por no decir, matando la sociedad. Entendamos por favor que esto no es solo cuestión de fotos entregando ayudas o mercados, el show debe terminar, esto tiene otro fondo.

Para terminar quiero contar una experiencia, que a pesar de mis años, no dejó de marcarme luego de sorprenderme. Hace un par de años tuve la oportunidad de hablar con un político muy “importante” del país a quien, en medio de mi inocencia académica, le propuse un proyecto muy bonito que venía escribiendo acerca de la tolerancia, el cual ayudaría a mitigar tanta violencia, ¡uh!, casi me pega, me dijo que eso no daba votos, que lo importante en una ciudad eran las obras, el cemento. Estupefacto callé y me fui pensando que lo mejor era no discutir.

Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen”. Italo Calvino (Las ciudades invisibles).

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Redacción Minuto30

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