Por Edgar Artunduaga

Amparo Grisales estaba incómoda con la imitación que de ella hacían en Sábados Felices (dijo que eran desabridas, ridículas, de mal gusto) pero se vieron con Alí Humar y resultaron recordando –entre risas y sonrisas- viejos tiempos de la televisión.

Por Edgar Artunduaga

Humar retrocede el tiempo: “Cuando Amparo llegó a un café que teníamos al frente de Inravisión, estábamos haciendo una novela que se llamaba “Cartas a Beatriz”, en vivo. Ahí aparece una enfermera, le dije a Eduardo Gutiérrez, el director. La metimos con cierta lástima y le hacíamos toda clase de maldades, como amarrarle la cinta de la bata a la silla, mientras estaba hablando…”.

¿Era exuberante en ese entonces?

No. Absolutamente insignificante, totalmente insignificante.

Era apenas una negrita bonita. Pero ella se encargó de dedicar su vida al culto de la belleza. Creo que hace cinco o seis horas diarias de gimnasio y por consiguiente logró un cuerpo espectacular.

¿Se atreve usted a decir que Amparo Grisales era insignificante?

Ya veo a Amparo demandándome mañana. Prefiero corregir: Era atractiva pero sin mayor lucimiento. Atractiva pero sin ningún atributo físico.

Estamos hablando de Amparo, que tenía 17 o 18 años. Se puede decir que todavía no se había formado como mujer.

¿Y usted que la conoció bien, que más sabe de la vida en esos años de Amparo?

El primer marido fue Germán Tessarolo, el pintor. No sé si se casaron o no, pero vivieron un buen tiempo. Después tuvo otro novio, Jorge Hané, el que ahora promueve en televisión las pastas de adelgazar. Después se internacionalizó con Jorge Rivero, con su carreta allá en México. Y después se me pierde la pista.

¿Cómo le va en la vida a usted, Alí Humar?

Muy bien. Creo que sería muy desagradecido de mi parte, decir lo contrario. Logré llegar a una etapa muy sabrosa y tranquila, tanto en mi vida privada, en la vida afectiva, como en lo laboral porque Sábados Felices no me exige demasiado. Tengo suficiente tiempo hoy en día para estar en mi casa, con mi familia, para ir a la finquita, para programar un paseo o un viaje corto. Creo que es recoger lo que se sembró durante tantos años.

¿Qué hace en Sábados Felices, además de dirigir?

Tener paciencia.

¿Qué es dirigir Sábados Felices?

El proceso es el siguiente: yo tengo un taller de creativos, que dirige Heriberto Sandoval. Ellos se reúnen, plantean las ideas, las desarrollan y me las envían. Yo leo y ya desde la perspectiva del lector que no está involucrado en la pasión de quien escribe, rechazo, quito, modifico, devuelvo. Yo doy el visto bueno definitivo.

Usted es casi que el editor o el director periodístico…

De la parte de contenido. Luego viene la escenificación, el montaje. Ahí me sirven los tantos años en las novelas y dramatizados que hice. Resuelvo escénicamente los movimientos de los actores, busco la agilidad. En general no hay mucha profundidad. Por lo general son chistecitos dramatizados que no tienen mayor requerimiento escénico ni dramatúrgico.

¿De dónde sale su vena para manejar este tema del humor?

Yo he tenido varios programas de humor. Hice uno que se llamaba “La tuerca”. Despues “La Matraca”. Yamid Amat me vinculó a Caracol para ayudarle con los Secretos de María José, y a los 10 meses se produjo el retiro de Jota Mario Valencia en Sábados Felices y entré a reemplazarlo. Yo lo tomé como un escampadero pero le fui cogiendo cariño y me encarreté. A los dos años, cuando me propusieron una novela, desistí. Ya estaba muy contento con Sábados Felices. El escampadero va en 12 años.

¿Como “turcos” son muy amigos con Yamid?

Tenemos una amistad de casi 40 años. El papá de Yamid y el mío, nacieron en el mismo pueblo, en Ramala. No nos conocimos de niños, pero descubrimos esos lazos.

¿Entonces el turco Yamid es palestino?

Claro. Él es palestino, es de Ramala. El papá de Yamid, era de un pueblito pegado a Ramala, que se llama Betunia y mi papá también.

¿Usted ha vuelto a Ramala?

Nunca he ido. Hubo un alcalde que nos mandó la invitación. ¿Se acuerda de que había un político que se llamaba Faisal Mustafa?, santandereano, que ya murió. Los tres éramos del mismo pueblo, allá se enteraron y el alcalde nos mandó invitar. Nos demoramos en ir. Se retiró el alcalde, se murió Faisal y nos quedamos sin ir.

Mi papá era Ómar, pero como entendían que pudiera ser un apellido, lo cambiaron por Humar. Y en vez de Ibrahim Joseph, lo rebautizaron Alfredo. De la misma manera, Turbay era Tarabay

¿Cómo es el proceso de grabar Sábados Felices?

Una vez al mes grabamos lo que es público, que los cuentachistes, la algarabía que vemos. Otro día grabamos parodia, exteriores, otro día grabamos estudio. La suma total son doce días de trabajo.

Hay jornadas que empiezan a las 7 de la mañana y puedo terminar 11 de la noche, pero eso compensa con tener casi veinte días libres, muerto de la risa.

¿Le interesó el cine?

Nunca en la vida me interesó el cine. Inclusive cuando María Emma estuvo al frente de Focine, me ofreció un buen presupuesto para una película. Le dije que no. El cine no es lo mío. Yo nací en la televisión, empecé en el año 59, teniendo apenas 16 años.

El cine en Colombia, nunca ha existido realmente. Hay intentos, pero industria no. Inclusive los admiro porque me parecen unos héroes, unos quijotes, los que lo hacen. Empeñan la casa, venden el carro, se endeudan, para hacer una película, con la esperanza de que les va a ir bien. Pero terminan perdiendo todo.

En su opinión, ¿cómo ha sobrevivido o por qué ha sobrevivido Sábados Felices?

De por sí el programa es muy agradecido. Se volvió una especie de institución en el país. Somos casi cuatro generaciones. Además, no lo hemos dejado anquilosar, en el sentido de que estamos permanentemente renovando, trayendo gente nueva, modificándole inclusive la parte exterior. El ingreso de nuevas corrientes, de nuevas formas de humor. Hassam, por ejemplo, el último personaje que tenemos, es un humor totalmente diferente. Eso renueva, refresca y oxigena el programa.

¿Es fácil conseguir humoristas?

Muy difícil. Hicimos una cosa que se llamaba La misión del humor. Recorrimos todo el país, se presentaron a concurso más de mil personas. Seleccionamos dos y al final no se vinieron a trabajar con nosotros. A uno le dio miedo. Al otro lo nombraron funcionario público.

¿Ganan bien los humoristas?

Cuando yo entré hace 12 años, da pena decirlo, los sueldos eran absolutamente miserables. Hoy, la mayoría, viven divina y decorosamente, de su trabajo.

¿Protestan los políticos y gobernantes?

Pelear contra el humor es muy difícil. El humor es un arma política en el mundo entero, desde los griegos, y si usted ataca y se enfrenta…puede irle peor.

¿Ser árabe es sinónimo de muchas mujeres, de un haren. ¿Cómo le ha ido en esas materias?

Yo fui muy vagabundo, muy perro, muy gallinazo, como se llamaba en esa época. Era galán de televisión o parecía, porque tampoco lo era del todo. Tenía toda la facilidad porque las niñas se acercaban. Pero yo llevo 36 años casado.

Cuando uno le ha luchado tanto a construir un hogar, cuando ya ha pasado por todo, usted ya no arriesga y no arriesga por una aventurita de un día, porque sabe que eso puede ser motivo de perder todo lo que construyó. Hoy en día la esposa no acepta aventuritas.

¿Cómo es el humor colombiano?

Es muy curioso. Los colombianos tenemos humor para todo, inclusive para las tragedias. Aquí sucede una masacre o un terremoto y a la hora ya están circulando todo tipo de chistes. Pero no aceptamos que nos toquen a nosotros. No hay semana en que yo no reciba por lo menos una carta, una, de alguien quejándose. No entienden que el humor es ridiculizar, si uno no ridiculiza, nadie se ríe.

El ridículo es parte del humor. La gente no entiende y cree que uno está generalizando y que si el personaje es un cura, uno está diciendo que así es el clero. Y lo mismo para los médicos o los abogados. Somos muy susceptibles.

¿Hay una tendencia al chiste fácil, morboso, de doble sentido?

Sí. Yo en eso soy muy cuidadoso. Busco que todos queden contentos y ningun agredido. Sin embargo, manejar ese equilibrio, es complicado.

¿Cómo escogieron a Humberto Rodriguez, “el gato” para presentar el programa?

La función del animador en Sábados Felices no es la de animador propiamente. Aquí tiene una participación muy reducida, apenas la unión entre una sección y otra. Tendría que hacerlo muy mal, para que afectara el programa. De cuando salió Lizarazo, después Jota Mario, después Hernán y ahora el gato, jamás se ha visto modificación en la audiencia por el cambio.

¿No suman?

No, porque la gente ve el chiste, los segmentos del programa. El éxito del programa son sus segmentos, no el punto de unión.

¿Tiene un ranking de humoristas?

El mejor, en este momento, es Hassam, que hace a Pataquiva. Es el nuevo, tiene relativamente mucho menos tiempo que los demás, entonces el desgaste es menor.

¿No han tenido una competencia que preocupe?

Cuando se inventan primeros programas, nos hacen cosquillas, unos pocos se van, pero regresan pronto. La única preocupación que tenemos es la deserción de la juventud, entre los 15 y 25 años. Ahí la audiencia se nos va. Los pelados los sábados no están para ver chistes, les parece ridículo.

¿Qué pasó con Don Jediondo, después de su confesión religiosa?

“Don Jediondo” tiene un contrato aparte, una sección. Él tiene un público, pero no es una persona fácil de manejar, con el resto del elenco.

No respeta libretos, dice bestialidades, todos lo conocemos. Hace su show y se le graba. Marca bien. Esa es la ventaja.

¿A qué piensa dedicarse cuando esté viejo?

Yo me veo escribiendo. Me gusta mucho escribir, relatar, contar cosas, aunque ni siquiera las firme. No me importaría la figuración.

Por ejemplo, le cuento: durante el proceso de paz de Belisario, éste me pidió prestada la casa para hacer los encuentros entre Bernardo Ramírez y el M-19. No lo podía saber nadie, ni el Ejército y mucho menos la prensa. Yo era el anfitrión, servía los tintos, guardaba cosas. Considero que es un privilegio haber vivido ese tipo de cosas, haber visto todo el proceso con todos sus errores y equivocaciones.

¿Qué piensa usted de nuestros políticos y de la política?

Yo creo que hay políticos honestos, pero una mínima parte. La politica se ha ido envileciendo. La corrupción no para y la purificación no llega. Parece como que todo el mundo entrara al Estado, con el ánimo de robar o ver qué saca.

 

 Edgar Artunduaga Sanchez

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Redacción Minuto30

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