Si la famosa terminación del conflicto armado después de 50 años de guerra (más todos los adjetivos lagartos que le ponen al proceso de paz sobre viudas, muertos y huérfanos) hubiera sido en Francia, México o España, se hubieran rebosado de borrachos felices y señoras lloronas la Concordia, la Constitución o Cibeles. Pero en Colombia no ¿qué pasó? Salió el último contenedor “lleno” de armas (6.000 de 18.000 que habían dicho) y la noticia pasó derecho. Allá estuvo Santos, estuvo el delegado de Naciones Unidas, uno de los jefes de la guerrilla, pero, como dice la canción “no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró”.

La razón es muy sencilla, la gente no está feliz debido a la manera como terminó el conflicto. No solo la tumbada que nos pegaron al haber ganado el “no” y fue como si hubiera ganado el “sí”, fue por la cantidad y calidad de concesiones que se llevó la guerrilla, por la manera como nos van a obligar -en aras de la paz- a convivir hombro a hombro con nuestros “hermanos” de las Farc. Y no quiero que esto suene como un discurso de odio o segregación, solo quiero advertir el resentimiento de la población al ver como ese cuento que nos echaron durante tanto tiempo nuestros amigos políticos de que no se llega al poder mediante la violencia, era mentira, sí se llega, y muy cómodo.

Santos cree que la historia lo recordará como un gran negociante, como la persona que logró vender esa casa vetusta y que amenaza ruina que estuvo encartando a la familia durante tantos años. Pero al ver el precio en el que la vendió, toda la familia exclamó: “valiente gracia”, por ese precio la hubiera vendido cualquiera. Así mismo, con esas concesiones, cualquiera hubiera desmovilizado a la guerrilla; a esta y a IRA, ETA, o Sendero Luminoso. Sí, entregaron muchas de sus armas ¿y, a cambio de qué? Así cualquiera. Solo por eso he considerado que el Nobel de Paz es un premio no merecido, pues bajándose los pantalones cualquiera logra cualquier cosa.

Así las cosas, el país vivió el desplazamiento del último contenedor de armas, de esas armas que tantas veces nos mataron, con las que tantas veces nos secuestraron, lograron extorsionarnos y aterrorizarnos, de la manera más plana, con la incomprensible cara de satisfacción del deber cumplido por parte del Presidente y ante el desdén y encogimiento de hombros del país (salvo las focas de la unidad nacional que aplaudieron a rabiar mirando para todos los lados buscando eco en la gente y encontrándose miradas recíprocas de cuestionamiento).

Santos, Barreras y Benedetti se quedaron esperando la tirada de maizena en la 7ª, la 70 o la 5ª, la champaña se quedó comprada y los músicos arreglados pues nadie va a celebrar esa “negociación”, esa claudicación del Estado a favor de quienes tantos muertos dejaron. Y que ahora los mencionados señores no vayan a salir a decir que nos hemos ahorrado muchos muertos, pues esos muertos no tendríamos por qué haberlos padecido, eso es como enviarle una carta de agradecimiento al sindicato de violadores de niños por que ha pasado otro día sin que violen a nuestras hijas: ¡gracias, muchas gracias!

Es más, sin querer ser agorero, este es el comienzo de una polarización peor en Colombia. Esos debates agrios y espesos entre liberales y conservadores de ayer o entre uribistas y antiuribistas de hoy, serán el doble de virulentos y atrabiliarios mañana entre los “farquistas” y “antifarquistas”. Los circos montados por Claudia López o Iván Cepeda de hoy, serán una pelea de guardería mañana entre los demócratas y “voces de paz” o cómo quiera que se llame el partido de las Farc.

Dios libre a Colombia de esa felicidad que sintieron en días anteriores Santos, Jaramillo y De La Calle y que no sea vaticinio de imágenes de sillas surcando los aires del Capitolio, insultos o amenazas sutiles que pensamos que solo era la famosa anécdota del Representante Jiménez en 1949.

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Redacción Minuto30

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