Hace pocos días recibí la llamada de un amigo, invitándome con anticipación, para que el “día de la madre” comparta con un grupo de mamás una charla o conversatorio cuyo tema central está enfocado en “las madres en la cultura colombiana”.

Colgué el teléfono y empecé a pensar qué podría yo compartir a un grupo de señoras llenas de sabiduría en la crianza de sus hijos, no lo niego, empecé a confundirme, respiré profundo y puse en el fogón la ollita despachurrada donde caliento el agua para mi café.

En medio de un silencio prolongado y mirando fijamente la llama azulita que desprendía el gas calentando la ollita, llegó a mi mente la idea de que lo mejor sería hablar acerca de las frases, dichos o regaños más usuales de las mamás. Claro está, sin ofender.

La primera frase que recordé fue la amenaza más usual, “no corra que le va peor…”, preciso, salía uno corriendo y cuando lo agarraban le iba peor.

Hermosa infancia, cómo no recordar que cuando uno desobedecía, la mamá, en medio de sus habilidades poliglotas, decía, “¿…en qué idioma tengo que hablarle para que me entienda?”.

Y la más usual, en la que la madre sacaba a relucir sus dotes histriónicos de adivina, “quédese quieto que se va a caer” …(bis), sin terminar la frase la segunda vez y ya uno estaba en el suelo.

Acéptese o no, nada producía más miedo y terror que la trágica expresión, “en la casa arreglamos”, pela fija, hasta ahí llegaba la alegría de estar en la calle o haciendo visita donde un familiar.

Ya en la casa los regaños y la cantaleta eran al por mayor, y, ante cualquier quejido u oración disonante la mamá decía, “siga contestando y le volteo ese mascadero”, lo mejor era no emitir gemido alguno, ya que ante el más mínimo sonido vocal la advertencia se hacía realidad.

Como no se podía hablar, la mejor herramienta de enojo era empezar a gesticular o mirar feo, ah… lo veía la mamá a uno y decía, “no me abra los ojos que no le voy a echar gotas”. Mejor dicho, ¡qué tarde tan amarga!  Lo mejor hubiese sido comportarse bien y no despertar la ira materna para evitar tanto reclamo y violencia.

Nada disgustaba más a las progenitoras que los hijos renegáramos de la comida y, sin probarla dijéramos, “eso no me gusta”, era entonces el modo, tiempo y lugar para desatar la ira santa y maternal, “hay gente que no tiene que comer y ustedes botando comida…”.

Lo mejor era no contestar, el silencio cada vez se hacía más elocuente, pero, desde la cocina, la mamá en tono más alto replicaba, “claro, como aquí ustedes tienen la sirvienta que les hace todo”.  Sin lugar a dudas lo que pretendía la madre, con las frases anteriores, era provocar una reflexión sobre la hambruna a nivel mundial y llamar la atención por no hacer oficios domésticos, lo maluco era el tonito.

Del mismo modo, en no pocas familias se hizo usual el Sanedrín Romano cuando se trataba de pedir un permiso para salir de rumba o paseo, “lo que diga su papá”, y el otro replicaba, “yo en eso no me meto, lo que diga su mamá”.

Concertada la salida, empezaba la inquisidora madre a preguntar para dónde iba y con quiénes, enterada hasta el más mínimo detalle decía, “esas amistades no me gustan para nada, no me gustan”.

Con calma y respeto uno trataba de borrar la imagen fea de los amigos, la mamá se calmaba y al momento de la despedida resaltaba su autoridad diciendo, “sepa que mientras usted viva bajo este techo y entre estas cuatro paredes, se hace lo que yo diga ¿me entendió?”, en medio de la emoción de poder salir, uno solo atinaba a decir “sí señora”, ya bajo el marco de la puerta y, recibiendo la bendición en el nombre del padre, del hijo… la mamá sacaba su artillería pesada,“…ni un minuto más, ni un minuto menos ¡y ay donde me llegue a dar cuenta que llegó después de la hora que le dije!”.

Obvio, entretenido con los amigos uno llegaba pasada la hora, la puerta bien trancada, la adrenalina se alborotaba cuando uno empezaba a tocar, “toc, toc”, se levantaba la mamá, abría la puerta y decía, muy disgustada, “¡estas no son horas de llegar a una casa decente!”.

Llevaba mi tercera taza de café y seguía pensando y escribiendo dichos, fue así como concluí que no sería prudente hablarles de eso a las mamás, lo mejor será resaltar esas madres enormes que hay dentro de la historia de Colombia y que ayudaron a transformar el país.

De mi parte no pretendo entrar en discusión con nadie frente a los métodos maternales de educación, ni discuto, ni discutiré el antes y el después de la aparición de la psicología, no.

Reconozco y acepto que pertenezco a una época donde la dureza de mis padres se mezclaba con amor y mucha bondad, no todo fue malo, la verdad no me siento frustrado ni retardado, a pesar de los correazos recibidos, hasta hoy, mis amigos me tienen como una persona normal.

Pd: cantaleta moderna, “eso le pasa por andar pegado de ese celular”.

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Redacción Minuto30

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