Lo miles de años del ser humano sobre el planeta tierra, han tenido, casi siempre, la característica de estar gobernados por seres ambiciosos, envidiosos, vacíos, superficiales, esto es, por una legión de mediocres en grado sumo. Han existido períodos cortos, pero fructíferos de hombres ejemplares, de mentes superiores, de seres paradigmáticos, excelsos, auténticos, ilustres humanistas. Aconteció hace más de veinte siglos en Grecia, Egipto, y en menor grado, en la Roma Imperial.   Pero la caída de Atenas, después de la guerra del Peloponeso acabó con el prestigio intelectual y espiritual de la cultura helénica. Atenas, que fue la máxima civilización intelectual, cultural y espiritual, cayó en una aguerrida lucha de clases y los dirigentes se convirtieron en mediocres, vulgares y ordinarios gobernantes odiados por el pueblo. Otro tanto ocurrió en la Roma Imperial, que dió lugar a una decadencia económica, social, cultural y espiritual.

Gustavo Salazar Pineda

Hace más de dos mil años que Eurípides escribió lo que puede decirse de la sociedad moderna del siglo XXI: “No hay nada justo en los tiempos en que vivimos, la política se hace egoísta   …..   no más sustantivos abstractos, como libertad, patria, grandeza”.

Desde entonces aparecieron los demagogos que siempre pregonan, sin sustento alguno ni capacidad de cumplir sus palabras “Queremos que haya un cambio”. Las vanas palabras, carentes de contenido de los demagogos, los hacen indignos intelectualmente, las falsas promesas los desprestigia ante los pueblos.

Los demagogos, caracterizados por ser intelectual, cultural y espiritualmente pobres, superficiales, mediocres, primero se enquistan en el poder ejecutivo, luego en los organismos de elección popular, algunos en los influyentes medios de comunicación y por último anidan en el templo sagrado de la justicia.

Los gobernantes portaestandartes de la vulgaridad, la mediocridad y la bajeza los retrata un historiador en la vida de doce emperadores y los describe magistralmente Eric Frattiní, en la vida de los papas, en los que narra los más abominables crímenes y depravaciones dentro del vaticano.

No en vano acerca de esta repugnante fauna, escribió el pensador Macaulay: “En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos”. Y acertó también José Ortega y Gasset al afirmar: “La demagogia es una forma de degeneración intelectual ……… es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos”.

Tres egregios pensadores y letrados argentinos, desde oficios distintos, han sabido representar y describir la degradación de una sociedad dominada por gobernantes mediocres, vacíos, superficiales, ambiciosos y envidiosos.   José Ingenieros nos legó la más profunda y sabia reflexión a propósito de esta abominable y dañina secta a través de su poco conocido, en nuestro medio, ensayo titulado El hombre mediocre.

Enrique Santos Discepolo, dijo todo lo que se puede decir de la sociedad mediocre, ambiciosa, mentirosa, estafadora y marrullera, en su célebre letra del tango que lleva por título Cambalache.

Ernesto Sábato, pocos años antes de morir, casi centenario, escribió su pequeña obra La resistencia, que es un tratado sobre la degradación de la sociedad moderna, la deshumanización de hombres y mujeres, la enfermedad casi convertida en pandemia de esquizofrenia colectiva, el desinterés por los sentimientos y el apego extremo por la tecnología.

Nuestro culto, irreverente, cáustico y panfletario escritor José María Vargas Vila, dejó para la posteridad un libro excepcional que dibuja con maestría a los vulgares y mediocres gobernantes, dirigentes y altos dignatario de la justicia.

Todos los anteriores coinciden en proscribir y vituperar el poder en manos de lacayos, disfrazados de gobernantes, logreros investidos de políticos o ambiciosos y mediocres vestidos de toga en donde esconden sus bajas pasiones, sus malsanas conductas de burocracia, desgreño del erario público o actos prevaricadores.

Sería objeto de volúmenes y extensas obras literarias las crónicas de las vidas, obras y pilatunas de estos desagradables ejemplares de la vida humana.

Antípodas de los genios, de los grandes artistas de la humanidad los mediocres demagogos.   Llámense presidentes, ministros, parlamentarios o magistrados, sus actos tienen impreso el sello del dogmatismo, pues consideran sus verdades las únicas dignas de aceptar, ser dogmas que otros les imponen y ellos esclavos de fórmulas paralizadas. Al decir de Ingenieros: “Sus rutinas y sus prejuicios parécenles eternamente invariables; su obtusa imaginación no concibe perfecciones pasadas ni venideras”.

Los mediocres o vulgares demagogos que nos gobiernan y dirigen son carentes de individualidad, son apenas sombra de su personalidad, inclinados ellos a vivir de la apariencia, la falsedad y la impostura.

El hombre superior tiene mente creativa, el mediocre, mente imitativa, posan de eruditos y carecen, por cierto, de algún rasgo de sabios.   En la política son promeseros; en la justicia, justicieros antes que ecuánimes juzgadores; en la empresa, engreídos; en la banca, osados y temerarios con el dinero ajeno.

Para ellos no fueron escritas las bellas palabras del emperador Marco Aurelio en sus famosas Meditaciones: “El respeto y la estima a tu inteligencia harán de ti un hombre satisfecho consigo mismo, adaptado a vivir en sociedad y en paz con los dioses …..”.

Los que nos gobiernan, dirigen y algunos que nos juzgan, gustan de la figuración, la alabanza y las venias. Su lema es el que fuera el del malvado emperador Calígula: “Y si los ricos ricos me odian, qué más da, ¡con tal que me teman!”.

El mundo ha estado y está en una jauría de mediocres, de una nauseabunda ralea de seres intelectual, cultural y espiritualmente aparentes, ligeros, fatuos, sólo oropel que brilla sin convencer.   Los rasgos humanos de esta estirpe persisten durante siglos: cortesanos, intrigantes, arribistas y audaces.

Bertrand Russell, agudo pensador inglés, concebía el infierno muy distinto al de Dante Alighieri, “es un lugar donde la policía es alemana, los conductores de automóviles, franceses, y los cocineros, ingleses”.

Yo agregaría que el verdadero infierno, el averno más horripilante, es un mundo dirigido, gobernado y regido por los mediocres y vulgares que han llevado a este planeta al borde de una hecatombe de proporciones bíblicas.

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Redacción Minuto30

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