Angustia extrema, mezclada con profundos cuadros de ansiedad y depresión, a lo cual se sumó un déficit cognitivo, llevó a Antonio*, un niño de siete años, a intentar suicidarse en siete ocasiones; Luisa*, de ocho años y con problemas de atención e hiperactividad, lo hizo en tres oportunidades; y Fernanda*, de 14 años y con dificultades para el aprendizaje, en cinco.
niño triste

Se trata solo de algunos de los 213 casos que conforman el estudio retrospectivo realizado por Rafael Vásquez, docente del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia, y Margarita Quijano, egresada de la Institución. La investigación se realizó en el Hospital de la Misericordia (HOMI) desde 2003 hasta el 2013.

Los expertos determinaron que en 180 casos se trataba del primer intento, mientras que en 20 era el segundo. En este grupo, había 16 niñas y 4 niños, con un promedio de edad de 13 años. Los métodos utilizados para la segunda tentativa fueron intoxicación con medicamentos (11 pacientes), con veneno (cuatro casos), ahorcamiento (dos casos), lanzándose desde las alturas (un caso) y mediante cortadas (un caso).

Según el profesor Vásquez, durante las últimas dos décadas en el país ha habido una tendencia estable de casos de niños menores de 15 años que pretenden quitarse la vida, aunque esto no significa que la situación deje de ser alarmante.

“Lo que se viene registrando con preocupante asombro es la reducción de la edad en la que los menores cometen estos actos, pues aunque se sabe que quienes consideran con más frecuencia la posibilidad de suicidarse son los adolescentes, hoy se registran casos desde los 8 años, en promedio”, afirma el psiquiatra.

Pese a que no se trata de un estudio sociológico, enfatizan los expertos, los resultados de su trabajo sirven para analizar el suicidio infantil en una de las instituciones de salud especializadas en atención pediátrica.

“Perro que ladra sí muerde”

Los investigadores querían ver lo que pasaba en el HOMI en este aspecto, un hospital que tras la entrada en vigor de la Ley 100 empezó a agrupar buena parte de las urgencias pediátricas de la capital colombiana, lo que ha generado una concentración de factores que no reflejan a la ciudad promedio.

“Al hospital envían los niños según el contrato de la EPS y aunque los intentos de suicidio han descendido en toda la red hospitalaria, cuando son remitidos aquí es porque se trata de casos complejos”, comenta el profesor.

Aun así, la mayoría de muchachos diagnosticados no regresan a control, en algunos casos, quizá la mayoría, porque las eps no autorizan las citas o porque tras lo sucedido, las familias hacen un ejercicio de olvidar el incidente, pues se asume como un indicador de que el sistema de crianza no está funcionando.

De hecho, los investigadores se encontraron con una situación muy particular y es que en las primeras 24 horas pueden hablar con el paciente de todo lo ocurrido, pero 72 horas después ni la familia ni el paciente se acuerdan de lo que sucedió. Otra razón por la que estos muchachos no continúan el tratamiento es porque no tienen cómo buscar los servicios de salud o dependen de su familia y esta no quiere mostrar la “llaga”. Sin embargo, los 213 casos estudiados tienen patología, es decir, padecen un sufrimiento crónico con picos agudos de angustia.

“El tema en niños es preocupante y doloroso para los pacientes, sus familias y los tratantes”, afirman Vásquez y Quijano. Sin embargo, aseguran que la literatura médica provee poca información sobre los pacientes menores de edad que lo hacen, posiblemente debido a que existe un subregistro de esta condición como diagnóstico o a que en ocasiones se considera que dicha tentativa es una forma de llamar la atención.

Por eso, una de las primeras advertencias que hacen es: siempre que un niño diga que quiere morirse hay que creerle, pues aunque parezca inverosímil, algunos infantes padecen de un sufrimiento crónico que les hace pensar en quitarse la vida. De hecho, añade el profesor Vásquez, este acto se evidencia cuando todas las soluciones anteriores fracasaron y la situación de angustia del menor es tan extrema que acude a este acto. En otras palabras, “las familias deben entender que los niños sí tienen sufrimiento y que por tanto, ‘perro que ladra sí muerde’”.

El primer Estudio Nacional de Salud Mental del Adolescente Colombiano, realizado en 2011, evidenció que el 11 % de los 1.586 jóvenes de 13 a 17 años que participaron en la encuesta habían pensado seriamente en acabar con su vida. La investigación, desarrollada en 1.070 municipios del país, también determinó que el 7,1 % de los consultados presentaban trastornos de ánimo, como depresión, y registró casos de niños con intenciones suicidas desde los cuatro años.

“No SON bobadas”

En el estudio realizado por los psiquiatras se determinó que los métodos más frecuentes son la intoxicación con medicamentos (59 casos), pues los encuentran fácilmente en sus hogares, 39 intentos ocurrieron con venenos, 13 con otros elementos y cuatro con la ingesta de soda cáustica. Adicionalmente, algunos acuden al ahorcamiento y al lanzamiento desde las alturas.

Sin embargo, muchos fallan en la primera ocasión, por lo que ahí es cuando se hace necesaria una intervención profesional rigurosa, que comprenda control, acompañamiento continuo de los padres y consulta periódica, ya que si no se ofrece ayuda puede volver a intentarlo.

Según estadísticas internacionales, uno de cada seis niños reincide el año posterior al primer intento, si no se le brinda el apoyo necesario para que supere su condición depresiva. En su opinión, la principal ayuda es tomarse en serio a los menores, pues ellos, como los adultos, tienen sus propios conflictos que los agobian.

“Se debe empezar a mirar la infancia sin mitos”, afirma de manera enfática el experto, quien añade que en investigaciones anteriores los estudiosos en psiquiatría infantil entendieron que la gente se suicida por angustia. En el caso de los infantes, aspectos como el rendimiento escolar o la vida social y la imagen que tiene dentro de su propia familia son claves para sobrellevar dicha situación.

Sin embargo, cuando sacan malas notas y dentro de su núcleo familiar empiezan a ser vistos como los “buenos para nada”, se les empiezan a bloquear los accesos sociales corrientes, que en la medida en que no son superados buscan resolverlos mediante decisiones fatales.

“La clave es entender que los muchachos sufren y que en muchas ocasiones esto no tiene que ver con la crianza, sino con conflictos propios de su universo”, advierte el académico y precisa que las personas asumen que como son niños no padecen de nada, no tienen líos. El reto en la crianza es empezar a individualizar a los hijos y dejar de verlos como una manada.

Finalmente, recomienda reconocer y entender que los problemas de sus hijos no son pequeños ni “bobadas”. En su opinión, toda la familia debe estar en una actitud abierta a escuchar al niño y a respetar la interpretación de sus conflictos. También tiene la obligación de orientarlo adecuadamente para superar su situación y acudir a la ayuda profesional cuando sea necesario.


(*) Nombres cambiados para proteger la identidad de los pacientes. Unimedios

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