¡El dinero no compra todo!


Mucho me temo que estamos viviendo lo peor del llamado capitalismo salvaje, donde la cosificación del ser humano, de las naciones, de la humanidad misma, está llegando a niveles insoportables. Y nos damos cuenta de que el dinero no lo compra todo. La pandemia nos lo está diciendo hace meses (hace siglos, si vamos a la historia). Una triste prisión, lo debe recordar cada segundo; una desdichada enfermedad, un mal del alma, la muerte de un ser querido, una vida sin rumbo; la pérdida de valores, que convierte al hombre en un ser ruin.

Muchos afirman, extraviados en el poder o ahogados en su pobreza espiritual, que el dinero lo compra todo, y haciendo gala de ello desprecian al ser humano, patean las instituciones, viven esclavos de banalidades, se entregan a la corrupción en cuerpo y alma (como diría mi abuelita) y se hacen esclavos incondicionales de la codicia, de los bajos instintos, de la soberbia; y le hipotecan el alma al diablo (como en Fausto, la célebre tragedia del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe)  a tal extremo que disponen de la vida humana como si de una baratija se tratase:

Recordando las últimas palabras atribuidas a Steve Jobs, el  fundador de Apple, es imposible no experimentar escalofrío o una dura sensación de que vivimos una vida artificial, hipotecada, inútil, enajenada, al punto que confundimos felicidad con posesión, servicio con tiranía, riqueza material con pobreza espiritual. Si entendiéramos que el dinero debe ir aparejado a la cultura, a la educación, a la benevolencia, a un espíritu manso, comprensivo y humano, tal vez en el ocaso de la vida no tendríamos que repetir (guardando proporciones) las palabras de este hombre que murió multimillonario a la corta edad de 56 años, víctima de cáncer de páncreas. Esta fue su queja, días antes de morir:

“He llegado a la cima del éxito en los negocios.  A los ojos de los demás, mi vida ha sido el símbolo del éxito. Sin embargo, aparte de mi trabajo, tengo pocas alegrías. Al fin y al cabo, la riqueza no es más que un hecho al que estoy acostumbrado. En este momento, acostado en la cama del hospital y recordando toda mi vida, me doy cuenta de que todos los elogios y las riquezas de las que estaba tan orgulloso, se han convertido en algo insignificante ante la muerte inminente.

Podrás contratar a alguien para conducir tu coche, pero no puedes contratar a nadie para que lleve tu enfermedad. Las cosas materiales perdidas se pueden recuperar, pero hay una cosa que nunca se puede hallar cuando se pierde: la vida. Cuando alguien entra en el quirófano, se da cuenta de que hay un libro que aún no ha leído: el libro de la vida sana. Sea cual sea la etapa de la vida en la que nos encontremos en este momento, al final vamos a tener que enfrentarnos al día en que caiga el telón. Atesora tu amor por la familia, el amor por tu esposo o esposa, el amor por tus amigos…, cuídate y preocúpate por los demás… Así que…., espero que te des cuenta de que tener amistades, amigos y viejos amigos, hermanos y hermanas, con quien conversar, reírte, hablar, cantar canciones, hablar de norte-sur-este-oeste o del cielo y la tierra, ¡eso es la verdadera felicidad!”.

¡Pensamos que el dinero, compra todo! Aprendizaje doloroso el que nos comparte el genio californiano. Aprendizaje tardío y lastimero para él. Lección que nos invita a tomar en serio. Tal vez si Steve Jobs hubiese tenido noticias de nuestro Porfirio Barba Jacob, habría dispuesto unos minutos para recitar los versos de Lamentación de octubre que (sumados a otros tantos de sus poemas hechizados) inmortalizaron al poeta santarrosano:

“Yo no sabía que el azul mañana

es vago espectro del brumoso ayer;

que agitado por soplos de centurias

el corazón anhela arder, arder.

 

Siento su influjo, y su latencia, y cuando

quiere sus luminarias encender.

Pero la vida está llamando,

y ya no es hora de aprender.

 

Yo no sabía que tu sol, ternura,

da al cielo de los niños rosicler,

y que, bajo el laurel, el héroe rudo

algo de niño tiene que tener.

 

¡Oh, quién pudiera de niñez temblando,

a un alba de inocencia renacer!

Pero la vida está pasando,

y ya no es hora de aprender.

 

Yo no sabía que la paz profunda

del afecto, los lirios del placer,

la magnolia de luz de la energía,

lleva en su blando seno la mujer.

 

Mi sien rendida en ese seno blando,

un hombre de verdad pudiera ser…

 

¡Pero la vida está acabando,

y ya no es hora de aprender!

 

Poderoso caballero es don dinero, nos advierte el madrileño Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, desde 1600; pero es menester que reaccionemos. No podemos elevar al caballero, a la categoría de gran señor. Colombia ha caído en la red demoníaca del dinero como factor de tiranía, de crueldad, de delito, en vez de riqueza moral, espiritual y social.

“Consiga plata, mijo. Consígala honradamente. Y si no puede, ¡consiga la plata, mijo!”, es la consigna desde hace ya buen tiempo. En Medellín se recita en cada hogar, como si del Padre Nuestro se tratara. Ya pasó la edad en que el dinero, aparejado al respeto, al servicio y a los valores, se notaba en pueblos y ciudades; ahora significa desdén por el otro, competencia feroz que no se detiene a miramientos éticos o legales. El “tener” ha traído incorporada una suerte de manquedad para reflexionar sobre el sentido de la vida; una incapacidad declarada para llegar a la comprensión profunda del verdadero valor de la existencia humana.

Dichosos aquellos que en los instantes postreros de la vida, en esta época arrodillada al dinero, al irrespeto por el otro, a la servidumbre y el delito, pueden cantar en paz y agradecidos, los versos de mi siempre admirado Amado Nervo, el poeta y escritor mexicano que engrandeció a su patria, a su vida y a nuestra bella literatura americana, con su poema En paz:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,

porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

 

porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

 

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

 

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

 

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas…

 

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

 

Juzgue usted, querido lector. Aún es tiempo de aprender la tremenda lección que nos dejó el multimillonario Steve Jobs. Yo me quedo con el mejicano ilustre; me quedo con el poema En paz, un poema que celebra la vida, que canta su gratitud y reconocimiento a la existencia humana.

¡No todo lo compra el dinero!


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