¿Por qué corrijo?


Nos vemos desde adentro; para conocernos mejor, necesitamos sumar lo que nos cuentan sobre nosotros, los demás y el entorno. A la vez, quien cambia por una decisión individual, luego, en su relación con los demás, hace intervenir lo que transformó en sí mismo; en este sentido, toda decisión propia también tiene un impacto social.

Uno de los medios que contribuyen a que nos conozcamos, es que nos corrijan, recurso necesario para el desarrollo personal de quien hace presente lo que debe mejorarse y garantía de querer cuidar a quien es así acompañado, a su familia, amistades, las instituciones y sociedades a que pertenece y las generaciones futuras.

En la relación entre las personas, la murmuración destruye la estima y la unidad; en cambio, la buena corrección da una oportunidad a quien ha hecho daño -a sí mismo y a veces a otros-, no solo para que repare los efectos de su acción u omisión, sino también para que tenga más presente cuál es el mayor bien que puede alcanzar.

En ocasiones no es suficiente pasar por alto un error, hay que corregirlo para reparar el mal causado y evitar otras formas de agresión. Prever y verificar en cuanto se pueda, es bastante sano. Dar con serenidad, cada noche, una mirada de crítica constructiva a la jornada, puede también ayudar a avanzar a buen ritmo, en lo que se puede hacer por sí mismo y por los demás.

De algo o alguien se dice que es correcto, en lo que no se le halla error; en realidad, si no se le conoce un error y lo tiene, no es correcto. “Se ve correcto” es diferente de “Es correcto”. Antes de corregir necesitamos verificar si nuestros referentes coinciden con lo que es.

A ser objetivos nos ayuda mucho profundizar en el modo como vivimos aquello en lo que deseamos corregir; es frecuente hallar que también debemos exigirnos más por ser coherentes con el bien que podemos mejorar, en el que deseamos ayudar a que otra persona cambie.

Corregimos acerca de lo que parece que puede ser más perfeccionante para un ser humano; quien valora a otro tiene en cuenta que, mientras tenga uso de razón, siempre le puede ayudar a ser mejor realidad corporeoespiritual, o al menos, cuando no tiene conciencia, tratarlo a la altura de estas perfecciones constituyentes.

Se corrige porque una persona humana no es una idea, un deseo o modo como se es afectado, sino otro de la misma especie, una de las realidades que posee mayor perfección en el universo conocido; por eso merece que se le acompañe a ser aún mejor.

La corrección debe desvelar este reconocimiento a quien es considerado como equivocado, es un modo de facilitarle que avance en coherencia con la dignidad de su ser. Con el ejemplo de que otro le corrige, recibe un estímulo para continuar aprendiendo -siempre se puede más-, a discernir mejor entre error y acierto.

Se corrige por cariño o, al menos, con la confianza en que, por su dignidad inherente de realidad corporeoespiritual, el ser humano tiene la necesidad y por lo tanto, el derecho, a que se le ayude a evitar el error y a rectificar. Cada uno merece que se le facilite, con buena intención, delicadeza y diligencia, que se entere de sus errores y, si lo necesita, que también se le ayude con otros medios, a solucionarlos.

Hacer esto suele entenderse como lealtad y facilita quedar agradecido y con ganas de reencaminarse, reestudiando y ponderando mejor, para alcanzar lo que es lo más acertado, lo que a uno lo hace la mejor persona posible.
Una buena corrección puede tener impacto individual infinito, por serlo el espíritu de cada ser humano.

Habitualmente a quien recibe este remedio, le cuesta aceptarlo, por ejemplo, porque quien obra pensando que corrige está evidentemente equivocado, o porque se presenta al corregido su falencia -una incoherencia entre lo que es y su obrar, y siente dolor por múltiples causas posibles, como la de haber agredido sin advertirlo.

Quien corrige puede sufrir porque sabe que causa posiblemente esto, pero si valora más a la persona y los bienes que se derivan de que esta rectifique, asumirá deliberadamente, como un mal menor, las reacciones negativas, temporales o definitivas, que esta pueda tener, en lo que depende de la reacción de quien es corregido.

Un ser humano vale más que el miedo y que el sufrimiento, a veces inevitables; por eso no se centra su atención en estos, sino en lograr un bien mayor, y en función de este, asume y gerencia los efectos, menores y no deseables, que pueden suceder mientras se alcanzan ciertos bienes.

Quien valora más a otra persona que la relación que tiene con ella, sabe arriesgar ese vínculo cuando es necesario, con tal de procurar el mayor bien posible a sí mismo y a la otra persona. Incluso cuando hay un abuso con mutua complicidad, de la que es difícil salir, es mejor señalar el bien que se considera mayor que esta complicidad y cortarla, porque lo reclama el mayor bien de los dos seres humanos.

Al corregir se evidencia la confianza, basada en las perfecciones de quien ha recibido un estímulo a su mejora personal, en que puede reconocer un bien más grande que es capaz de alcanzar y se le expresa la apertura y acogida a su valor como ser humano, que se evidencia en que se le acompaña con este estímulo, a que, si desea, logre hacer de sí mismo un bien aún mayor.

Saber estimular a ser mejor, implica la delicadeza de quien conoce bien que posee la misma fragilidad y grandeza de la humanidad que tiene en común con quien va a recibir la corrección: procura corregir como sabe que le estimularía más, ser alentado a mejorarse. Intenta hacer la corrección con un lenguaje que señale mejor la forma y el fondo, de un mayor bien alcanzable.

Saber corregir es una de las expresiones más elocuentes -aunque suponga esfuerzo, riesgo e incluso dolor-, de amar y ser amado.

Quien corrige conoce que, al ser acompañado a perfeccionarse, precisamente porque también es una realidad espiritual, se le confirma en su capacidad de reaccionar amando, aunque a causa del orgullo, que es una deformación en el modo de valorarse, se corre el riesgo de que este estímulo, por bien hecho que se dé, se use mal y lleve a un distanciamiento en vez de fortalecer la unión que correspondería a la intención recta de quien corrige, que no condena ni recrimina, sino que es movido en su corazón por el deseo de que quien es corregido se fortalezca porque otro le ayuda a ver en qué de él hay miseria y así le da la oportunidad de liberarse de esta.

Corregir es, al menos, un lenguaje de respeto a quien necesita esta ayuda para hacerse mejor persona.

Es necesario identificar el momento y modo oportunos, sin cometer la imprudencia de hacer que pase el tiempo más favorable para hacer la corrección, que se hace generalmente a solas, además de procurar siempre que sea con cariño, a la cara, resaltando el bien que es la persona y el que puede alcanzar al corregir su error, y su impacto social positivo, todo con brevedad. Si la reacción es negativa, suele ayudar guardar silencio y conversar serenamente después.

Se facilita si se tiene en cuenta que hay personas que, por su evidente orgullo, mal uso del poder, marcada influencia de ideologías sin base en evidencia científica, inmadurez o, por la complejidad de sus características psicológicas innatas y adquiridas, requieren que la corrección se les haga ante otra persona, suficientemente madura y cercana a quien va a ser corregido, y previa consulta a alguien entre quienes más la conocen y quieren.

No siempre coincide que quien se da cuenta de un error que alguien necesita que se le ayude a reconocer y corregir, sea el adecuado para caer en cuenta de ese fallo. Pero tampoco esto debe ser motivo para dejar inerme al equivocado, sin la defensa, respecto de sí mismo y de los demás, que le supone que le ayuden a superarse.

Se corrige según el bien afectado, advirtiendo sobre este daño en contraste con lo que debió lograrse, y las causas y efectos de ambos, esto ayuda para que la persona vuelva a centrarse en su ser y el de los demás, y su respectiva razón de ser, a la que cada decisión y acción debe suponer el mejor avance posible. Aportarle de este modo, es facilitarle a tiempo, que vuelva a encontrarse y a ser benévola consigo misma y todos en quienes puede influir con sus decisiones y acciones.

Se corrige para que la persona esclarezca la diferencia de bien entre el que tiende a elegir, y el mayor por el que puede optar; es ayudarle a que se libere del error y sus consecuencias negativas.

El corregido necesita apertura a lo que es, para darse la oportunidad de ponderar lo que se le da a conocer y revisar su actitud, el fin que busca y lo que este implica para sí mismo y para los demás.

Es justo que el corregido, de modo independiente a si quien lo amonesta tenga o no razón, reconozca que está haciendo un esfuerzo ejemplar de ejercer la intención recta y leal, de ayudarle al amonestado a salir de lo que honestamente considera un error y que, por esto, merece un buen trato, incluso si le han faltado datos o capacidades, y no acierta en el contenido o el modo de corregir.

Ya se le ayudará también, en el momento oportuno, porque tiene igualmente derecho a que se le enseñe a superar sus errores.
Incluso cuando a quien es corregido no le fue posible reaccionar a la corrección positivamente, desde el principio, quien corrige tiene la paz -el efecto de vivir ordenadamente su amor-, de haber facilitado a otra persona que se vuelva a centrar en procurar para sí misma y los demás, el mayor bien posible; tiene el consuelo de haberla tratado del mejor modo, que es la altura que corresponde a la relación entre dos seres humanos.

Al menos la víctima de los efectos negativos de la mala reacción del corregido, no ha dejado de hacerse mejor persona porque ha comentado el error con quien lo cometió, que es quien necesita conocerlo y puede rectificarlo.

El cerebro tiende a que la persona repita y haga habituales sus conductas, tanto las positivas como las negativas. Cuando no se reacciona bien ante el error de otro, se suele iniciar una actitud de falta de unidad con el equivocado no corregido a tiempo y con más facilidad se cometen luego acciones violentas con él. Ya es violencia abandonarlo a su error y hacerse cómplice con él, contra los que pueden verse perjudicados por ese error y otras conductas negativas que más fácilmente puede cometer porque se le dejó solo, sin la oportunidad de rectificar de modo completo y a tiempo.

Es una fantasía que la persona se diga a sí misma que tendrá la fuerza de voluntad necesaria para cambiar en otra ocasión; esa no es su tendencia cerebral, le costará cada vez más, necesita aprender a conocerse mejor; desear autogestionarse de modo responsablemente libre, no es suficiente para lograrlo, se necesita hacer el esfuerzo, cada vez más ayudado por la tendencia que crece al ritmo de los actos, para hacer habitual la tendencia a contradecir el error que se desea evitar definitivamente, pero en lograrlo nos jugamos el mayor bien que podemos hacer y facilitar en la convivencia humana: ayudándonos, ser las mejores personas que sea posible.

Comprendemos por qué solemos guardar más dentro de nuestro corazón a quienes nos han corregido.


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