La inspiradora historia de la pastusa rebelde que se fue a la guerra y regresó heroína


En 1932 el puerto colombiano de Leticia fue invadido por civiles peruanos, desconociendo el Tratado Salomón-Lozano de 1922. En este, Perú reconocía la soberanía de Colombia sobre los territorios comprendidos entre los ríos Caquetá y Putumayo; asimismo, le cedía el Trapecio Amazónico, con poblados como Leticia, donde vivían miles de peruanos. El pusilánime presidente peruano Luis Miguel Sánchez Cerro, en principio no estuvo de acuerdo con la invasión, pero luego por presión de la opinión pública cambió radicalmente su posición. Sánchez Cerro sería asesinado pocos meses después por un contradictor político y asumiría el militar Oscar Benavides.

Con la desventaja militar geográfica y logística, Colombia debió enfrentar una guerra en la que debieron participar centenares de compatriotas, la mayoría reclutados voluntariamente. Aquellos eran tiempos de evidente marginación de las mujeres cuyos roles estaban más circunscritos a labores de hogar y ni pensar que podrían equipararse a los hombres. El machismo era acentuado y muy aceptado; la guerra convocaba a hombres jóvenes para defender la patria.

Una voluntaria pastusa al frente

Por aquellos tiempos en la ciudad de Pasto, frente al Batallón Boyacá vivía una humilde familia que batallaba para sacar adelante a sus siete hijos. El padre era policía y la madre hacía pan, también se ayudaban lavando en un río cercano los uniformes del ejército. Entre todos sobresalía una hija, la segunda de siete hermanos, Clara Elisa Narváez Arteaga caracterizada por una gran solidaridad y generosidad, eso sí con carácter fuerte. Un buen día que salió a vender pan, llamó su atención un tumulto del ejército y los gritos de un oficial ¡Gente, gente para la guerra!. Se distrajo y terminó regalando el pan a quien más lo necesitaba.

Su madre se enfadó y la regañó, quedando Clara resentida. Pero al ver que necesitaban voluntarios para ir a defender la patria en la guerra contra Perú, vio una gran oportunidad para su rebeldía, a pesar de la barrera del machismo. Era una jovencita de 21 años, frágil pero segura de sí misma. Frente a su casa se hizo una montonera de gente. A eso de las 5 de la tarde salió un coronel y a los presentes les dijo: ‘Un paso adelante los hombres que quieran ir a la guerra’. Nadie se animó, tal vez por miedo a la muerte. Clara Elisa dio el paso al frente y gritó “Me voy”. El coronel sorprendido la increpó,” pero si Ud. es mujer”. Ella insistió con decisión: “No importa, quiero ir”. A regañadientes la dejaron pasar.

El coronel a cargo del reclutamiento intentó persuadirla hasta último momento sobre la inconveniencia del viaje, pero ella se justificó: “cuando de defender los intereses de la patria se trata, los militares dejan de mandar y es el pueblo el que se pone al frente y yo soy del pueblo”. Esa misma noche se quedó en el cuartel del Batallón Boyacá para evitar que la dejaran. Le entregaron la dotación militar: kepis, pantalón, camisa y botas. Su menudo cuerpo quedó debajo del uniforme de guerrera.

En el frente de batalla

Clara lo contaría posteriormente: “Partimos a las cuatro de la mañana y mi mamá se vino a enterar a las ocho de mi salida. Fueron varios días de caminar por la selva, recorriendo varias veredas. Me cortaron el cabello y quedé casi calva, parecía hombre. A los 5 días de camino escuché que llegábamos a Puerto Asís”. Por esos días había muerto un cabo de nombre Pedro. Se distinguía por portar una cinta para mostrar su labor solidaria. Dicen que su última voluntad fue que la cinta se le diera a un soldado destacado. Un teniente de apellido Lozano por el arrojo de la mujer soldado nariñense, le otorgó la cinta. Desde ese momento Clara Elisa fue conocida como el “Cabo Pedro”.

La mayoría de soldados no sabían que iba una mujer con ellos. Solo fue cuando uno de ellos enfermó en la travesía, Clara Elisa (Cabo Pedro) se ofreció a socorrerlo. Tenía conocimientos de enfermería por un curso realizado y trató al recluta con aguas medicinales y emplastos vegetales. En ese momento todos supieron de su presencia y muchos protestaron, ya que era un regimiento de hombres, además era la misma muchacha que diariamente llevaba y traía la ropa al Batallón Boyacá, que los servía a ellos mismos. Ella de forma enérgica se defendió.

Sus superiores agotaron todas las posibilidades para que se devolviera, el “cabo Pedro” era tozudo y nadie la doblegó y siguió adelante. Posteriormente se ganó el respeto y afecto de sus compañeros que debieron volverse solidarios ante las inclemencias del tiempo y las hostilidades de la guerra. Varios enfermaron, lo más común era la presencia del paludismo e infecciones en la piel. Clara Elisa acudía a las plantas, las maceraba y les friccionaba o preparaba bebidas calmantes. Debió atender casos graves de diarreas en varios soldados. El cabo Pedro, ante la falta de antibióticos, los trataba con gotas de agua oxigenada (antiséptico solo de uso externo) en un vaso de agua.

La escasez de medicinas y la falta de dotación hospitalaria, convirtió al cabo Pedro en la enfermera ideal, para darle apoyo al único médico asignado para toda el área de guerra. De allí que los soldados y oficiales estuvieron siempre agradecidos, brindándole todas las consideraciones del caso. Dado su origen familiar muy conservador, dicen que se la pasaba rezando y pedía insistentemente que un cura fuera a darles misa, así sea una vez por mes.

Pero su clase de guerrera fue notoria, se destacó en el frente y se le otorgó el grado de Cabo Segundo. No se amilanaba con nada y fue uno de los principales apoyos de sus compañeros en todo sentido. Incluso fueron famosas sus gestas al robarles repetidamente comida a los oficiales y al rancho, para entregársela a los soldados hambrientos y en malas condiciones. Por ello fue sancionada muchas veces al aislamiento e incluso físicamente lo cual soportó con estoicismo.

Dicen que un general peruano estaba impactado con la suboficial colombiana y quería reclutarla con las mejores condiciones para su ejército, pero ella se negó rotundamente. Jamás traicionaría a su patria por ninguna oferta por más atractiva fuera. Alguna vez ya terminando la guerra dicen llegó un ilustre visitante que le ofreció llevarla a Bogotá, era nada menos que el ministro de Guerra quien sorprendido por su valentía, desempeño y aporte, él mismo la ascendió a Cabo Primero.

Las condiciones en que se desarrolló este conflicto fueron absolutamente inhóspitas, los desplazamientos eran a pie y en medio de la selva. Los riesgos de contraer múltiples enfermedades tropicales eran muy altos, lo cual minaba la capacidad militar. En eso fue clave la cabo Clara, quien cumplió múltiples funciones no exentas de gran sufrimiento y desconexión total de la familia. Los medios de comunicación con la familia eran casi nulos, lo cual hizo más difícil el trance de la guerra.

Fin de la guerra y la vuelta a casa

El 25 de mayo de 1933 se firmó un protocolo en Ginebra (Suiza) declarando el final de la guerra, se ordenó el retiro de las fuerzas colombianas acantonadas en la frontera amazónica. El 25 de junio de 1933 las tropas peruanas se retiran de Leticia, entregándola a la delegación de la Liga de Naciones, y el conflicto finaliza.

La vuelta a casa también la hicieron a pie a través de trochas de paso complicado. Atrás quedaron el ajetreo, el hambre, el cansancio, el estrés de una emboscada, el olor a pólvora, el ruido de las balas, la furia del río y todas las inclemencias del tiempo juntas del Amazonas. Todo era un recuerdo melancólico. Entrando a la ciudad sintió el vitoreo de la gente y el propio alcalde de Pasto, Dr. Braulio de la Rosa salió a recibir al victorioso Batallón Boyacá. Dicen que al saludar a la joven soldado, le manifestó; “A sus pies me arrodillo, gran heroína”.

Después de más de un año en el frente, se despojó de su uniforme militar y recibió de nuevo por fin ropa de mujer. El Congreso de la República propuso ascenderla de Cabo Primero a Sargento Segundo y enviarla en comisión a un hospital militar. Al reencontrarse con su madre, esta le recrimina como si se hubiera ido a una fiesta sin permiso: “Ojalá que esto te haya servido para cambiar y no te vuelvas a ir de aventura”. Pero ella contestó: “Cuantas veces me solicite la patria, allí estaré. ¿Acaso mi papá no participó en la Guerra de los Mil Días?” Desde ese momento no se volvió a tocar el tema.

Clara Elisa jamás imaginó, que un acto de rebeldía contra su madre la llevaría tan lejos, que se convertiría en la primera mujer soldado de Colombia, pero sobre todo que haría historia para siempre como una de las grandes heroínas del país del Siglo XX. Una heroína no reconocida oficialmente ya que jamás recibió una pensión como veterana de guerra, ni vivienda, como sí ocurrió con tantos combatientes nacionales.

Apostilla: Clara Elisa posteriormente conocería en Popayán a Luis Fernández Peña, con quien se casó y formó una familia en esa ciudad donde nacieron sus hijos, nietos y biznietos. A la edad de 87 años, la inolvidable “Cabo Pedro” o la ya señora Clara Elisa Narváez de Fernández, falleció en 1997 en Popayán.

Fuente: Documentos Museo Militar de Colombia
              Academia Nariñense de Historia (Lidya Inés Muñoz)
              Fuentes humanas (allegados) en la ciudad de Popayán.


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