Opinión

Una decisión para nada baladí

Nueva York acaba de experimentar uno de los acontecimientos culturales más trascendentales del año, el cual, curiosamente, no se trata de una apertura ni de una inauguración sino todo lo contrario, de un cierre: la clausura hasta 2030 del Cantor Roof Garden en la azotea del Museo Metropolitano de Arte (MET), la icónica terraza que durante décadas ha permitido a sus habitantes apreciar hermosas vistas de la ciudad mientras respiran el prístino aire de Central Park. Un lustro de obras estructurales que le permitirá a esta prestigiosa institución reflexionar en silencio sobre la clase de museo que quiere ser en el futuro. Una decisión para nada baladí que podría marcar la línea editorial para el resto del gremio.

El fin de semana anterior a la fatídica fecha en la que se echaría temporalmente el cerrojo, las filas para subir a disfrutar una última vez de este maravilloso espacio eran absolutamente kilométricas. “Son 45 minutos hasta el ascensor” nos advirtieron a la entrada y así, sin darnos cuenta, terminamos alineados con cientos de personas más, cuales vértebras de un larguísimo perro salchicha, mientras nuestra formación de espera atravesaba múltiples salas de exhibición ante la vista atónita de los visitantes que no tenían muy claro qué estaba pasando. Entre bustos griegos y efigies romanas, ambos indignados tras su mutismo arcano por nuestra estorbosa presencia estática en aquel santuario de la historia, lentamente fuimos avanzando hasta que llegó nuestro turno.

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Arriba, el mirador es muy sencillo. Con apenas un par de bancas para sentarse y un bar que te sirve cocteles y vino de máquinas expendedoras como si fueran sorbetes de gasolinera, pero a precio Nueva York, se te queda un espacio poco pensado para la permanencia y más ideado para la foto de un bonito atardecer directa a tu Instagram. Un caramelillo para redes sociales que muchos influencers, fáciles de identificar en la fila por sus ropas engalanadas y sus cámaras en mano, no dudarán en aprovechar en busca del “me gusta”, el compartir, el comentario y la suscripción dándole a la campanita. Una dinámica tediosa que no sólo no da réditos económicos tangibles para el museo, pues el acceso a la terraza es gratuito, sino que incluso afecta las demás propuestas de valor del centro.

Cafeterías dentro de museos hay muchísimas en Nueva York, desde el MoMA hasta la Morgan Library, siempre encontrarás quien te venda un café o un Chardonnay si te pilla el antojo, pero ninguna de ellas trastoca el flujo de visitas como pasa con el Cantor Roof Garden. No son pocos los pasillos con tesoros antiguos que han debido bloquearse para cercar con un laberinto de cordeles de terciopelo el camino de aquella serpiente humana de cada fin de semana. Sus vistas privilegiadas, imposibles de replicar en la actualidad (ni siquiera desde su ilustre vecino, el Guggenheim), podrían hacer que la nueva terraza del MET naufrague en su propio éxito si la reforma, que ya ha comenzado, no consigue encontrar el punto medio entre el arte atemporal de sus paredes y las efímeras publicaciones en redes sociales.

2025-11-10

Publicado por:
Minuto30.com

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