Cada vez hay más especialistas que valoran más la interpretación emocional del cáncer por lo que sanar las emociones es parte básica del tratamiento.
Todas las enfermedades, desde un constipado hasta el propio cáncer, poseen una causa física y otra psicoemocional. No es que haya enfermedades psicosomáticas y otras no, es que todas las enfermedades tienen un componente psicosomático.
De hecho, es precisamente esa causa no visible la que desencadena o abona el terreno para que posteriormente se desencadenen y tengan lugar los síntomas de la enfermedad, es decir, para que ésta se manifieste corpóreamente.
Para entender la psicosomática del cáncer primero hay que entender cuál es el mecanismo básico de esta enfermedad
Cuando las células del cuerpo humano están sanas obedecen a un programa interno que si se tradujera al castellano vendría a decir algo así como Consagraré mi existencia a la comunidad de la que formo parte. Pero cuando una célula se vuelve maligna dicho programa cambia a otro un tanto más perverso, algo como Consagraré mi existencia a mis propios intereses.
La célula sana, como digo, se entrega en cada momento al bien común y cuida de las demás células, mientras que la célula maligna va a su aire (fermentación, hipoxia) y no dudará en perjudicar a las demás en la consecución de sus objetivos.
Esa primera célula maligna pronto encuentra otras que le siguen hasta que unas y otras conforman un todo (parénquima) que se segrega del resto de células (fase de diferenciación) Puede que más tarde esas células descarriadas migren a otras partes del cuerpo para hacer de las suyas (metástasis)
Sin embargo, en este proceso de crecer, multiplicarse y arrasar con todo lo que encuentran en su camino (fundamentalmente, recursos y energía) las células malignas no son conscientes de que más tarde o más temprano consumirán todos los recursos del territorio en el que se desarrollan (organismo), por lo que al final ellas mismas perecerán por agotamiento de dichos recursos (caquexia, muerte)
A la luz de esta visión, no sorprende que el cáncer sea una de las enfermedades con mayor arraigo y expansión de nuestra sociedad, porque, de hecho, la Humanidad en conjunto se comporta, literalmente, como un cáncer: creciendo y multiplicándose sus individuos de una forma maligna, arrasando (esquilmando) todo lo que encuentra a su camino en esa persecución a ultranza de sus propios intereses, contaminando el medio en el que vive hasta poner en peligro su propia existencia.
Llegados a este punto, y tendiendo en cuenta que el cuerpo es una expresión física, y muy fiel, de nuestra personalidad (plano psicoemocional), no resultará difícil atar cabos y darse cuenta de que el cáncer pueda afectar a un sector muy importante de la población.
Pero, ¿qué puede haber de maligno en la conducta de una encantadora anciana que lo padece?. Se explica a partir de un caso concreto:
Se trataba de una mujer que a los cincuenta y cinco años descubrió que su marido tenía una amante. Este hecho provocó un gran shock en ella (todos los cánceres comienzan con una experiencia chocante o traumática que conmueve al individuo, provocándole un conflicto de envergadura que se alarga mucho en el tiempo), un acontecimiento que le marcaría profundamente en lo sucesivo.
Dicha mujer cayó en una gran depresión (que deprimió gravemente su sistema inmunitario, el cual no pudo mantener a raya ni combatir a las primeras células malignas). Un hecho que le llevó a infravalorarse y a aislarse más y más en su mundo (ir a su aire), torturándose con la idea de que ya no era una mujer atractiva y que su vida, sin su marido pendiente de ella, ya no tenía sentido. De ese modo, desarrolló un cáncer de pecho que la llevó al borde de la muerte, aunque finalmente la referida se curó (resolvió el conflicto originario y cambió radicalmente su actitud)
Independientemente del camino que uno elija para curarse (medicina moderna o medicina natural), el cáncer exige un replanteamiento vital y un cambio profundo de actitud (tal como muchas de las personas que lo han superado comentan): salirse de uno mismo, romper ese aislamiento (burbuja), respirar hondo (oxigenarse), crecer en la autoestima y cultivar una actitud positiva (nada mejor para subir las defensas)
Sobre todo, comprender que uno no vive separado de los demás sino que todos vivimos insertados en una sociedad, en un entorno humano, al que conviene contribuir aportando armonía, cuidando de uno mismo y respetando al prójimo.
Comprendiendo que nuestros actos trascienden más allá de nosotros mismos, y que la prosperidad individual y colectiva pasa por tener en cuenta a los demás (conciencia de grupo) y velar por el bien común.
Por cierto, ¿sabías que un grupo de científicos han descubierto sustancias anticancerígenas muy potentes en las hormigas?
Seguro que no es por casualidad.
Con información de enbuenasmanos.com
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