Para sorpresa de nadie, puesto que estas cosas son de lo más visto, acaba de ser publicado un libro contra la Iglesia: Sodoma, que promete ser la revelación de la corrupción en el corazón mismo del catolicismo, Roma, y pretende exponer la decadencia moral de la religión católica, desde sus más altos jerarcas. El texto es obra de Frédéric Martel, un sociólogo y periodista francés, abiertamente homosexual que supera ya el medio siglo de vida, y que ha obtenido, de hecho, bastantes logros en su carrera académica, política y cultural.  Empecemos afirmando lo que evidentemente tendremos que concluir: es un intento de novela fabulosa que hasta para teatro de opereta podría servir de guion.

Iniciación: datos y cifras

Desde el prólogo de Sodoma, para un lector medianamente atento y desapasionado, es fácil identificar a dónde se va ir a parar. De hecho, no hace falta leer todo el cuerpo del trabajo que posa de obra rigurosa y científica, para darse cuenta de que sus lineamientos obedecen a un meticuloso plan refrito desde tiempos inmemoriales: atacar a la Iglesia con cifras, datos, y estadísticas; con fuentes en nombres y números, que se han venido prestando siglo tras siglo para la misma campaña de difamación, cuya apariencia o nombre cambia, según cambian las eras.

Que se publique simultáneamente en muchos países nos deja saber de la onerosa inyección económica y del cuidadoso plan orquestado para tal fin: es toda una operación en la que difícilmente se puede prever el éxito o el fracaso en ventas del libro, y por lo tanto implica una inversión peligrosa. Pero se hizo sin reparos, porque su propósito es claro.  Y como habría de esperarse, no es de ningún modo casualidad que su anuncio y publicación coincidan con la reunión convocada por Francisco en Roma para tratar con los obispos del mundo el delicado tema de los abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia. ¡Voilá!, lo de siempre: en tiempos sensibles, lancemos una bomba. Con una adición: es difícil imaginar que las librerías se verán atiborradas de compulsivos compradores de un libro que solo llama la atención por el morbo que genera el tema, pero de quien nadie sabe qué tan objetivo, riguroso e investigativo será. (de hecho, a pesar de lo rimbombante en sus cartones, ¿quién es el que lo escribió?). El primer lector que lo tenga, se verá enfrentado a la realidad: insinuaciones en vez de documentación, guiños y suposiciones, en vez de certezas; premisas, opiniones y conjeturas, en vez de realidad.

Anticipemos rápido la conclusión, y de hecho es el principal propósito del autor: afirmar que el 80% de los clérigos vaticanos son homosexuales. Le va mejor a los seminarios y conventos, con un 60 o 70%. Lo que no es un lío para él, que es abiertamente homosexual. Lo que dice denunciar es la hipocresía reinante y la doble vida del clero que, mientras de frente ataca la conducta homosexual, en privado es capaz de sostener relaciones con personas del mismo sexo. En sus páginas, veladamente el autor presenta la idea de normalización de la homosexualidad, y más bien la denuncia es que haya una doble visión de ella en la Iglesia. Vaya, toda una táctica: cambiar el foco tradicional de la preocupación, es una novedad en los antiguos métodos de ataque a la Iglesia.

Nudo: la tesis central y las falacias Ad hominem

El foco del asunto parecer ser que lo que el autor llama homofobia es un modo de ocultar una latente inclinación homosexual.  Martel explica así cómo se llega a tan alto porcentaje de consagrados homosexuales: cuanto más condenan la homosexualidad, sostiene el autor según este postulado, más homosexuales son. No sé si actualmente esta tesis tenga alguna relevancia en el mundo de la ciencia o la biología. Para el autor, no hay un “lobby gay” en el vaticano conformado por unos pocos, como se ha dicho muchas veces recientemente, sino un auténtico ‘sistema’ al que –según él-  pertenece la mayor parte del clero. El punto sobre el que pone su atención, es la siembra de la duda sobre si sus miembros son o no practicantes, no si son o no homosexuales. Saña pura. Al respecto, recuerdo muy bien la frase de Voltaire: “calumniad, calumniad”. Sí. De la calumnia, algo queda, así sea la duda. Vieja táctica, y como es evidente, es un teorema sin ninguna comprobación.

Para llamar la atención y poner falaz ‘peso’ a sus argumentos, Martel se centra en el viejo método de atacar a las personas: Sodoma pone en el muro de señalamiento gay –so pretexto de ser los más “homofóbicos”- a varios hombres poderosos del pontificado de Juan Pablo II: los cardenales Angelo Sodano; quien fuera Secretario de Estado; Stanisław Dziwisz, histórico secretario personal del Papa Wojtyla; y Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia entre 1990 y 2008. El cardenal colombiano es el que peor parado sale: Sostiene que tenía un apartamento en Medellín al que llevaba prostitutos. Una vez más, todo conjeturas y opinión personal. ¿Dónde y cómo lo podríamos comprobar?

De los altos jerarcas de tiempos más recientes dispara al cardenal norteamericano Raymond Burke, al igual que al alemán Gerhard Müller, ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Todos ellos son justo quienes, con mayor entrega, conocimiento, y fidelidad han expuesto y defendido la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la práctica homosexual.   Bajo la sombra oscura de la poco seria teoría según la cual todo homofóbico es en el fondo homosexual, claramente tenían que salir estos nombres a lucir la culpa que el señor Martel les quiere imputar.  Al cardenal Burke, fiero león defensor de la verdad cristiana, el autor dedica un capítulo entero en el que se le describe como la cabeza de la causa anti-gay, y precisamente por eso es sospechoso de tener tendencias homosexuales, aunque no hay un solo testimonio que le acuse de ello o de complicidad en los abusos. Simplemente, no lo hay. La caricatura que hace de Burke, le sirve para darle fuerza a su floja teoría, repetida como canción infantil: «Cuanto más homófobo es un prelado, más probable es que sea homosexual». Y, al revés, aplica la misma lógica ilógica: «cuanto más pro-gay es un prelado, menos susceptible es de ser gay». Falacias ad hominem. Si estas son las premisas –y lo son- ya podemos hacernos una idea del rigor académico y científico de los estudios de Martel.

Desenlace: la “clave de interpretación”.

El sociólogo presenta la homosexualidad como clave de interpretación de todos los sucesos eclesiales de épocas recientes (baste mencionar los escándalos financieros que involucran al IOR, la repentina dimisión de Benedicto XVI, los consecuentes Vatileaks, los casos de abuso y pederastia, etc). Según él, la decadencia precipitada de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada hoy, está relacionada con la homosexualidad. Ese es su único prisma, no tiene otro por el cual mirar. Y lo explica con un disparate peor: sostiene que hasta la revolucionaria década de los años sesenta, los jóvenes que tenían tendencias homosexuales, para no exponerse al rechazo y la discriminación, solo encontraban refugio en la vida sacerdotal; pero que al llegar la liberación sexual y la ruptura de los paradigmas morales en los años setentas, las vocaciones se redujeron de forma natural, no precipitadamente. O sea que luego de ya no sentirse perseguidos, a partir de las últimas dos décadas, los jóvenes con tendencias homosexuales no tienen temor de no casarse y por eso optan por elegir carreras y profesiones seculares, lo que hace que en la Iglesia ya no haya vocaciones.  Esta estulticia no es digna ni de analizar.

Epílogo

Martel afirma haber entrevistado durante cuatro años a más de cuarenta cardenales, una cincuentena de obispos, nuncios apostólicos, guardias suizos y sacerdotes en general. El resultado es un volumen de casi 600 páginas, cuyo dato más sorprendente es que en el Vaticano cuatro de cada cinco sacerdotes serían homosexuales.

Con objetividad, ¿se puede dar crédito a tesis salidas así de la opinión? Ciertamente, no. Pero el libro, como cada ataque orquestado era tras era, siglo tras siglo, en contra de la Iglesia, como siempre, resonará. Su resonancia, que carece de verdad porque no hay pruebas de nada, será como una campana que suena en el vacío y que podrá llamar la atención de muchos, del mundo entero si se quiere, pero será una onda en el viento destinada a desaparecer. Negar que existen cosas semejantes a las que afirma en su texto el autor, sería un despropósito. Pero también lo es dar crédito a rumores y opiniones sobre un tema que no es el suyo a un sociólogo en su novela sensacional.

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Redacción Minuto30

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