Escribiendo vino a mi memoria una remembranza: surcando los aires antioqueños en medio de la selva tuve la oportunidad de convivir durante una semana en una vereda del Nordeste Antioqueño, donde la violencia era factor común y los bloqueos al ingreso de alimentos en pos de la erradicación de grupos armados afectaban a todos sus habitantes. Allí llegue con un equipo de misión médica, adscrito a la secretaría de salud a atender la comunidad.

Fue una experiencia linda, muchos niños con escaso acceso a la educación, muchos adultos “curtidos” de experiencias y desesperanzas y entre ellos, muchos animales sumidos en el abandono y la falta de afecto.

Conocí un can caquéxico (flaco), con su piel maltrecha y una mirada que reflejaba el temor a la indiferencia. Lo hice mi amigo durante una semana, los habitantes lo pateaban, pero a fuerza de verlo en mi improvisado consultorio aprendieron a respetarlo. Comió conmigo, durmió conmigo y fue bautizado por los lugareños, algunos de los cuales en una dubitativa “envidia”, hicieron suyos otros canes de la zona.

Así a mi partida, mi pequeño amigo, quedó en manos de la persona que nos brindaba la alimentación, quien decidió acogerlo consigo. Quisiera soñar, que muchos animales lograron cambiar la forma de vida que los hacía “parte del paisaje” a convertirse en seres importantes para la comunidad, gracias a un pequeño ejemplo. Es difícil pedirlo en una comunidad inmersa en el abandono, las injusticias y la inequidad pero vale la pena soñar.

¿Por qué trabajas por animales, en vez de hacerlo por humanos? (Aunque también lo hago por ellos).

Curiosamente vivimos en una sociedad que clama por derechos, que se indigna en el papel frente a las injusticias y que anhela la paz; Sin embargo, somos los primeros que olvidamos nuestro rol de relevancia frente a los cambios que soñamos. ¿Cómo podemos esperar un resultado diferente si nuestro comportamiento siempre es el mismo?

Somos hijos de una sociedad consumista y extremadamente egocentrista, donde el bien común no impera y el bien individual es la norma. Cómo puedo ganar, qué puedo sacar de beneficio, cómo puedo tener más por menos.

Acá en nuestras líneas, hemos procurado explicar a todos nuestros lectores la importancia que atañe la convivencia armónica interespecies; todos estamos ubicados en un mundo que no nos pertenece, que ha sido prestado con todo lo necesario para nuestra convivencia y que si lo aprovecháramos de una forma adecuada podría ser un paraíso completo; sin embargo, el ámbito consumista ha hecho del hombre el gestor de un infierno en el planeta al cual poco a poco vamos acabando a causa de la explotación desmedida que amenaza con dejar sin piso todo lo que conocemos en el orbe.

Como profesional en el área de la medicina humana, siempre me he cuestionado las razones por las cuales no podemos ser solidarios o gozar de la conmiseración para con los otros; vemos el dolor ajeno y no nos importa, sabemos de las necesidades del otro, pero como no son nuestras no las consideramos importantes. Esto nos ha ido aislado día a día y nos ha hecho ya no seres sociales, sino en un cúmulo de individuos rodeados de más individuos y sin conexiones interrelacionales válidas, más allá que las notificaciones de una red social.

Los ecosistemas, los animales, todo cuanto transita dentro de nuestra esfera terrestre, son víctimas de esta realidad. Víctimas silenciosas que se van quedando sin recursos, sin hábitat, sin alimento, sus condiciones de vida van cambiando y en muchas ocasiones sin que ellos mismos logren alcanzar el cambio evolutivo requerido,  ante la inmediatez de las transiciones que van acelerando la hecatombe hacia la cual nos dirigimos.

Considero que todos necesitamos una mano; un asidero al cual podamos sostenernos para evitar naufragar;  Entre la cantidad de seres humanos que habitamos el planeta, cada uno de nosotros debería enfrentar su realidad y verse en el deber de servir de apoyo a otro cohabitante de este orbe, creando una red de apoyo interespecie que permita que la vida en este planeta pueda sobrevivir al mítico desenlace al que se aproxima. El novelista francés Víctor Hugo lo manifestó en una frase: “«Primero fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza y los animales»

Yo ayudo animales, porque los considero víctimas silenciosas del antropocentrismo desmedido, que los llevó a enajenarse de su condición de seres vivientes y la dignidad que esto les confiere, a convertirse en simples objetos de uso y desuso por parte del ser humano. Nuestra maquiavélica conciencia los ha llevado a ser maltratados, abusados, violentados y asesinados a beneficio de la sociedad humana.  Llegamos a situaciones en las cuales preferimos agotar el sustrato de la tierra con el cual pudiéramos alimentar poblaciones enteras, todo en aras de los superávits económicos que pueden beneficiar a unos pocos; la ganadería es el reflejo inminente de esta absurda decisión: Deforestación, sequías, campos desérticos y contaminación asfixiante (sin entrar a debatir acá, la forma como se apropian de los territorios para los ganados). La pesca indiscriminada, la urbanización desproporcionada, los vehículos de tracción animal, la cacería, los confinamientos de seres vivos en circos y zoológicos para el deleite de la curiosidad del ser humano y que decir de la domesticación de especies que han sido aislados de su independencia en un afán de apego y compañía para servir al humano, mientras este considere los necesita.

Seguiría y podría continuar con sendas páginas ejemplificando la barbarie de la cual todos somos cómplices, desde la indiferencia, desde la justificación, desde el uso y demás verbos que puedan aplicarse a esta realidad.

Yo me considero una persona amante no solo de los animales, sino también de la vida: He sembrado árboles, he vinculado a la fundación a hacerlo, he ayudado animales y claramente es el objeto social de O.R.C.A, como médica, me he autoreclutado para campañas de asistencia social en diferentes territorios aislados del departamento, en los cuales incluso, he dejado la huella del respeto hacia los animales; me encantan las acciones por la educación, por los niños y particularmente tengo una debilidad por los ancianos.

Quizás mi relato no nos entregue mucho del apasionamiento por los seres más agradecidos del planeta (los animales), pero si puede dejar entrever que se podría hacer mucho con poco y entre todos sembrar la semilla de la transformación social por una más reflexiva, armónica y solidaria donde todos terminaríamos siendo ganadores.

A mi me inquieta mucho pensar el futuro que le depara a mi hijo, tanta destrucción, tanta violencia, tanta barbarie y el planeta respondiendo con tragedias que nos enlutan, que no entendemos pero de las cuales nosotros somos los culpables. ¿Por qué ayudo a los animales? Porque quiero dejar un grano de arena en la construcción de un mundo mejor que parta desde la consideración al otro y desde el respeto a su vida, como la mía misma; porque quiero ver una realidad transformada en torno a la solidaridad y la armonía y porque creo que ellos son los más desamparados y los mismos que podrían darnos cátedra de respeto, de conmiseración y de gratitud.

Los invito amigos a intentar sacar un espacio, un día a la semana o al menos un día al mes, para devolverle a la vida un poco de las bendiciones que esta tan generosamente nos ha dado (a la tierra, a los animales, a los humanos a quien quieras) y ayudar a tejer entre todos, las raíces de un mundo mejor partiendo desde la armonía que nos permita encontrar ese equilibrio que garantice el persistir de la vida. (La de todos)

Fundación O.R.C.A
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Redacción Minuto30

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