Existe un «por qué» y un «para qué» resistimos: el primero nos invita a contar todo tipo de historias para justificar nuestra resistencia -que en algunos casos provoca un retardo en nuestro bienestar- y el «para qué», en cambio, nos hace reflexionar sobre actitudes que impactarán a futuro cerrando o abriendo posibilidades.
enemigo

Es importante que diferenciemos lo que vemos como resistencia en los demás y las resistencias propias: la resistencia en los demás puede provenir de una conversación que juzga la mayor o menor apertura con respecto a un tema determinado; esto no solo pertenece al mundo del que nos ofrece resistencia, sino que es nuestro mundo el que juzga la resistencia ajena.

La resistencia propia es la que limita en muchos casos el aprendizaje y el futuro que nos merecemos. Hay distintos tipos:

* Resistencia al cambio. El verdadero temor que suele producir resistencia en las personas no es al cambio en sí sino a ser cambiados, o que el cambio los transforme en quienes no quieren y, de esta forma, que los demás juzguen como negativo dicho cambio. Los cambios más resistidos suelen ser los que no se explican y los que son impuestos.

* Resistencia al futuro. Lo desconocido provoca temor y el futuro se encuentra dentro de lo desconocido. Es muy común que hechos que sucedieron en el pasado y que no fueron buenas experiencias se proyecten a futuro; comentarios tales como «si ya probé con un socio en el pasado y me fue mal, no veo porque funcione una nueva sociedad» provocan resistencias que se apoyan en angustias pasadas que no fueron resueltas. Es vital comprender que abrirse al futuro es la llave para abandonar la angustia y generar la posibilidad de desafiar nuestras viejas creencias.

* Resistencia a cambiar el orden establecido. Si bien algunas veces el origen del orden establecido es desconocido por quienes lo sostienen, es sorprendente cómo se defiende y se valida el orden constituido sin darle oportunidad al cambio que podría mejorar el status quo. «Resulta menos problemático hacer las cosas como las realizamos siempre, menos problemático tal vez, pero más peligroso sin duda» (Joel Baker).

* Resistencia a lo desconocido. Como se dijo, lo desconocido suele generar incertidumbre y la incertidumbre genera temor; este temor provoca resistencia ante cualquier planteo sobre algo que no se conoce. Resulta muy sencillo aferrarse a lo conocido, dado que lo que conocemos nos proporciona seguridad, aunque ésta no nos proporcione los resultados que esperamos. Cuando más imprevistas son las nuevas y desconocidas ideas, más resistencia y rechazo generan.

* Resistencia a lo nuevo. Lo nuevo -junto con las nuevas ideas- fue resistido desde siempre, desde las grandes empresas hasta los gobiernos de todo el mundo. Este tipo de resistencia se apoya en la comodidad que nos proporciona lo ya conocido, pero no nos prepara para predecir los grandes cambios. Ante los grandes cambios, estas resistencias entorpecen el entendimiento y la aceptación de lo nuevo. Cuando lo nuevo no cubre las expectativas, se generan resistencias que no permiten evaluar de manera efectiva lo que se presenta.

¿No saber, no poder o no querer?

En el desafío de distinguir si estamos resistiendo o no algún aprendizaje, puede ocurrir que nos descubramos siendo nuestros propios enemigos, que suele ser habitual cuando finalmente analizamos nuestros resultados. Nos jugamos en contra sin darnos cuenta que no nos damos la posibilidad de abrir posibilidades de mejora para nuestras vidas.

¡No más excusas! Los procesos hacia el cambio

Los cambios más importantes en la mayoría de los casos se han producido por acontecimientos externos. Resistidos desde el principio de los tiempos, provocando inmovilización, duda, ira y negación, en los que recepcionaban las nuevas ideas y tristeza y frustración en los que proponían los cambios.

El análisis de los resultados que suelen proponer las nuevas ideas finalmente desemboca en la aceptación y el abandono de la ignorancia previa de quienes las resisten, cuando los resultados son efectivos y abren posibilidades de mejora. Si analizamos lo que nos ocurre día a día, podremos observar que el mundo está cambiando permanentemente, de allí que muchas personas aseguren que lo único que no cambia es el cambio. Si nos aferramos a los viejos tiempos o si anhelamos que vuelvan, estaremos expuestos a resentir nuestra calidad de vida todo el tiempo y aparecerán las quejas a modo de resistencia con lo que pasa a cada momento.

El aprender a aprender puede posicionarnos mejor para abrir posibilidades en los ámbitos que estemos, coordinando acciones con los demás como con nosotros mismos y, de esta manera, dejaremos de resistir el presente transformando obstáculos en oportunidades.

El proceso de aprender comienza con el descubrimiento de nuestra ceguera cognitiva, lo que suele darse con la revisión de nuestros resultados; luego, el siguiente paso es la declaración de ignorancia («sé que no sé»), que nos permite abordar nuestra falta de conocimientos y su puesta en marcha a partir de un querer saber; el aprendizaje deviene de la inquietud de conocer posibilidades para el cambio. Para que el cambio se convierta en un hábito tendremos que encontrar el valor que tiene desafiarnos en nuestras creencias para alcanzar los resultados que estamos deseando.


Fuente: entremujeres.com

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