21 de noviembre de 2019, 10 de septiembre de 2020, 28 de abril de 2021. Tres fechas en que entraron en contacto los desgastados cables de la maquinaria del cuerpo social colombiano, haciendo corto circuito.

Esos chispazos además de provocar miedo por un posible incendio, momentáneamente arrojaron luz sobre el panorama completo de los problemas más graves y estructurales que aquejan al país.

Militarización de la autoridad policial, permeabilidad de las protestas al vandalismo, falta de regulación de las protestas y del uso de la fuerza en el marco de las mismas, relación conflictiva entre el orden político general y el de los pueblos indígenas, enorme desigualdad socioeconómica, desempleo, insatisfacción con las instituciones, hiperpolarización política, entre otros.

Puede que en las últimas semanas haya habido más disturbios, más agresiones y más resonancia nacional e internacional, pero no hemos sido capaces de llegar a lo esencial, a lo verdaderamente radical: Considerar todas las causas del estallido y unirnos en torno a un diálogo verdadero.

Por eso, además de molestarnos por el ESTRUENDO y revisar lo que pasó en este último chispazo, tenemos que aprovechar para mirar en detalle la fotografía completa del país y buscar la manera de sentarnos a construir pensando en el país del futuro, antes que en intereses partidarios o personales de los días siguientes.

Las condiciones actuales todavía permiten contar con un activo valioso: Tiempo para pensar en soluciones para el país. Pero no nos queda mucho.

El comité del paro se autoproclamó representante del Pueblo. Y como si esto no fuera suficientemente grave, en lugar de dialogar y exigir respuestas del Gobierno, pretende «negociar» como si se tratara de otro estado soberano.

Montados en su soberbia, convencidos de poseer la verdad revelada, han renunciado a combatir el vandalismo dentro de sus propias organizaciones y han jugado indolentemente con la vida de miles de pacientes COVID, con el derecho a la salud, a la alimentación, al agua potable, al trabajo y a la seguridad de millones de colombianos.

¿Ahí está el cambio del país que pregonan?

Han demostrado que no les importan las consecuencias de sus acciones sobre la vida, la salud, el trabajo y la subsistencia digna de las personas y los hogares. Nada menos. Y cuando alguien se comporta sin considerar las consecuencias, su conducta es de abierto fundamentalismo, en este caso político.

Además de peligrosa para la democracia y para la sociedad entera, la actitud del comité fundamentalista es excesivamente facilista. Aunque la del Gobierno, claro está, ha sido reactiva y lenta. De hecho, todas las partes están basadas en conceptos vagos o vacíos, en generalizaciones simplistas y en exámenes superficiales de la realidad.

Por ejemplo, las protestas en lugar de monolíticas, son un caldo de cultivo para muchas cosas. Allí confluyen quienes creen genuinamente que están generando los cambios necesarios, quienes están interesados en crear un clima de desestabilización para subir el tono a sus críticas frente al Estado, quienes aprovechan la coyuntura para saquear y lucrarse, quienes acuden a materializar su ideal de anarquía y quienes se dejan llevar por la turba y por la adrenalina.

En sentido similar, hay consenso en que el límite a la protesta es la violencia, pero eso es decir muy poco. ¿Qué es violento y qué no? ¿Qué respuestas son admisibles para los distintos tipos de violencia?

De otra parte, no sabemos cosas relevantes que necesitamos saber, especialmente quiénes son a ciencia cierta, los verdaderos perpetradores de muchos actos violentos.

En Colombia necesitamos aprender que el mundo no es a blanco y negro y que no necesariamente, la razón es de uno o de otro, sino que todas las partes pueden tener razón hasta cierto punto. Además de escuchar a todos, cosa en verdad difícil, tenemos que aprender a ponernos en la posición de los contradictores y entender que el debate no es para vencer a nadie, sino para tratar de ganar todos.

Aún si tuviera legitimidad la negociación entre el Gobierno y el comité del paro, ¿qué van a negociar? ¿Sobre qué bases van a intentarlo? y antes de todo, ¿por dónde debemos empezar?

No podemos volver a Saltarnos el diálogo, pretendiendo una negociación que soluciona el tema con un paño de agua tibia, hasta cuando haya otra protesta de proporciones, o no avanzaremos nada como sociedad.

En las condiciones actuales el pretendido remedio ha sido peor que la enfermedad. Las soluciones que se logren en una “negociación” pueden ser políticamente rentables, pero todavía menos plausibles, y Dios no permita, llegar a ser irracionales bajo la presión por resultados.

Lo primero que necesitamos es un diálogo enriquecido por la reflexión. Un diálogo mucho más amplio, desconcentrado y profundo. En definitiva, un diálogo real.

Tan real como lo es el descontento. Ese descontento legítimo y generalizado que se ha venido manifestando en favor de cambios estructurales en las políticas, debería dejar de secundar afanes electorales mezquinos con Colombia, exigir con igual contundencia que se produzcan dinámicas de diálogo y cerrar filas en contra de estas falsas alternativas que no conducen sino a postergar lo postergado, allanando un camino a la autodestrucción.

@ortegasebastia1

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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