Retomando algunas ideas clave del primer artículo sobre el Internet de las Cosas (Internet of Things o IoT), vale la pena recordar que éste es un concepto tecnológico reciente basado en el uso de dispositivos electrónicos; sensores, procesadores y actuadores junto con tecnologías de comunicación de datos que les permite a estos dispositivos, tanto enviar datos o información recolectada, como ser rastreados o controlados a través de la red de datos o de Internet.

En este contexto, a una gran variedad de objetos, ya sea, por ejemplo, un sensor de temperatura en un cultivo, un vehículo autónomo, un medidor de consumo eléctrico en un edificio, un medidor personal de variables fisiológicas, una máquina de vending que indica cuando debe ser recargada, una cámara que analiza el flujo de vehículos en una autopista, o el flujo de personas en las entradas y salidas de un evento, se les denomina ¨Cosas¨.

Estas cosas tienen una identidad propia en la medida en que se puede conocer su número de serie y su ubicación; ya sea su localización física a través de tecnología GPS o su ubicación en la red a través de su dirección IP (Internet Protocol). Estas cosas por así decirlo cobran vida una vez conectadas a internet, medio por el cual se comunican entre sí, se transmiten sus datos, se procesa y analiza la información que finalmente se representa en datos estadísticos o en cifras entendibles a través de una aplicación o un portal web.

A la interacción entre estos dispositivos también se le denomina interacción maquina a máquina (Machine to Machine o M2M). Pero yendo más allá de lo interesante del concepto, es importante tener en cuenta los aspectos tanto positivos como negativos del advenimiento del Internet de las Cosas y como estos impactan nuestra vida diaria y nos exige ciertos controles como sociedad.

Por un lado, existe una gran cantidad de oportunidades de ofrecer soluciones que facilitan la vida de las personas, que favorecen la seguridad o que protegen el medio ambiente, pero por otro lado hay un riesgo relacionado con el manejo de los datos, con el derecho a la privacidad y con evitar una paranoia innecesaria de colectar hasta los más irrelevantes datos o variables bajo la premisa de que todo es susceptible de ser analizado o llevado a una estadística; de almacenarlo todo, lo cual puede convertirse en una carga más para la ya agitada vida moderna y digitalizada.

A lo largo de mi trabajo profesional con empresas de tecnología he visto soluciones interesantes, tales como la implementación del denominado ¨Smart metering¨ que por ejemplo se implementó en 2015 en Reino Unido bajo la batuta de la compañía Telefónica (denominada O2 allí) con la cual se puede controlar el consumo de energía eléctrica en los hogares, o las soluciones de trazabilidad de productos controlados para evitar por ejemplo la falsificación de medicamentos o licores y en las cuales tuve oportunidad de trabajar durante un tiempo corto en Suiza y América Latina; también, soluciones basadas en sensores, procesadores y actuadores que pueden indicar la cantidad de micro plástico o pesticidas en las fuentes de agua potable; todo esto es genial.

Pero por otra parte, preocupa la velocidad con la cual las leyes se hacen presentes para proteger aspectos importantísimos como la privacidad de nuestros datos, el derecho a la libre circulación sin ser rastreados por un sin número de aplicaciones o dispositivos incluyendo nuestros smart phones, pcs o smart tvs o la definición de la responsabilidad en caso de falla de un dispositivo o cosa autónoma, tal es el caso de algunos vehículos autónomos que han estado involucrados en accidentes, en donde no está claro de quien es la culpa, si del fabricante del vehículo, del desarrollador del software o del administrador de la aplicación en curso.

Vale la pena ahondar más en estos aspectos, pues el Internet De las Cosas y las llamadas tecnologías disruptivas han llegado para quedarse y son ya parte de nuestras vidas.

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Redacción Minuto30

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