Colombia es un país privilegiado, lo bañan dos océanos, es rico en flora y fauna, incluso es la segunda nación más biodiversa del mundo, posee aproximadamente el 60 % de los páramos existentes del planeta, cuenta con inmensos recursos naturales y paisajes multicolores; ha sido la cuna de científicos, filósofos, artistas de todo tipo reconocidos a nivel mundial, de grandes empresarios y numerosos ciudadanos con inteligencias múltiples y así nos podríamos quedar hablando de todo lo que se exalta y es digno de admiración en el país del sagrado corazón.

Sin embargo no todo es bueno y en estos años de historia nunca nos ha dejado de acompañar la violencia, la misma que se recrudece por temporadas y donde la población más vulnerable es la que sigue aportando el mayor número de víctimas, esa “pandemia” sí que cobra vidas y es que a diferencia del COVID-19, esa deja secuelas insanables, huérfanos de guerra, heridas que alimentan el odio, la sed de venganza, la frustración, la rabia y por ende la generación de más violencia.

No es raro que muchos de los colombianos tengan en sus recuerdos la zozobra que les albergaba, esperando que en cualquier momento irrumpieran grupos, disparando a diestra y siniestra, sin importar nada, destrozando todo lo que encontraban a su paso y dejando legados de miedo y terror. Las familias muchas veces producto del desespero improvisaban trincheras caseras, haciéndose debajo de la cama, tratando de resguardar a todos los familiares de las balas que iban y venían, sin considerar que se encontraban a su paso.

Hoy en día estas tomas en las cabeceras Municipales no son tan comunes, sin embrago es otra historia la que se vive en la zona rural y mucho más cuando son territorios prósperos o estratégicos, económicamente hablando y que se ven a merced de grupos al margen de la ley, en ellos hoy se encarna la violencia, la más cercana son estos últimos días donde varios jóvenes han sido asesinados, jóvenes llenos de sueños, ilusiones y carreras activas, listos para contribuir a sus familias y aportarle a este país, jóvenes a los que infortunadamente les apagaron su vida.

En momentos como estos es donde podemos ratificar que el campo está completamente abandonado, que el estado está totalmente ausente en esos territorios y que se nos olvida constantemente y a conveniencia que dependemos de la ruralidad para poder subsistir, es tan contundente el abandono que es común observar carreteras en mal estado, incluso en peores escenarios, que ni existen o están sin terminar, poco presupuesto nacional y local para ellos, las políticas públicas campesinas y agrarias no son prácticas a la hora de ejecutarlas y lo que es peor no obedecen a las reales necesidades del pequeño productor, créditos que buscan ahorcar a quien se está endeudando, insuficiente acompañamiento técnico, intermediarios abusivos y por eso la mayoría de esos recursos terminan en las manos de unos cuantos, generalmente adinerados y que cumplen con todos los requisitos, donde pareciera que se planificaran específicamente para favorecerlos a ellos.

Paralelo a lo anterior, al campesino le toca enfrentarse a pago de vacunas, secuestros, amenazas, cambio obligado en la destinación de sus tierras, asesinatos, reclutamientos y desapariciones forzadas; sumado a ello, la poca o nula presencia de la fuerza pública de forma real y contundente en sus territorios. Lo que pone al campesino en la ardua tarea de buscar mecanismos, volviéndose creativo para defender su vida, la de los suyos y sus pertenecías, mecanismos que luego resultan duramente reprochados por parte de la justicia de este país, terminando incluso procesados y sancionados en mayor proporción que el mismo agresor; portar armas es un delito imperdonable, tomar justicia por mano propia es fuertemente castigado y paradójicamente para este tipo de situaciones, cada ente encargado hace lo que le corresponde de manera acuciosa; la fiscalía investiga y acusa como nunca, el juez impone las sanciones y el campesino termina tildado en algunos casos de criminal, colaborador, incitador y muchas cosas más. Eso mismo no pasa con los grupos al margen de la ley, donde la justicia en muchos casos es tardía, los juicios se caen por vencimientos de términos, el juez aplica principios, prebendas y acuerdos que terminan favoreciendo al delincuente.

Con ello no se está justificando alguna actuación para el campesino por fuera de la ley, ya que por ningún motivo se debe concebir la violencia para resolver los conflictos, pero la reflexión va encaminada a que por fin se invierta en el futuro real del país que es el campo con lo pecuario, su agricultura, al igual que el potencial eco turístico que favorece a esta latitud, significa replantear muchas de las estrategias que se tiene diseñadas actualmente y será un gran inicio para conquistar la verdadera paz, aquella que no se quede en el papel y que fortalezca la equidad y el colectivo social.

La vida tiene que ser sagrada, no podemos ser tan indiferentes y hasta indolentes, recordemos que todos somos Colombia.

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Redacción Minuto30

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