EFE

EFE

Miles de personas atemorizadas salieron a las calles de la Ciudad de México con los rostros demudados y un persistente olor a gas tras el fuerte terremoto que causó al menos 119 muertos y destruyó decenas de edificios.

El sismo, de magnitud 7,1 en la escala de Richter, derrumbó al menos 44 edificios de la ciudad provocando fugas de gas en las calles y un fuerte hedor que sacudía a los ciudadanos, que acudían prestos con cuerdas, ropa y agua para ayudar a los equipos de rescate.

La gente se agolpó junto a los edificios derrumbados, cubriéndose las caras con sus manos a causa del fuerte olor a gas, que les apresaba la garganta mientras preguntaban por sus familiares atrapados.

Las autoridades fueron cortando las calzadas y vociferando con sus megáfonos para que la gente despejara las calles y se ocultara en los parques, hoy más nunca, pulmones en una ciudad histérica.

Mientras, los helicópteros volaban a baja altura coordinando los trabajos de las autoridades federales, la armada y el ejército mexicano, que arribaron a los lugares de extrema destrucción.

El edificio 286 de la avenida Álvaro Obregón quedó completamente destruido al igual que otros en la colonia Roma, arrastrando escombros y polvo sobre el aire y cristales rotos alrededor de las aceras.

Juli, una mujer de mediana edad con el rostro y los hombros manchados por los escombros, contó a Efe aterrorizada cómo sobrevivió al derrumbe del edificio.

«Estábamos dentro, en un curso de micropigmentación cuando empezó a temblar. Estábamos en el quinto piso y todo se empezó a mover», relató la mujer, visiblemente afectada, esforzándose por respirar a causa del gas.

«Se empezó a caer todo el edificio», continuó «y nos arrastramos como pudimos para salir porque todo estaba cubierto de tierra y de polvo».

Además, en ese momento la oscuridad se sumió sobre ellos e instintivamente comenzaron a tirar unos de otros para lograr salir.

«Las escaleras estaban colapsadas (…) no se veía nada», continuó para después soltar un llanto sordo de alivio por estar viva.

Beatriz Pérez, una mujer oaxaqueña residente en la capital, mostraba su preocupación por el estado de su hija.

La mujer estaba sacando dinero del banco cuando sucedió el sismo y de manera instintiva acudió a buscar a su hija.

«Cuando crucé la calle todo era humo y dije dios mío ese es el edificio de mi hija. Están enterrados ahí», dijo, aludiendo a su hija y a su pareja.

«Seguro que están debajo del escritorio, los conozco, cuando tiembla ellos se esconden ahí», agregó.

Actualmente continúan los equipos de rescate tratando de sacar a los ciudadanos apresados bajo los escombros.

Mientras seguía el rescate, las autoridades aconsejaban a los ciudadanos que se alejaran de los centros de la calle, donde se sentía más el olor a gas.

Muchas personas, en lugar de hacer caso, acudían a las tiendas y restaurantes para pedir o comprar agua y vendajes, así como ropa.

Surcaban las calles con los víveres como podían entre el caos de los vehículos que hoy autogestionaron su circulación tras el apagón de los semáforos.

Una decena de personas del equipo de rescate trabajaba a buen ritmo en los escombros, picando el techo destruido del edificio. A cada rato que sacaban a alguien, las personas aglutinadas alrededor aplaudían esperanzadas.

Otras, continuaban desoladas esperando a que se mencionara el nombre de uno de sus familiares.

EFE

Author Signature
Redacción Minuto30

Lo que leas hoy en Minuto30... Mañana será noticia.

  • Compartir:
  • Comentarios

  • Anuncio