Una vez iniciado el proceso de vacunación contra la Covid-19, la próxima prioridad que debemos pensar cómo abordar en el país, es el desempleo. Pues bien, más que reiterar el llamado hecho el domingo anterior en este espacio, el tema puede relacionase con la noticia de la primera columna escrita íntegramente por un robot, publicada por The Guardian a finales de septiembre.

En efecto, además de un presente desolador del mercado laboral, en Colombia es necesario examinar el futuro inmediato del empleo, con particular referencia al asunto de la automatización.

Las nuevas tecnologías y destacadamente la inteligencia artificial, avanzan velozmente en nuestras sociedades generando beneficios tangibles, como el aumento de la productividad y la creación de nuevos productos y servicios. De acuerdo con los estudios de PWC las nuevas tecnologías contribuirán al incremento del PIB mundial en 14%.

La implantación de inteligencia artificial ya ha iniciado y se prevé que dure por lo menos hasta 2030, comprendiendo una fase actual denominada logarítmica, que permitirá la automatización de las tareas sencillas y el análisis de datos estructurados.

Una segunda fase, la aumentada, que permitirá la automatización de tareas repetitivas y rutinarias como rellenar formularios o el análisis de datos no estructurados. Para concluir, una tercera fase, la autónoma, nos permitirá automatizar por ejemplo tareas manuales.

Hace algunos años en diferentes partes del mundo, viene rodando un consenso sobre la robotización en tres olas, de toda una serie de tareas que actualmente llevan a cabo personas.

Este fenómeno podría comprender en países europeos, porciones de la oferta ocupacional tan significativas como niveles que oscilan entre treinta y cuarenta por ciento de las plazas actuales.

En Colombia, el ecosistema empresarial está poblado en su mayoría de unidades productivas relativamente pequeñas. La falta de cualificación digital es patente, así como el rezago en infraestructura.

Factores como estos desincentivan la adopción de nuevas tecnologías por parte de las empresas, y hacen prever que el cambio tecnológico no tendrá la velocidad de impacto experimentada en países más avanzados.

Sin embargo, las necesidades de competitividad asociadas a la globalización, son suficientes para que en este país, 2,8 millones de plazas laborales desaparezcan en los próximos años, profundizando el desempleo y la informalidad.

Como sostuvo recientemente Fedesarrollo, los robots, las TICS, la inteligencia artificial y la simplificación de procesos productivos en las grandes empresas amenazan con destruir puestos de trabajo y probablemente, ya han empezado a hacerlo.

A esto debemos sumar, que, de acuerdo con el indicador del BID para evaluar la vulnerabilidad de los mercados laborales de algunos países frente a la automatización, Colombia tiene un riesgo de automatización elevado en comparación al resto de países latinoamericanos, en particular por su nivel educativo relativamente bajo y su estructura productiva dependiente de sectores primarios, presentando un indicador del 42,5 %, superior al del promedio regional, que se sitúa en 39,5 %.

Algunos postulan que el efecto de la automatización sobre la oferta de mano de obra será absorbido por el proceso natural de recambio generacional, de manera que no se verán afectados los trabajadores de hoy.

Sin embargo, esta es solo parte de un asunto complejo, que debe ser visto con mayor perspectiva. Cierto es que algunas posiciones se transformarán y que el cambio tecnológico creará nuevas ocupaciones, pero eso muy probablemente no tendrá impacto significativo sobre el fenómeno global de pérdida de oportunidades laborales, especialmente para los perfiles menos calificados.

Una segunda estrategia, sabiendo que no es realista que todos los trabajadores den el salto digital rápidamente y a la vez, es implementar la tecnología de manera que sea compatible con las necesidades más básicas de empleabilidad.

Por ejemplo, garantizando la trazabilidad de estos impactos y la implantación más proclive a preservar posiciones e incluso a crear nuevas, en campos como el mantenimiento de los ordenadores, la instrucción en asuntos de transformación digital y la reconversión de procesos.

Finalmente, el cambio tecnológico debería ser acogido revisando sus implicaciones globales: Las ganancias en eficiencia económica y en productividad deben ser valoradas, con cuidado y energía. Pero a la par, deben figurar otras exigencias rotundas como el bienestar equitativo y material de los ciudadanos.

Y allí el rol del sector público cobra una importancia inusitada. No puede empezar a cundir un intervencionismo contrario a la automatización, que subyugue “novedosamente” las libertades económicas. Como en casi todos los campos de estatización actual, existen alternativas más interesantes.

Debe empezar a generarse una gobernanza que visibilice los impactos de la automatización incluyendo el aspecto económico, pero siendo capaces de trascenderlo.

También hay una responsabilidad de compromiso con esta lógica amplia, que debe ser más vinculante para el propio sector público. Esto, porque el sector privado inherentemente, tiene una cosa muy beneficiosa y a la vez, muy compleja. Y es que lo que no se adapta, desaparece.

En el sector privado la adaptación es una cuestión crítica de supervivencia. En el sector público la innovación también debe determinar la continuidad de las políticas, pero eso siempre será esencialmente una cuestión de voluntad y, más aún, de voluntad colectiva.

En efecto, pese a la gran cantidad de tareas estandarizadas en los diversos niveles de la administración pública, el retorno de la inversión pública no es meramente económico, también es social.

De esta manera, la tecnología tiene un valor que, si no puede ser adaptado, termina haciéndole daño a las instituciones estatales en su legitimidad.

Por eso el Estado tiene todavía más trabajo en este campo, porque debe lograr que en su propia estructura la automatización además de mejoras en eficiencia, produzca buenos resultados en términos de aceptación ciudadana y de producción de valor público.

Es verdad que el desafío por el momento no es suficientemente visible, pero también lo es, que, por su naturaleza y magnitud, solo podemos afrontarlo si empezamos desde antes, y ya vamos tarde.

Se requiere una agenda clara, realista y bien estructurada que aproveche las oportunidades de la tecnología, haciendo posible el paso de un mercado laboral dramático a uno más automático.

Ello, en un País donde la costumbre es generar políticas reactivas y donde normalmente sobran excusas para asumir actitudes si el desafío no está a la vuelta de la esquina. Pues este se encuentra más cerca de lo que creemos.

@ortegasebastia1

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com
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Redacción Minuto30

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