“Quiero ser quien yo soy en lo que me queda de vida y hacer aquello por lo cual he nacido: hacer música” decía el actor Rami Malek, tras contar que tenía sida a sus compañeros de la banda, interpretando magistralmente a Freddie Mercury en “Bohemian Rhapsody”, película que sin el menor atisbo de duda tendrá varias nominaciones en los Oscar del próximo año.

Quería inaugurar mi columna en este espacio hablando de política, advirtiendo sobre la necesidad de regular la protesta tras los desmanes del jueves pasado en Bogotá y otras ciudades del país o evidenciando las luces y sombras de los primeros cien días de gobierno del presidente Iván Duque pero se me atravesó, hace pocas horas, una invitación a cine a ver esta película que pretende hacer un tributo a la banda setentera Queen y en especial a su “cantante principal”, como él mismo se autodenominaba, Freddie Mercury.

Debo confesar que, aunque no lo crean, no tenía ni idea de quién era él ni la banda Queen. Claro que había oído hablar de ellos y sabía que eran íconos musicales del siglo pasado. Por supuesto que había escuchado (y cantado varias de sus canciones), pero desconocía que eran los autores e intérpretes de las mismas. Así que tómese como prueba de la calidad del film el que sin ser fanático de la banda, o del ídolo del rock, haya quedado tan prendado de la historia que en 134 minutos relata el auge, la gloria, la caída y el renacimiento y casi epifanía final de la banda musical y del genio compositor, desde sus inicios en los setenta hasta su momento de gloria en el Live Aid realizado en 1995.

Y es que al son de las canciones cargadas de espectaculares sonidos se va componiendo toda una rapsodia (pieza musical formada con fragmentos de otras obras o con trozos de aires populares), en la que se evidencia lo disruptivo de su música pero también la tragedia sentimental del protagonista quien mientras se abre camino hacia la fama, el dinero y la gloria, evidencia como cada vez más se adentra en el mundo de la sexualidad desenfrenada (u homosexualidad desenfrenada), de las drogas, del alcohol y de las fiestas con finales efímeros hasta tocar fondo y encontrarse sólo ( o lo que es peor: mal acompañado), alejado de “su familia musical” y abstraído de los eventos del mundo.

Es ahí donde la fatídica enfermedad adquiere un papel fundamental que hará que el rapsoda busque la redención de sus culpas para lograr hacer que aquello que quería: no ser víctima de su situación sino hacer música.

Quizá no todos los humanos necesitemos tocar el fondo para valorar aquello que se tiene o que se ha perdido, bastaría con seguir el consejo dado por Steve Jobs a los estudiantes de Stanford: sería suficiente con preguntarnos todos los días qué haríamos con nuestra vida si supiéramos que nuestros días están contados.

Coda: debatiendo sobre la película un conocido me contó que tenía varios errores históricos y eso me recordó un pasaje leído en un libro de Doris Kearns Goodwin en el cual relataba que una vez le preguntaron a Abraham Lincoln si creía que Washington y los padres fundadores eran tan virtuosos como los pintaban y aquel había respondido que no importaba si lo habían sido o no, pero el hecho de creer en su virtud alentaba el espíritu de la nación. No importa si la película plasma con exactitud de las penas y glorias de Mercury, pero el creer que el hombre puede caer en el abismo y obtener su redención cumpliendo con su destino bálsamo para el espíritu humano.

@MiguelParraC

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Redacción Minuto30

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