Estamos en una de las situaciones más críticas de salud en el país. La peor amenaza de salud pública en todos los tiempos, y ante esto la respuesta es llanto. Las décadas de abandono por parte del estado al sector salud, aunado a la corrupción enraizada y la explotación inclemente a la fuerza laboral médica, hoy nos pasan la factura. Orgullosos siempre de las grandes redes de servicio, del alto talento del recurso humano que tenemos, pero, desafortunadamente enceguecidos por esa red invisible que roba, que consume como un cáncer silencioso hasta el tuétano, nos sitúan en espacios de llanto y desesperanza.

En estos trece meses, de los cuales siete, el escalpelo que es mi herramienta más preciada de trabajo se ha visto obligada al reposo de manera injusta. Lo cambio por lápiz y papel y escribo desde el ser, más como un observador que como un cirujano plástico.

Recuerdo con tristeza las palabras de un gran maestro, que en una clase en 1988, nos decía: “muchachos es más fácil, seguro y eficiente colocar una buena baranda de protección en el borde de la carretera, que construir y dotar un hospital en el fondo del abismo”. ¡Cuánta certeza en estas enseñanzas del Dr. José María Maya! si tan sólo las hubiéramos aplicado con un mínimo de gracia, otra sería la historia.

En esta crisis de salud sin precedentes somos recipientes del desastre de medidas mal planeadas, ejecutadas e implementadas por parte del gobierno nacional. Tres meses de confinamiento obligatorio, el más extenso en el mundo, contribuyeron a exacerbar el colapso de salud que vivimos. Acabó de manera rampante una economía ya de por sí herida de muerte tras ocho largos años de despilfarro y corrupción galopante.

Tragedia económica que enterró a la clase media laboral y sepultó a miles de microempresarios heroicos, -porque se tiene que ser valiente en este país para ser microempresario- y permitió como siempre que los grandes emporios empresariales, esos “intocables” acentuaran más sus paquidérmicas extremidades al tomar los grandes subsidios que generosamente se lanzaron. La puerta nunca se abrió, a tan sólo segundos antes de lanzar los subsidios, ya se habían agotado.

No solo él hambre se apoderó del pueblo, sino también el miedo, la desesperanza y la fatiga. Y culparlo hoy de irresponsable de salir al rebusque, por tratar de re encontrarse con los viejos o porque de manera envalentonada hicieran una fiesta, ya todas de carácter clandestino e ilegales en un pueblo que siempre ha sido guarachero, es una de las tantas señales del mal manejo de esta crisis. El fenómeno de rebote que trae el confinamiento es tan o más peligroso que el mismo encierro. Se intentó contener lo incontenible y se pospuso lo que hoy vivimos.

Los primeros tres meses de la pandemia debieron haber servido para construir “barandas” y fortalecer una red pública primaria de contención, que permitiera hacer una verdadera pedagogía de protección y auto cuidado, con base en el respeto por nuestra salud, pero también por el otro.

El desatinadamente llamado “distanciamiento social”, que atenta contra la naturaleza social de la especie humana, bien pudo haber sido planteado desde otro enfoque de valores, como un distanciamiento personal con un alto sentido de respeto a los demás.

Miremos como se comportó la pandemia en la costa atlántica, especialmente en ciudades donde la supuesta disciplina social no funciona o es insuficiente, porque como dicen allá de manera plácida y dicharachera; “no hombe qué cuentos de covid, acá no conocemos esa vaina”. Cartagena tuvo un par de picos iniciales, seguidos por un descenso y desde hace casi cuatro meses está en una meseta, a pesar de recibir en diciembre y en Semana Santa un turismo desbordado del centro del país.

Debido a su propia idiosincrasia, no se confinaron, las medidas de higiene y de aislamiento pudieron ser mínimas y sin embargo, ahí van y ahí seguirán. Hoy buscan desesperados en sus calles el terrible enemigo que pareciera ocultarse entre las bellas murallas coloniales y lo mejor de todo, no aparece. Y así muchos ejemplos Amazonas, Chocó y Córdoba, entre otros.

Y acá ¿qué? Antioquia lleva cerrada casi siete meses contando las largas alertas rojas, que han interrumpido el curso normal de la pandemia. El estado inmunológico cayó estrepitosamente. El encierro de nuestros viejos propició la descompensación de sus enfermedades de base, caldo de cultivo para el famoso bicho. Además, los desprotegió de afecto, ese abrazo fraternal que cura más que los medicamentos fríos y distantes que necesitan.

Las medidas han sido tan aberrantes, que la pésima pedagogía convirtió a nuestras clínicas en altos sitios de contagio, advirtiendo absurdamente a los pacientes que era mejor quedarse en casa. Retornamos a los obscuros tiempos medievales, donde los hospitales más que sanatorios eran mirados como lugares para asistir a la única cita segura que tenemos todos, la muerte. Hoy no estamos tan distantes de ello.

Escribo desde un pequeño grupo de privilegiados de este país, desde ese menos del uno por ciento que podríamos vivir tres meses o hasta un año sin necesidad de facturar o trabajar, pero ¿y nuestros empleados?, ¿nuestra gente?, más del noventa por ciento de la población que necesita trabajar para subsistir, pagar un arriendo y una paupérrima salud que les cubra al menos su cuadro gripal, que entre otras cosas al parecer ya no existe. La salud y economía son una simbiosis indivisible.

Sin lo uno no hay lo otro y viceversa. La situación es crítica, pero desafortunadamente lo permitimos con un silencio cómplice y el gran factor miedo ocupó un papel preponderante en este drama aunado a la corrupción de los políticos en turno.

¿Dónde ha quedado nuestra orgullosa, vibrante y fuerte salud antioqueña? hoy está avasallada por un virus más inteligente que nosotros y que nos tiene de rodillas. Con una política de atención primaria sólida, se habría mitigado el impacto. Con la creación de unos CAIC (Centros de Atención Inmediata de Covid) y una sensata pedagogía de aislamiento preventivo, de distanciamiento personal, y de tratamiento de impacto inicial en el paciente positivo, otra habría sido la historia. Se han hecho esfuerzos sin duda.

A mi amigo Luis Fernando Suárez, con quien implementamos las brigadas de atención a nuestros niños más desprotegidos del departamento, y a mis buenos colegas de su gabinete en salud, le pido a Dios que los ilumine y que los conduzca de manera sabia para salir de este trance.

Felicitaciones a nuestros médicos de primera línea. Hemos pagado con creces los errores incesantes de políticos trasnochados y mal asesorados, que en su ánimo protagónico no han hecho otra cosa más que complicar el oscuro panorama que vive nuestra gran ciudad y, por ende, nuestro gran departamento.

Saldremos con muchas bajas por el enemigo microscópico, que pareciera haber emergido del famoso libro chino: “El Arte de la Guerra de Sun Tzu”. Que hoy, empoderado, demuestra que en esta lid se somete al enemigo sin dar la batalla y que finalmente es más inteligente que quienes nos dirigen.

Juan Carlos Vélez Lara, ciudadano del común!

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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