En estos últimos días los residentes y transeúntes de la Bogotá que se preciaba de estar 2.600 metros más cerca de las estrellas, acostumbrados a echar manos de las gabardinas, los abrigos, buzos y chaquetas de su perchero, han tenido que apelar a prendas veraniegas propias de calentanos, al tiempo que les ha tocado reemplazar los paraguas, que les servía para guarecerse de la inclemente lluvia, por las sombrillas para protegerse de los rayos de un sol canicular. El pasado 8 de febrero el termómetro marcó una temperatura de 25.1 grados Celsius, con una sensación térmica aún mayor, la más alta desde que se llevan registros hace 60 años.

Lo más preocupante de esta alarmante ola de calor es que no sólo no es coyuntural ni local, sino que es una tendencia en todo el orbe y se debe al calentamiento global, que tiene un impacto planetario. Como lo sostiene el columnista del Financial Times Martín Wolf, “no está ocurriendo ninguna desaceleración en los índices subyacentes de aumento de la temperatura”.

De hecho 2016 fue el año más cálido que se haya registrado en el mundo desde 1880, superando el record alcanzado en 2015, el cual superó el record anterior de 2014 en 0.3 grados. Aparentemente, la “pausa” del calentamiento global sólo duró 15 años, entre 1998 y 2013 y a lo mejor la temperatura promedio del 2017 llegue a superar la del año anterior. Las últimas tres décadas se destacan por ser las que se han caracterizado por las más altas temperaturas del Planeta, por encima de las décadas anteriores desde 1850. 16 de los 17 años más calientes en la historia han tenido lugar en este siglo (¡!). Se calcula en 22 millones el número de desplazados por desastres naturales causados por el mismo. La temperatura media global, según la Organización Meteorológica Mundial, ya supera 1.2 grados Celsius la de la era preindustrial, a apenas 0.8 grados de los 2 grados considerados como el punto de no retorno del apocalipsis al que puede precipitar el cambio climático a nuestro estragado Planeta.

No hay duda que existe una estrecha correlación entre la elevación de la temperatura promedio en el planeta Tierra y la creciente concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, así lo pudo comprobar el Panel Intergubernamental del Cambio climático de las Naciones Unidas, conocido por el acrónimo en inglés IPCC, integrado en 1988, al reconocer la validez de la teoría del “efecto invernadero” y conformado por más de doscientos expertos de todo el mundo. Con la revolución industrial se dispararon las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y desde entonces su concentración en la atmósfera no ha hecho más que crecer exponencialmente. Según la Organización Meteorológica Mundial, coincidencialmente el 2015, uno de los más calurosos, fue el año en que la Tierra experimentó un mayor crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono, de 3.05 partes por millón (ppm). El mayor incremento en 56 años de medición, superando por primera vez la barrera simbólica de las 400 ppm, para un crecimiento del 33% con respecto a la era preindustrial que nunca superó las 300 ppm. Es de anotar que en 2016 se batieron todos los records anteriores al sobrepasar peligrosamente el umbral de las 440 ppm. Por ello no es de extrañar que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada año se registran 7 millones de muertes prematuras atribuibles a la mala calidad del aire.

No hay duda de que el calentamiento global es una realidad y llegó para quedarse. El cambio climático que lo provoca y los “fenómenos” extremos de sequía e inundaciones que lo acompañan no obedece a ciclos, lo que permitiría su predicción, son, en cambio recurrentes e intempestivos. De allí que sea más apropiado hablar de desorden climático, pues llueve en verano y escasean las lluvias en la temporada invernal. Es más, nos atrevemos a decir que ya no podemos seguir registrando al Niño y a la Niña como “fenómenos”, porque dejaron de serlo para convertirse en la nueva normalidad.

El impacto y los estragos del calentamiento global no se han hecho esperar, de manera imperceptible primero y catastrófica después ha venido amenazando la sostenibilidad ambiental y comprometiendo la habitabilidad de este Planeta, sin que la humanidad tenga un Plan B porque no hay otro Planeta en el que podamos subsistir, por lo menos por ahora. Las sequías, las inundaciones, los incendios forestales y huracanes, cada vez más frecuentes e intensos, se han duplicado desde 1990. En el lapso comprendido entre 1996 y 2015 se presentaron 11 mil “fenómenos” extremos y devastadores, los cuales causaron más de 500 mil muertes aquí, allá y acullá. Se estima que de 8.688 especies amenazadas o cuasi-amenazadas de verse extinguidas un 20% lo son por cuenta del calentamiento global. La seguridad alimentaria, particularmente, tiene el cambio climático su mayor reto habida cuenta de que, según la FAO, para el año 2050 la población mundial superará los 9.000 millones de habitantes y para procurarle su congrua subsistencia la producción agropecuaria deberá crecer un 70%.

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Redacción Minuto30

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