El remoquete con el que titulo este artículo no es gratuito: del otrora prestigioso y encumbrado máximo tribunal de lo contencioso administrativo, poco perdura. Atrás quedaron los años maravillosos en los que el Consejo de Estado contaba entre sus “huestes” con distinguidos juristas de excelsas calidades humanas y académicas. Los fallos llenos de sabiduría y claridad conceptual son cosa del pasado. Con muy pocas y honrosas excepciones, la composición de dicho tribunal, hoy día, es francamente lamentable. La politiquería, la codicia, la ramplonería y el paroxismo de la egolatría son los derroteros que hoy marcan la senda por la que transita esa desdichada corporación.

Y es que el juez no solo debe conocer in profundis la materia objeto de sus estudios y decisiones; es fundamental que, además de ser docto en los asuntos a su cargo, el operador judicial sea dueño de una sindéresis particular, que le sirva como muro de contención al momento de anteponer el interés del Derecho y de la Patria incluso a sus propias convicciones. De manera adicional, el juez debe contar con un imaginario de vida lo suficientemente amplio, pródigo y universal, como para que los fallos judiciales que profiera no estén signados por el odio, los complejos y el resentimiento. En otras palabras: el juez debe saber y ser.

Así como la política se ha vuelto un “recicladero” de los que no sirvieron para nada más, la judicatura es una especie de aeropuerto en el que aterrizan, en la mayoría de los casos, personas que carecen de los atributos necesarios para administrar justicia. Los políticos se pueden enloquecer, si quieren; los jueces no, porque son el espíritu de la República y sobre sus hombros reposa la estabilidad de la Nación.

El “Conejo de Estado” ha hecho y desecho, como bien lo apuntaba el mordaz y brillante twittero Jhon Milton Jr.: defenestraron a Viviane Morales, quien nunca cedió a los chantajes de varios magistrados que pretendían hacer de la Fiscalía un fortín burocrático; volvieron personal el periodo del nefasto Eduardo Montealegre, a sabiendas de que era institucional, con el único propósito de cooptar el ente acusador para hacer ochas y panochas, como en efecto ocurrió; levantaron las sanciones que en derecho había impuesto la procuraduría contra el incompetente de Gustavo Petro; anularon la elección de Alejandro Ordoñez, contraviniendo la jurisprudencia y la ley, para darle contentillo a la galería y a un combo de mamertos encabezados por Rodrigo Uprimny; de igual manera, desconociendo su propia y reiterada jurisprudencia, el Consejo de Estado mantuvo la sanción contra el exministro Fernando Londoño; trataron de invalidar el plebiscito con la increíble tesis del engaño al electorado, y ahora le tiran un salvavidas a Santos, en un concepto absolutamente traído de los cabellos y que no obliga, para revivir 16 curules que el Gobierno les regaló a las Farc.

¿Acaso se requieren más pruebas para demostrar la decadencia y la politización del Consejo de Estado?

¡Pobre de aquella sociedad en la que sus jueces se acomodan, como veletas, al vaivén del régimen de turno, porque no habrá nadie que cuide de la gente!, y un Estado sojuzgado por un mal gobernante que cubre sus ilegalidades con pronunciamientos judiciales puede ser en un futuro no lejano, presa fácil de la tiranía.

La ñapa I: El desbarajuste del Consejo de Estado se aplacará en el primer semestre del próximo año, cuando una importante agencia norteamericana de la mano de la Fiscalía colombiana destape la olla podrida que subyace en esa corporación. El “cartel de la Toga” será un juego de niños en comparación con lo que viene. ¡Que se agarren los corruptos que han vendido y negociado fallos, a cambio de dinero, puestos y contratos!

La ñapa II: El candidato Alejandro Ordoñez, con “nadadito” de perro, está marcando diferencias reales en la derecha. Está semana inscribió más de dos millones de firmas basadas en la defensa de la familia, idea que ya muchos copian.

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Redacción Minuto30

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