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Esta es una compilación de micro relatos realizados durante varios meses en aras de visibilizar los horrores que dejó el conflicto armado en la región del Oriente Antioqueño, pero más que eso, resaltar los procesos sociales y de reconstrucción del tejido social que se han gestado tras varios procesos comunitarios y ciudadanos. Los pueblos que hace una década vivieron en carne propia la amarga noche, hoy se enorgullecen de protagonizar el Renacer del Oriente Antioqueño.

Jugando a la Guerra

“Jugando a la guerra”

A diferencia de otros niños Juan no pudo usar sus juguetes, tampoco fue a la escuela y los monstruos de los pocos cuentos infantiles que conoció vestían de camuflado y fusil. Desde que tenía 10 años “Juan” veía desfilar por el frente de su casa a un puñado de hombres llevando consigo elementos largos en sus manos, abultados morrales y en sus miradas se reflejaba oscuridad. Lo que Juan veía no eran guerreros con los que fantasea un niño a los 10 años de edad. Juan, por el frente de su casa de una de las veredas del municipio de Nariño, veía pasar a diario decenas de guerrilleros del frente 47 de las Farc.

“Me empezaron a hacer promesas, entre ellas tener un proyecto de vida próspero. Claro, a uno la ignorancia de esa edad no le permitía ver que eso era mentira. Ellos me engañaron y me llevaron al campamento. Además se aprovecharon de la situación porque yo quedé huérfano desde los 9 años y no tenía esa persona que me aconsejara o estuviera pendiente de mí” relata Juan en medio de una tímida lágrima que pretende camuflar con una fingida sonrisa. Es bajo y de contextura gruesa, y aunque su mirada es tosca al escucharlo se evidencia a alguien que oculta tristezas y desengaños.

Una vez en las filas de la guerrilla, en medio de duras tareas físicas y conviviendo a diario con la muerte, este joven campesino experimentó lo que eran las verdades guerras, aquellas que el grupo armado que en contra de su voluntad integraba, fortalecía en el Oriente Antioqueño con tomas guerrilleras, secuestros, desplazamientos, homicidios, extorsiones y demás acciones que dejaron una estela de dolor y sombra en la región.

“Lo que más me dolía era ver que desde el grupo que integraba se atacaba a la gente con la que me críe, destruyeron el pueblo que dejaron mis padres y hacían ir de sus finquitas a otros campesinos iguales a mí” exclama Juan.

«Amor que vence batallas y guerras«

Un día, cuando por el frente de sus ojos la niñez se le había escapado, y sin darse cuenta ya habían pasado 9 años de su vida, Juan, ambientado por los exóticos paisajes naturales del Suroriente Antioqueño, Juan conoció el amor en otra jovencita campesina del municipio de Argelia de María. Juan y su novia deciden escapar de las garras del “monstruo” que siendo unos niños los había atrapado.

“Lo que fue difícil fue tomar la decisión. A uno allá le meten psicología y temor. Tomé la decisión pero siempre creí que el Ejército me iba a matar o encarcelar”.

Hoy Juan y su novia hacen parte de los 4 mil menores de edad que en los últimos 10 años desertaron de las filas de los grupos armados ilegales en Colombia, se acogieron al programa de desmovilización del Gobierno Nacional y en su calidad de adolescentes reciben un trato especial.

Según el coronel Carlos Lasprilla, jefe del programa de prevención de reclutamiento del Ministerio de Defensa, considera que “todas las organizaciones al margen de la Ley reclutan menores porque a ellos es más fácil de engañar y hacerlos pasar desapercibidos ante la Justicia, por eso cuando un menor se desmoviliza recibe un trato especial por parte del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar”.

«Otro amanecer, un nuevo despertar«

Para el Estado Colombiano no es exacta la cifra del número de niños que hoy pueden estar en la misma situación por la que pasaron Juan y su novia, lo único claro es que de los 4 mil menores desmovilizados en la última década al menos 500 son de Antioquia, y de ellos la mitad arraigados en el Oriente Antioqueño. Lo anterior, pone a este departamento por encima de Caquetá, Meta, Tolima, Norte de Santander y Putumayo.

Desde cualquier lugar de Colombia los ojos de Juan vieron un nuevo amanecer, para él un nuevo renacer.

“Estoy estudiando. Quiero ser un ciudadano que le aporte al país así sea haciendo empanadas. De pronto me caso con mi compañera de batallas, mi Sancho Panza argelina” dice Juan en medio de risas, las mismas que se le borran cuando reflexiona y dice que “nadie me devolverá mis juguetes, mis amigos, mi familia, mi escuela; ni niñez”.

* Juan, nombre cambiado por seguridad de la fuente.

Sin minas sí hay retorno

 «Sin minas sí hay retorno»

Ricardo está sentado en un butaco de madera engrasado. Me le acerco, y a pesar de que sólo mido 1.67 me llega a la cintura. Allí, encurrucado, lava con una brocha vieja empapada de gasolina una desgastada biela de bicicleta. Su pequeño taller queda en uno de los empinados barrios de la zona Nororiental de Medellín, y aunque la inusual estatura se debe a su labor como mecánico, me sorprendo al ver que es también porque le faltan sus dos piernas. “Tranquilo muchacho. Yo ya lo superé. Desde hace 10 años vivo así, luego de pisar una mina antipersonal en San Francisco Antioquia”.

Muy seguramente al leer estas líneas a muchos se les erice la piel. Otros por el contrario verán la historia como una más de las que proyectan en la televisión, pero muy pocos pensarán en lo que realmente llevan por dentro las cientos de víctimas que han dejado las minas antipersonal en el Oriente Antioqueño. Ricardo es uno de los 110 afectados por estas trampas mortales en San Francisco, y aunque paradójico, dice con una sonrisa admirable que “al menos estoy vivo mijo. Hubo muchos otros que no están pa’ contar el cuento”.

“Ricky”, como le dicen sus amigos del barrio, no ha vuelto al pueblo desde que le ocurrió la tragedia. No obstante, muchos sí lo han hecho, y tal vez con la noticia confirmada por los Gobiernos Departamental y Municipal, habrá otros que también lo hagan: “San Pacho” es hoy un municipio libre de sospecha de minas antipersonal.

“Somos el segundo municipio del Oriente, después de San Carlos, en lograr este reconocimiento. Llevamos varios años de estarnos recuperando en nuestro tejido social, pero sin duda, cuando con esta certificación como libre de minas, vamos a lograr generar más confianza para el retorno” relata notablemente emocionado Luis Emigdio Escobar, el actual alcalde del municipio, y una de las personas que en carne propia vivió el conflicto de más una década entre paramilitares, guerrilla y fuerza pública.

Hace 10 años, transitar por los caminos de herradura de San Francisco no sólo era arriesgarse a correr la misma suerte de Ricardo, sino a ser secuestrado, testigo de alguna matanza, o inclusive reclutado. Hoy, el campo de este tradicional municipio del Oriente antioqueño de nuevo reverdece. En sus aguas cristalinas el turismo vuelve a ser protagonista y por donde antes se veía guerrilla, ahora se aprecian campesinos acompañando sus recuas de mulas cargados con madera o productos agrícolas que sacan a vender al pueblo.

“Cocorná, Granada, San Luis y San Francisco constituyeron un corredor del conflicto. Ahora hemos recuperado la confianza y eso lo hemos visto representado en el retornar de la gente, y en el fortalecimiento de la economía” concluye el alcalde.

Continuara…
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Redacción Minuto30

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