La semana anterior, Colombia apareció en las primeras planas de los principales periódicos del mundo por dos noticias simultaneas: La muerte de Alfonso Cano, comandante de la guerrilla más vieja del mundo y la ubicación del país como el tercero más desigual entre 129 estudiados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en su reciente informe de Desarrollo Humano; Colombia le ganó tan solo a Haití y Angola. La muerte de Cano inundó todos los espacios posibles en Colombia; el titulo mundial de la inequidad, si apareció, apareció escondido.

Por Jorge Mejía Martínez

Para referirse a la caída de Alfonso Cano, sobraron los comentaristas; los mismos que faltaron para analizar el principal problema, la desigualdad. Todos coinciden en considerar que la muerte del jefe, no es el fin de la organización armada por más fuerte que sea su impacto; siempre habrá quien lo reemplace. En las Farc hay la misma movilidad de los carteles de la droga: rey muerto, rey puesto. La escalera funciona de abajo hacia arriba: afuera habrá alguien que asuma el lugar del guerrillero y este aspirará a ser jefe en cualquier momento. Es el imán de la oportunidad. Mientras la posibilidad de muchos colombianos para hacerse a un ingreso sea tomar las armas de la guerrilla o la criminalidad, sobrarán los Alfonso Cano. Caerá uno y sonarán las campanas, caerá otro y volverán a sonar las campanas, hasta quien sabe, porque el caldo de cultivo seguirá imperturbable: la profunda inequidad de la sociedad nuestra. De allí se nutre la violencia como opción social.

La indiferencia frente a lo que implica la desigualdad es la mayor tragedia colombiana.

Los ojos permanecen puestos, con fijeza y mes tras mes, en los índices de desempleo, inflación y tasa de cambio. La fuerza colectiva se concentra en bajar el desempleo a un solo digito, cumplir la predicción del Banco de la república sobre el costo de vida y en lograr que el dólar cueste lo más posible en pesos colombianos. La mirada en los indicadores de corto plazo, no deja observar el comportamiento de los indicadores de largo plazo. Los que aparecen cada tres o más años, en boca de Planeación Nacional o de entidades extranjeras como las Naciones Unidas, no suscitan la atención debida. Los niveles de pobreza, miseria y desigualdad, que muestran la sociedad que estamos construyendo o consolidando, solo sirven para alimentar debates académicos o electorales.

Los expertos coinciden en considerar como clave el tema impositivo. Si no hay tributación equitativa, no habrá inversión social equitativa. En Colombia, los que más ganan, no son los que más pagan. La capacidad económica de los más poderosos está más al servicio de mantener y acumular privilegios a punta de sonsacar los favores del gobierno o del Congreso de la República, que de solucionar los problemas de fondo del país. Las cuantiosas utilidades que reportan los balances financieros de los conglomerados económicos, año tras año, se van más en financiar la lucha contra los Alfonso Cano, que en ingresos para la inversión no paternalista, estructural, del Estado.

La odiosa desigualdad seguirá viva, más crecida. No faltará la mano levantada para reemplazar al odiado guerrillero caído. Por fortuna, el pasado 30 de octubre, ganaron la alcaldía de Medellín y la gobernación de Antioquia, Aníbal y Fajardo, quienes han hecho de su vida pública, como su principal propósito, la lucha transparente por la equidad social y territorial.

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Redacción Minuto30

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