Antes que nada, deseo expresar mi agradecimiento a los directivos, Mauricio Tobón Franco y Jorge Pareja Castaño, por permitirme exponer algunos puntos de vista sobre distintos temas en este periódico virtual.

Edwin Alejandro Franco Santamaría

Hace un buen rato que vivimos a diario con objetos que tienen, literalmente, esclavizadas a muchas personas. El uso indiscriminado de iPhone, iPad, teléfonos inteligentes y computadores cada vez más sofisticados, son los culpables de la cada vez más falta de libertad de muchos para el ejercicio cotidiano de actividades o placeres esenciales en la vida de cualquier ser humano. Basta con ir a un restaurante para darse cuenta cómo parejas o familias, al realizar uno de los mejores placeres existentes en la vida, como lo es el de comer, no disfrutan todo lo que gira alrededor de una buena comida y una buena compañía, porque ni hay conversación, sino que toda la atención se la lleva el aparato electrónico, todo gira en torno a él, incluso, ni se mira a la cara al mesero a la hora de ordenar.

En las salas de cine, que se convirtieron en restaurantes, los sonidos de los celulares son constantes y muy incómodos, cuando no es que se tiene al lado a alguien que contesta el teléfono en voz baja y una parte considerable de la película se la pasa escribiendo o mandando mensajes por el ya infaltable whatsapp. Ni ven, ni dejar ver la película.

En los aviones, una cantidad nada despreciable de pasajeros, aún con las advertencias previas al despegue de que se deben apagar los dispositivos electrónicos, deben las azafatas pasar por todos y cada uno de los puestos recordándoles, de manera muy cortés, que por favor, apaguen esos aparatos. Algunos hasta los esconden para desconocer la norma. Y vaya paradoja, cuando ya el avión en el aire, les informan que se permite el uso de algunos de esos elementos, no los utilizan. Cuando el avión está aterrizando, sin que hayan autorizado que se enciendan, se comienzan a escuchar los sonidos de estos objetos, al encenderse o de los mensajes de quienes han llamado durante el vuelo, muchos de los cuales de antemano sabían que el destinatario de la llamada estaba en pleno vuelo. He visto, porque todos los pasajeros se paran al mismo tiempo, al caminar por el pasillo del avión para descender, que algunos, más pendientes del consabido elemento, se han tropezado con otros, generando las imaginables molestias.

En los vehículos, se observa a los conductores, especialmente jóvenes, utilizando el aparato, ¡manejando!; cuando el semáforo está en rojo, ahí están pegados del teléfono hablando o escribiendo y ni cuenta se dan cuando cambia a verde, sólo cuando escuchan el ruido estridente de una bocina de otro carro, se aprestan a arrancar. A tal punto hemos llegado, que ya es preferible enviar un mensaje por whatsapp, para saludar, para una invitación o para concertar una cita, que la cálida y agradable llamada, de persona a persona, para lograr uno de estos cometidos. Se deterioran las relaciones familiares, por la misma causa. Y dicen, que hasta las relaciones sexuales de muchas parejas se han visto seriamente afectadas por la adicción absoluta a estos aparatos electrónicos.

Es común escuchar que el tiempo no alcanza, que hay que hacer muchas cosas al mismo tiempo, que afortunadamente existen estos medios, y no se dan cuenta que ahí es justamente donde estriba el problema, y que es a la inversa: es el protagonismo que estos objetos han cobrado en la vida de tantas personas, que son éstos los que no permiten que el tiempo alcance, que son éstos los que los atarean con varias cosas al tiempo y que para muchas cosas han dejado de ser ellos mismos, no disfrutan cosas tan verdaderamente agradables y satisfactorias como comerse un helado, tomarse un café, compartir un almuerzo y con esto una conversación.

Naturalmente que soy respetuoso de los gustos y las preferencias ajenas, y que quede claro, no soy enemigo ni me opongo al uso de estos elementos, son necesarios para el trabajo, el estudio, investigar algunas cosas, de hecho, yo utilizo uno o dos; y no pretendo indicar la manera de cómo utilizarlos, pero sí al menos, cuando estén involucradas otras personas, sentir respeto por ellas; que la humanización de las relaciones personales no se acabe, hay que destecnologizar el trato entre las personas, pues no todos estamos, todo el tiempo, pendientes ni absortos con ellos.

A disfrutar los mejores, y en ocasiones, irrepetibles momentos, que nos hacen más fácil y más agradable la vida, sin necesidad de estos objetos, que por cierto, son prescindibles.

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Redacción Minuto30

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