El día de ayer tuve la oportunidad de asistir en la Universidad Pontificia Bolivariana a una excelente ponencia de uno de mis maestros, el Dr. José Olimpo Suárez Molano, en ella planteó varias cuestiones sobre la actitud cristiana ante atropellos contra la vida humana, en especial cuando esta se ve amenazada y violentada por el terrorismo, por ello quiero hacer eco de sus ideas en este espacio presentando una síntesis apretada de su exposición.

El profesor partía de una idea básica y a veces olvidada, y es el concepto de la “sacralidad de la vida”, para lo cual comenzó su intervención destacando las palabras del Papa Francisco en Cartagena: “Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes.

Pero eso solo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas”, es decir que las exigencias son mayores para el cristiano, y para el profesor se trata especialmente de ese reconocimiento de la sacralidad de la vida humana, un término que por cierto algunos usan desde la antropología (pues no es de uso exclusivo de la religión) pero que tiene una especial relevancia para el cristiano, el hecho de que la vida sea sacra nos ubica necesariamente en un plano de mayor responsabilidad y respeto.

Acto seguido, el profesor trajo a colación a un personaje colombiano de la época del bandolerismo, alias “Desquite”, un ser humano terrible -pero finalmente un ser humano, como el mismo en su ponencia subrayó-. Desquite era pues un bandolero del norte de Tolima que el 23 de agosto de 1963 junto a otros más, masacró a 39 personas en la vereda La Italia, municipio de Victoria, donde la única pregunta antes de matar era a qué partido político se pertenecía. Lo más impactante es que el profesor destaca que no hubo escándalo por aquellos sucesos, pero que curiosamente más escandalo generó una obra de Gonzalo Arango, Elegía a “Desquite”, un texto publicado tiempo después que muestra al monstruo, pero también al humano que era “Desquite” y que genera preguntas a la sociedad colombiana, como esta: “¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”.

En esta línea el Dr. José Olimpo citó otros casos de horror como el de José Raquel Mercado un líder sindical secuestrado por el M-19 y posteriormente asesinado el 19 de abril de 1976 delante de todo el país y resalta nuevamente que nadie dijo nada, incluso algunos de los miembros de este grupo posteriormente han sido gobernadores, alcaldes y senadores. En 2009 las FARC secuestraron y degollaron al gobernador del Caquetá y no pasó mayor cosa. Las FARC en 2014 torturan y asesinan a dos policías en Tumaco, pero como estábamos en los diálogos de paz de la Habana, no se podía hacer escándalo, no se podía poner en aprietos a los negociadores… eran seres humanos y no pasó nada. Y así se podrían citar muchos casos más.

Bajo este panorama el profesor Suárez propuso recordar el concepto de “adiaforización” un término muy utilizado por Zygmunt Bauman, el cual explica que consiste en “convertir ciertas acciones o ciertos objetos de una acción en moralmente neutros o irrelevantes, exentos de juicio moral”, y es que justamente eso es lo que nos ha pasado en Colombia, parece que no solo nos acostumbramos a la violencia, sino que además nos da pena denunciarla, condenarla, creemos que es algo que no nos toca a nosotros, hemos guardado silencio, displicencia. Algo que como destaca el profesor Suárez está en consonancia con el llamado de atención que nos hacía el Papa Francisco en Cartagena: “¡Cuántas veces se «normalizan», se viven como normales, procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!”

En palabras del Dr. Suárez esta es la situación de nuestro país: “el horror nos ha vuelto insensibles, cincuenta años de horror. No levantamos la voz, no protestamos, no condenamos, nos da pena, nos da susto” y destaca que solamente ha habido un momento relevante en el que la sociedad civil se levantó a protestar, a decir sin pena “asesinos, malditos, no es posible que esto continúe así” y fue en 2007 con el secuestro y homicidio de los diputados del Valle del Cauca.

El profesor recordó al profeta Isaías, con una frase que bien nos serviría para encarar lo que hoy se denomina el lenguaje políticamente correcto “¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien llaman mal; que de la luz hacen tinieblas, y de las tinieblas luz!” (Is 5, 20), palabras a las que ya hacía referencia la LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española en su instrucción Pastoral “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias” (2002), un llamado que también hacía fuertemente Benedicto XVI en su “Caridad en la Verdad”, valga resaltar, en la verdad.

Por lo mismo el Dr. José Olimpo recordó que “los cristianos no pueden barajar los conceptos para acomodarlos a las situaciones políticas. Si el mal hay que llamarlo mal”. Y agregó “Voy a poner un solo ejemplo: el secuestro es secuestro, no ese cuento de que es retención, es que retención no existe en ninguna parte del mundo, lo que hay es secuestro y el secuestro es una abominación contra los seres humanos, contra la familia, contra la sociedad, contra todo”. Y finaliza el profesor recordando a Juan Pablo II que el pecado es “crear unas condiciones estructurales para el mal, para callarnos, para no hablar, para no gritar, para no ofender al otro porque creemos que el otro aunque haga el mal hay que guardarlo y no hay que hablar de su mal. Hay que condenarlos, tenemos que condenarlo si estamos en el mal, tenemos que discutirlo, esa la única manera de entender y defender la sacralidad de la vida humana”.

Quienes hemos tenido la oportunidad de participar activamente en la defensa de la vida tenemos claro que es importante la promoción, como dice Benigno Blanco “hay que hablar bien de las cosas buenas”, pero también es necesaria la denuncia, y la condena de aquello que causa mal y de quienes lo hacen. Con denuncia nos referimos a hablar lo que está pasando, a no silenciarnos, a protestar cuando se requiere así como el mundo lo hace solidariamente cuando el afectado es un país desarrollado. Con condena nos referimos al reproche de la conducta errada, a no aplaudir, ni premiar dichas acciones; pero desde una perspectiva jurídica, también a que existan las sanciones debidas, por supuesto con un debido proceso y sin abusos de poder.

Lo decía el P. Laurent Thibord, sacerdote de la diócesis de Troyes (Francia) en la Cátedra Caritas in Veritate (UPB, 2011), que le impactaba mucho que en Colombia a la gente la mataba “la violencia”, “el conflicto”, “los muchachos”, pero rara vez él escuchaba un culpable identificable, casi siempre era un ente etéreo, abstracto, que de alguna manera ayudaba a que las personas se acostumbraran a la agresión y ya la vieran como parte del paisaje, finalmente no había responsables y eso también dificultaba la superación del conflicto.

Defender la vida no puede ser la aceptación silenciosa de atropellos para no incomodar al agresor. Es necesario que la sociedad no se acostumbre a que el mal sale premiado, por el contrario, debemos propugnar porque el bien sea lo aplaudido. Esto no es discriminación, ni venganza, es un criterio mínimo de justicia y de responsabilidad, pues los actos deben traer consecuencias, pero estas deben ser coherentes con lo realizado.

Apostilla 1: La semana pasada hubo una importante entrevista de Fernando del Rincón a María Corina Machado, vale la pena verlo, dos preguntas centrales aparecieron allí: ¿cómo enfrentar una dictadura por medios democráticos? y ¿cómo recuperar la confianza en los líderes y animar de nuevo al pueblo cuando desde la oposición se han cometido errores?… hablando de denuncia y condena, lo cierto es que estas no eximen de la autocrítica. Comparto la posición de Almagro, secretario de la OEA: “Es muy claro que cualquier fuerza política que acepta ir a una elección sin garantías se transforma en instrumento esencial del eventual fraude, y demuestra que no tiene reflejos democráticos como para proteger los derechos de la gente, en ese caso, el voto”.

Apostilla 2: ¿qué pasa con los partidos políticos? En estos días vi una excelente caricatura donde un mexicano se preguntaba si votar por el candidato independiente del PAN o el candidato independiente del PRI o el candidato independiente del PRD, un panorama no muy lejano del que tenemos para las presidenciales nuestras del 2018 donde las candidaturas con firmas abundan y hasta los partidos las ayudan a recoger para apoyar a un “independiente”, un fenómeno muy extraño que se acerca a otro que señaló Juan Manuel López su artículo publicado en las dos orillas titulado “Políticos vergonzantes o cómo explicar 18 años de política sin ser político”.

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Redacción Minuto30

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