La fascinación por el horror y el gusto de pasar miedo ya cautivaban al público siglos antes de los «blockbusters» sobre desastres naturales o asesinos en serie.

Arte

Así lo cuenta una exposición en la Academia de Bellas Artes de Viena repleta de escenas sangrientas, catástrofes y monstruos.

La pinacoteca de esta institución ha reunido 70 ejemplos de cuadros, dibujos y esculturas creados para impresionar, convencer y educar a través del horror y el espanto a quienes vivieron entre finales del siglo XV hasta principios del XIX.

La teoría tras este «placer por el susto», como se denomina la muestra, es sin embargo más antigua y el filósofo griego Aristóteles ya hablaba en su poética de cómo el miedo provoca la catarsis en los espectadores de una tragedia.

«El público, a través de esa catarsis, se conmueve y se le puede convencer del contenido moral que transmiten los actores», resume en declaraciones a Efe la directora de la colección de cuadros de la Academia vienesa, Martina Fleischer.

Esta breve muestra, abierta hasta el próximo día 15, analiza lo que a primera vista parece un sinsentido: que la contemplación de escenas crueles y estremecedoras provoca en el público tanto horror como gozo.

Una contradicción que Fleischer explica con el símil del equilibrio entre la descarga de adrenalina que provoca el miedo y su compensación con la liberación de endorfinas.

Y es que el terror queda compensado por el alivio en el momento en que se es consciente de que la escena que se contempla no forma parte de la propia realidad y de que uno es, al fin y al cabo, un mero espectador a salvo del peligro.

En este paseo por el horror en el arte se pueden ver obras maestras como «La cabeza de Medusa», de Rubens, de una destreza artística y un realismo que hacen que lo terrible se diluya en lo hermoso.

En la exposición se incluye una copia en escayola de «Laocoonte y sus hijos», el grupo escultórico clásico que tras su descubrimiento en 1506 se convirtió en el ideal de representación del sufrimiento.

«Se toma como exemplum doloris (modelo para representar el dolor) y la Iglesia Católica aconseja a sus artistas que se inspiren en él para representar el sufrimiento en sus crucificados», recuerda Fleischer.

Según esta experta, hay descripciones contemporáneas que cuentan cómo la gente sudaba, temblaba y lloraba al contemplar esta escultura, en una época en la que el interés por la Antigüedad Clásica se había centrado en la armonía y la belleza y no en la representación del dolor.

El recurso al miedo pasa también en la segunda mitad del siglo XVII a la representación de la naturaleza, con cuadros de catástrofes como tormentas o incendios que se alejan de la representación bucólica e idealizada típica del Renacimiento.

La fascinación por la serie de erupciones del Vesubio en el siglo XVIII aparece reflejada en numerosos cuadros, como los del austríaco Michael Wutky o de Pierre-Jaques Voltaire, donde la naturaleza se revela en todo su poder destructivo.

Eso sí, las figuras humanas que aparecen en esas escenas de desastres están siempre alejadas del peligro, como observadores fascinados del espectáculo terrible y bello de la naturaleza.

«Que el susto no sea tan grande como para impedir disfrutar de él», resume la directora de la pinacoteca ese efecto.

El contraste entre sensualidad y muerte aparece en varias representaciones de la leyenda de la decapitación de Holofernes por Judit, en los que lo cruel y lo sangriento se funden con la ingenuidad, la inocencia o la provocación del personaje femenino.

Aunque estas escenas muestran con todo detalle una decapitación, Fleischer considera que el efecto en el espectador de hoy, consciente de que observa una escena bíblica, no puede compararse, por ejemplo, con la identificación que causan las imágenes de ejecuciones difundidas por yihadistas del Estado Islámico.

El sacrilegio y el consiguiente castigo divino es otro tema explotado bajo ese equilibrio del «dolcissimo orrore» al que se refería la teoría artística del siglo XVII.

La maestría del artista al representar el cuerpo humano de personajes trágicos como Prometeo o Sísifo sirve para captar el interés del espectador y conmocionarlo.

El «Tríptico del Juicio Final», de El Bosco, es una de las piezas maestras de la exposición y una de las más espeluznantes.

«Son imágenes para provocar miedo», resume Fleischer sobre una tabla que describe el Paraíso, el Pecado Original, el Juicio Final y el tormento del infierno.

El uso de figuras grotescas e imposibles tiene, más allá de su carga simbólica, el efecto de desconcertar y crear inquietud.

La permanente amenaza de la muerte y lo efímero de la vida marcan la parte final de la muestra, con ejemplos de «memento mori» que advierten de lo inútil de los bienes y placeres terrenales. EFE

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Redacción Minuto30

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