Varias columnas he dedicado a hacer consideraciones generales que explican un poco los males de los habitantes de este planeta durante muchos siglos.

Gustavo Salazar Pineda

Múltiples falencias atribuibles a hombres y mujeres que hacen de nosotros los seres humanos individuos ambiciosos, avariciosos, pendencieros, analfabetas, no sólo intelectuales sino emocionales y espirituales.

Y a los colombianos nada de lo humano nos es ajeno como es apenas lógico y de allí el desbarajuste personal e institucional que presenta nuestra nación, entendida como el conjunto de personas que habitan este amplio territorio y la república o forma de gobernarnos a través de instituciones ampliamente caóticas, inoperantes y desprestigiadas.

Desde los albores o comienzos de nuestra República se avizoró lo que habría de ser nuestra República de Colombia, pues las peleas, disputas y guerras entre Bolívar, Santander y Córdoba, para mencionar los más importantes, empezaron a agrietar las instituciones que desde sus inicios presentarían múltiples y graves deficiencias.

Una vez que nuestros próceres proclamaron la supuesta libertad de los colombianos y la liberación del yugo español, cometieron el error de no diseñar una República acorde a nuestra realidad, sino que deslumbrados con los pomposos principios liberales en boga, producto de la liberación francesa, corrieron a plasmar en las primeras constituciones criterios de libertad, igualdad y fraternidad, aplicables en la Europa de cultura dos veces milenaria, pero no en una nación incipiente y que apenas daba sus primeros pasos como pueblo autónomo.

Con una explicación más clara podemos entender el fenómeno:

la república francesa, madura, adulta y después de muchas guerras, por medio de la Revolución de 1789, reacomodó su situación social y afincó una nueva república moderna que reemplazó a la feudal.

La nueva constitución francesa era un vestido que le servía a una nación con varios centenarios de existencia y conflictos. Era un traje, por así decirlo, para una mujer madura, cuarentona. Los principios de libertad, igualdad y fraternidad, le eran apropiados a la Francia del siglo XVIII y no a la Colombia de inicios del siglo XIX, posterior a la independencia de 1810.

Es claro que un traje para una dama de mediana edad le queda muy mal y es patéticamente ridículo colocárselo a una niña recién nacida, que fue lo que hicieron nuestros románticos próceres, que como Bolívar, soñaron con una república ideal y utópica, pues el libertador tuvo notable influencia política de la Europa de su época o de Antonio Nariño, quien se envalentonó con los derechos del hombre que tradujo y se dió a la tarea de darlos a conocer y promover, lo que le implicó pasar largos años en prisión.

Otro tanto pasó con el Derecho, pues el Código Civil nuestro, no fue más que una copia del realizado por Andrés Bello, que a su vez lo copió del napoleónico, sin consultar cuál era la verdadera realidad de una nación mestiza, racialmente múltiple y culturalmente diversa y muy distinta a la europea de hace más de dos siglos.

Copiar burdamente, imitar ha sido un rasgo característico del latinoamericano, complejo que pusiera en evidencia nuestro gran humanista y pensador antioqueño Fernando González.

En el concierto de naciones, Colombia nació con una vana pretensión de haber nacido y dado sus primeros pasos institucionales y crecido sus instituciones acorde al mundo moderno, cuando no era más que una nación federal, atrasada, clerical y pacata o mojigata, apenas hacia los años treinta del siglo pasado, el expresidente Alfonso López Pumarejo, la educó en las puertas del modernismo a través de la Revolución en marcha y las reformas de 1936.

Más de un siglo nuestros constituyentes y legisladores hicieron el ridículo de crear múltiples reformas y diseñar constituciones muy progresistas que no encajaban en la realidad nuestra, como lo fue la Constitución de Ríonegro de 1863.

Igual pasó con la Constitución de 1886, la de niñez que nos rigió con muchísimos problemas y demasiadas reformas por más de un siglo, hasta que otro romántico pereirano creyó que insertando en la Constitución de 1991 hasta el derecho a la cobija, como lo anotó en su momento el estadista y constituyente Alvaro Gómez Hurtado, cambiaría nuestra caótica situación social y política, y hoy vemos que la medicina constitucional no hizo más que agravar el enfermo, que es lo que hoy percibimos con una Colombia enferma terminal en las tres ramas secas. Del moribundo árbol estatal, de las que la justicia que antes mostraba signos de recuperación, es en la actualidad la que está prácticamente muerta, pues las otras dos, la ejecutiva y la legislativa, hace muchos que dejaron de existir y convivimos solo con sus cuerpos inertes e insepultos que nos produce un hedor nauseabundo que a diario se encargan de expandir y ventilar los vocingleros medios de comunicación.

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Redacción Minuto30

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